Capítulo 1

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Traducción Guaraní de
palabras al español:

Che Dio' →Mi Dios.
Vare'a → Hambre.

Traducciones variadas

Tete → tomar desayuno, merienda.

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Gansta- Kehlani sonaba entre los audífonos lavanda, mientras la joven de cabello castaño claro y ojos marrones escribía inspirada en su pequeña notebook. De reojo, notó que ya eran casi las ocho y media; los rayos del sol se filtraban por la ventana de su pequeño departamento. Se podían ver ojeras bajo sus ojos, pero una sonrisa emergía en su rostro cansado.

—Aunque sea, logré escribir cinco capítulos seguidos... —exclamó, felicitándose a sí misma.

Recostó su espalda contra la pared, dejó a un lado la notebook cerrada y el documento de Word ya guardado en Drive. Su espalda dolía y el cansancio pedía a gritos descanso y comida. Estiró un poco su cuerpo y, sin querer, sus tobillos crujieron tras los estirones.

»Uff, si estoy así con veintisiete años... ¿Qué me deparará la vida con sesenta? —pensó por un momento, mientras reunía fuerzas para despegarse del cómodo colchón de una plaza. Otro bostezo salió de sus labios, y caminó por su pequeño espacio hogareño. A unos pasos encontró su pequeña mesa de madera circular, su heladera, horno y microondas, ubicados sobre una mesa bajita en ese mismo espacio. Con suerte, contaba con un alargador y un enchufe.

En otra mesita blanca, un poco más alta, había un azucarero, una pava eléctrica y una caja de capuchino moka en polvo. A su lado, una pequeña bolsa con al menos tres panes felipe en buen estado.

Qué vare'a! Che Dio'. Seguro es por no dormir de nuevo, pero esta vez valdrá la pena —exclamó en voz alta, acariciando su estómago hambriento.

Caminó hasta la heladera. Una bolsa de leche en una jarra metálica con boquilla pequeña era evidencia de que la había estado consumiendo desde días antes. En el cajón transparente había al menos cuatro bolsas de leche entera. En la primera rejilla estaban dos tazas de NutKao (una sin abrir) y dos vasos altos (uno transparente y otro blanco). En las siguientes rejillas, había dos jarras bajas de agua fresca y dos botellas recicladas. En la puerta de la heladera había una Fanta naranja de 2L, a un ⅔ de ser terminada, y una botella de vino Vibra dulce. En los compartimientos laterales de la puerta se veían condimentos dulces y salados: confites para torta, chispas de chocolate, cacao en polvo, coco rallado, yerba, queso rallado, queso crema, canela y sobrecitos de miel.

«Al menos no me falta leche ni azúcar», pensó, felicitándose por su buena costumbre de ahorrar o de olvidarse de comer.

Tomó una taza vacía de NutKao y la jarra de leche fresca. Cerró con dificultad la heladera, y alzó la mano libre para agarrar una cuchara limpia de una lata de galletas encima de la heladera. Una vez con todo en mano, se dirigió a la mesita. Puso una cucharada y media de azúcar, y una cucharada de café en la taza. Lo dejó reposar un momento para llenar la pava con agua. En cuatro pasos, ya estaba pinchando el botón para calentarla unos minutos. Mientras tanto, se dirigió al baño.

Poco después, escuchó el agua burbujeando y el *pliqui* del botón, anunciando que ya estaba lista. Se movió más relajada y somnolienta; ya había hecho sus necesidades primordiales: uno y dos, ducha y limpieza de rostro. Estas actividades matutinas le tomaron unos cuarenta y cinco minutos, disfrutando de ese lujo que no siempre era posible. Este día le estaba dando un buen saludo de buenos días.

No siempre podía despertarse tarde. Apenas tenía tiempo para escribir, ya que había días que trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Pero ese día comenzaba bien; no tenía apuro por llegar temprano al trabajo. Lo presentía.

Preparó su tete, con el café ya disuelto en el agua caliente. Sirvió un poco de leche para entibiarlo y, al revolverlo con la cuchara, lo mezcló todo bien. Cuando consiguió la temperatura a su gusto, se dirigió nuevamente a la cama con su taza y un pan entre los labios.

«Mmm... A lo mejor alguien me escribió. O tal vez no. He estado tan ocupada estos meses que casi no tengo tiempo para socializar con mis amigos. En fin, los planes no deberían ser tan complicados hoy», pensó la joven mientras miraba su celular, disfrutando de su desayuno.

En 2022, había pasado un largo tiempo desempleada, con presiones sobre sus hombros. Pero con un poco de suerte y esfuerzo, logró salir adelante, aunque todos a su alrededor la veían como una "buena para nada". Para finales de diciembre, justo antes de Navidad, pudo costearse su propio departamento, dejando a su familia atrás tras su decisión de independizarse. Huir de las miradas, del ambiente pesado y de los comentarios molestos fue el empujón que necesitaba para no querer pisar la ciudad de Ñemby por un buen tiempo. Lejos del pueblo, y viviendo nuevamente en la ciudad de Asunción, era lo que ella quería para sí misma, aun si significaba sacrificar la compañía de su madre en la casa familiar.

Suspiró, tratando de ahuyentar esos pensamientos deprimentes. No tenía tiempo para mirar atrás. Ya era viernes 22 de junio del año 2023. El tiempo había seguido su curso, y ella, el suyo.

Desbloqueó su celular y encontró varios mensajes en WhatsApp, Wattpad, y de la editorial El Lector, entre otros. Había mensajes de amigos comentando sus planes, y uno de su jefa hablando del trabajo y sus nuevos horarios.

Doña Jimena:
Buenos días, Brunita. Hoy tu turno será más temprano. Víctor avisó que el médico le dio de baja por unos días, tiene gastroenteritis. Hoy te toca de 13:00 a 21:00.

Víctor era el otro mesero que ayudaba en la Cafetería Panambí Vera, un joven caucásico de dieciocho años, universitario y con ganas de independizarse. También encontró un mensaje de su compañero de trabajo, a quien apodaba cariñosamente "bicho".

Bicho:
¡Buenas, Bruna! Te vengo a pedir un gran favor, cúbreme hoy en el trabajo. Tengo un examen mañana temprano y ni siquiera he estudiado la mayoría del temario, ¡voy a morir! 🥹😭.

A los dos mensajes reaccionó con un pulgar, indicando que lo entendía. Sin más, buscó el reloj en su celular y colocó una alarma para las 12:30. Una vez listo, dejó el celular sobre la mesita de noche, frente al cabezal de su cama. Al menos dormiría tres horas, o quizás menos, antes de ir al trabajo. Ya eran las 9:40 de la mañana.

Dejó la taza en el lavadero, rebosada de agua. La limpiaría más tarde. Luego, se tiró directamente a la cama. Cayó en un sueño profundo, meditando una frase: «Descansaré los ocho niveles del sueño en este corto tiempo.»

Y sin más, su cabeza se hundió en el mundo onírico, su mundo de fantasía.

Luna de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora