Dieciséis horas de vuelo, desde el Aeropuerto Silvio Petirossi hasta Frankfurt, Alemania. Horas que prácticamente no registró, solo se percataba del paso del tiempo cuando su cuerpo le pedía atender las necesidades básicas: comer, beber, ir al baño o dormir. El resto del trayecto fue un vacío, una especie de neblina entre las caricias de Elisey y el sueño profundo que la dominó. No supo exactamente en qué momento dejaron Frankfurt y llegaron a Hamburgo.
—Bella durmiente, ¿estás segura de que te encuentras bien? —preguntó Elisey al verla mirar el paisaje, incrédula.
Ya era bien entrada la tarde, y aún no podía asimilar que realmente estaba en ese lugar. Según le explicó el rubio, estaban cerca del río Elba, un nombre que le sonaba remoto, como sacado de un cuento. Quiso abrir el mapa, pero no tenía internet ni roaming. Su celular había permanecido apagado desde el despegue, temiendo una tarifa exorbitante. Con una mezcla de pena y desconcierto, lo miró y respondió:
—Estoy completamente perdida en este momento. Si no estuvieras aquí, estaría aterrada y sin idea de dónde estoy o cómo llegamos. —exclamó nerviosa, sintiendo cómo el frío de trece grados calaba su cuerpo, a pesar de estar envuelta en dos abrigos grandes, prestados por Elisey, que la hacían parecer un osito.
—No te preocupes, tuvimos un poco de ayuda de un mago de nuestra especie para llegar a tiempo. De otro modo, no habríamos llegado tan rápido. Aunque quizás te hubieras enterado de todo esto si no hubieras dormido durante todo el viaje. —Elisey rió, sus ojos celestes brillando con diversión.
Su indignación era tan grande que ni ganas de replicar le quedaban. Las dieciséis horas de vuelo la habían dejado exhausta, y jamás imaginó que fuera posible dormir tanto.
—Hagamos algo —dijo con tono decidido—. Préstame un poco de internet por Bluetooth, así podré ver el mapa. Una vez toque tierra firme, ya me calmaré. —Pidió mientras el aliento condensado escapaba de sus labios—. Este clima no me está favoreciendo... Vengo de un ambiente cálido...
—Tranquila, mientras estemos en el auto no te afectará tanto el frío, pero deberías abrigarte más cuando lleguemos a casa. —respondió Elisey con suavidad, deslizando su mano para acariciar la de ella, siempre comprensivo.
—¿Con eso te refieres a usar tu ropa? —preguntó con una mezcla de curiosidad y picardía.
¿Para qué mentir? El aroma de Elisey le resultaba encantador, y la idea de usar su ropa le parecía irresistible, más aún si eran prendas grandes y cómodas.
—Por ahora, sí. Toda la ropa que trajiste no será suficiente para nuestro clima. Tendremos que buscar ropa más abrigada. —dijo con una mirada que contenía una emoción apenas contenida.
—Perfecto, entonces usaré tu ropa. ¡Gracias! —respondió encantada y divertida, notando cómo la mirada de Elisey se oscurecía ligeramente.
—Me estás provocando, pequeña traviesa. No creas que no me doy cuenta. —susurró con voz ronca.
—¡Oye! Solo estoy diciendo que usaré tu ropa abrigada, ni siquiera mencioné nada de tus bóxers para dormir. —bromeó, sabiendo perfectamente a lo que se refería.
—¿Para dormir... o para ser mi cena? —susurró Elisey, su voz baja y cargada de insinuación.
Ambos se miraron desafiantes, ella con una sonrisa coqueta mientras se acercaba instintivamente a él, respondiendo al fuego en su mirada.
—Quizás en la noche pueda ser el postre. —murmuró.
Elisey tragó saliva, visiblemente ansioso por que el tiempo pasara rápido, pero un suspiro interrumpió el momento cuando miró más allá, fuera del alcance humano, a través de la ventana del auto.
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Luna de Amor
Werewolf𝐷𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑎𝑗𝑒, 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜 Bruna Dávalos, una joven paraguaya de 27 años, lleva una vida dividida entre su trabajo como mesera y su pasión por escribir historias de hombres lobo. Mientras sueña con algo...