Capítulo 34

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Elisey acariciaba suavemente el cabello de su Luna, mientras ambos se miraban en silencio, enfrentados en la cama, en el refugio tranquilo que les ofrecía la habitación del segundo piso. La quietud solo era interrumpida por el suave sonido de la respiración de Bruna, quien, aunque parecía perdida en sus pensamientos, mantenía su mirada en él. Tenía al Seelie entre sus brazos como si fuera un peluche, un gesto que se había vuelto una costumbre reconfortante.

Björn, el lobo interior de Elisey, observaba algo curioso: la fricción del cuerpo acuoso del Seelie contra la piel de Bruna parecía calmarla, siempre y cuando se mantuviera en contacto con ella. Sin embargo, las huellas del llanto seguían visibles en su rostro; sus ojos enrojecidos y la nariz, sonrojada como una cereza, delataban su dolor.

«Verla así me parte el alma», pensó Elisey con el corazón encogido, mientras acariciaba el rostro de Bruna con una delicadeza extrema, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romperla aún más.

«Han pasado tres horas… Ya casi son las dos de la tarde», comentó Björn, haciendo eco del hambre que también sentía su anfitrión. En ese momento, el estómago de Elisey rugió, rompiendo el silencio.

Bruna, aún inmersa en su propio dolor, escuchó el sonido y lo miró, susurrando con voz débil y rasposa: —¿Tienes hambre?

—Un poco —respondió Elisey, algo apenado por la interrupción—. Pero… ¿Qué te duele? ¿Necesitas algo?

Bruna esbozó una mueca de comprensión antes de responder: —Vamos a almorzar. Llorar mucho nunca me ha hecho bien.

—¿Por qué? —preguntó Elisey, sintiendo curiosidad. «Quizá estás siendo impulsivo», pensó Björn con ironía, consciente de su intromisión.

Una ligera sonrisa apareció en el rostro de Bruna al escucharlo.

—Cuando mi papá enfermó, aprendí a enterrar ciertos sentimientos para no volverme débil. Antes de eso, lloraba por todo: desde animes románticos que me parecían absurdos hasta discusiones con amigas de la universidad. Siempre sentía que terminaba como la villana, la solitaria. —Su voz adquirió un tono melancólico al recordar—. Me prepararon para la muerte de mis padres desde pequeña, así que cuando mi padre empeoró, me despedí de él antes de que las infecciones lo hicieran perder la cordura. Desde entonces, he tenido que aprender a aceptar muchas cosas. Recuerdo que incluso consolé a mi familia, pero cuando yo lo necesitaba, nadie estuvo para mí. Solo pedían y pedían, sin darme nada a cambio… —Su voz se quebró en un susurro amargo que hizo que el Seelie se agitara, creando ondas en su superficie acuosa.

Elisey sintió un impulso de abrazarla, de haber estado allí para ella en esos momentos tan duros. Sabía que había mucho más que ella no estaba contando.

—Llorar me hace mal porque luego me duele la cabeza, me congestiona la nariz y siento un vacío en el pecho. Nunca he sabido cómo sobrellevarlo, así que trato de reprimirlo, de hundirlo en lo más profundo de mi mente para no parecer débil —admitió Bruna, soltando un suspiro—. Sé que está mal, pero es la única forma que encontré para protegerme de las personas que solo querían verme mal.

Elisey la miró con una mezcla de tristeza y comprensión. —Lo entiendo… Lo que has aprendido a hacer es lo único que podías con las circunstancias que te tocaron vivir.

—Sí, pero… Ya ha pasado tiempo de eso —dijo Bruna, llevándose la mano a la boca para cubrir una tos. Trató de levantarse, pero sus ojos aún mostraban el cansancio del llanto.

Elisey la sostuvo antes de que pudiera tambalearse, ofreciéndole un apoyo firme. —Parece que tu fuerza física depende mucho de tu estabilidad emocional —dijo con preocupación.

—Otra razón más por la que intento mantenerme neutral cuando algo me sobrepasa —admitió ella, con una sonrisa cansada—. Mi mamá solía decir que soy como una esponja: absorbo todo, pero en algún momento tengo que soltarlo.

—La señora Myriam es muy sabia —comentó Elisey, sonriendo.

—Eso lo heredó de mi abuelo. Y la actitud de alta sociedad viene de mi abuela Bartola —añadió Bruna, mientras caminaban juntos hacia el ascensor. Observó cómo la luz del día se desvanecía lentamente, cediendo paso a la noche.

—Hablas de ellos como si los conocieras bien. ¿Algún día podré conocerlos? —preguntó Elisey con curiosidad.

—Mi abuela Bartola falleció poco después de mi abuelo. No pudo soportar quedarse viuda con cuatro hijos: uno alcohólico y que vendía cosas de la casa sin su permiso, dos hijas más que apenas podían manejar sus propios problemas. Mi madre apenas y sobrevivía entre todo eso —explicó Bruna con tristeza—. Recuerdo bien a todos, aunque quizás no debería. Pero tengo memoria fotográfica, así que no puedo olvidar.

—Parece que tu vida ha sido disfuncional en muchos sentidos —dijo Elisey con pesar.

—Eso es lo que pasa cuando naces de padres mayores, con hermanos que ya tienen sus propias vidas y problemas. —Bruna soltó una pequeña risa amarga.

El ascensor los llevó a la planta baja, donde encontraron que el almuerzo ya estaba servido. Melanie y Jhon les habían preparado una comida fresca, justo a tiempo.

Mientras comían, Elisey se dio cuenta de algo: su Luna no le hablaría sobre lo que había sucedido con sus ex por ahora. Tendría que esperar a que el dolor de cabeza desapareciera y ella estuviera lista para hablar de ello.

Luna de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora