Tener a Elisey siguiéndola como un guardaespaldas no había sido su idea, ni mucho menos mostrarle su antiguo camino hacia la casa donde hace ya dos años no había vuelto con frecuencia. Desde que se independizó y cumplió su meta, no había regresado al lugar que la martirizó psicológicamente por meses.
Habían tomado el colectivo desde la terminal de Asunción, más específicamente en la línea 15-2, que prácticamente los dejaba casi enfrente de la casa donde daría la gran noticia de su viaje a nuevos horizontes. Aunque su alma fuera sociable, en esos momentos se encontraba con un nudo borroso de sentimientos en el estómago y en sus pensamientos.
-Perdona que te interrumpa, Bruna.
Ese tono alemán la sacó de sus pensamientos. Miró hacia el lado izquierdo, donde había tomado el asiento doble con la vista hacia la ventana solo para ella. Se había arriesgado a salvar el rostro del rubio ante todo terreno del viaje.
-Di lo que quieras, Elisey. No molestas.
Comentó mientras se limpiaba disimuladamente la mejilla. El colectivo había pasado por un pequeño cráter en el asfalto, el cual parecía tener agua estancada de lluvia o de caños rotos, siendo este uno de los motivos por los cuales había tomado el riesgo.
-Este camino es demasiado intransitable. Te está lastimando mucho el codo -comentó Elisey, preocupado por la turbulencia del camino y cómo sus cuerpos se movían a tumbos por el asfalto.
-Nah, esto ya es pan de todos los días.
El rubio frunce el ceño, inconforme. Pero no dice nada, aunque sí hace algo. Coloca su brazo derecho sobre su hombro y la abraza disimuladamente, cubriendo el golpe del codo contra la pared de la ventana y del colectivo.
-Las calles de mi país serán tu paraíso y descanso -declara Elisey, como si aquello le sirviera de consuelo a sí mismo.
Una sonrisa se dibuja en sus labios. «La inocencia y fe que me profesa lo hace ver tierno», pero sus labios se torcen a una línea recta, y decide mirar por la ventana. «Cómo se nota que aún no me conoce. Soy un problema andante, por eso nadie vive conmigo hasta hoy día», pensó con amargura.
Los minutos pasan, el camino del colectivo se estabiliza y se percibe el cambio. La carretera es lisa, transitable y tranquila, mostrando lugares verdes, menos ciudad y más paz, con un poco de fauna, como vacas, terneros y toros en los baldíos medio cuidados.
-Me gusta más esta zona. Campo no es. ¿Dónde estamos? -pregunta curioso Elisey.
-Estamos cerca, aunque ahora volvimos a un buen asfalto. Acabamos de pasar una zona después del centro de Ñemby -contesta con un sabor agridulce en el paladar-. Ya casi llegamos a la casa de mi hermana. Allí encontraremos a mamá. Te escrutinarán con la mirada y alguna que otra te podría agarrar un odio sin sentido. No les tomes mucha importancia, por favor.
Elisey la mira sin entender. Al bajar del colectivo, justo frente a un pequeño supermercado llamado "Stock-xpress", queda extrañado por la inclinación de la calle que se nota al mirar al frente.
-¿Por qué me odiarían sin sentido?
-Tengo sobrinos, y prácticamente vas a arrebatarles a su tía favorita -alardea con una sonrisa bromista.
Las cejas del rubio se levantan, abre la boca como para decir algo, pero su cuerpo se tensa al ver cómo varios perros se acercan hacia ellos en manada.
-En diagonal a este punto. Esa casa de paredes bajas blancas, con el negocio de caseta metálica enfrente, es nuestro destino -comenta tranquila.
Elisey ya se está preparando para protegerla, su instinto parece dictar algo que no se puede ver a simple vista. Sin embargo, ante todo pronóstico, ella lo sorprende al decir:
-¡Laisaaa! ¡Sam! ¡Rubs!
Los tres perros que parecían prepararse para un ataque levantan la cabeza y los miran con cierto detenimiento. Unos segundos bastan para notar la emoción en sus miradas. Cada perro: negro, atigrado de manchas negras, mostazas y rubias, y rubio, van al encuentro de dicha mención.
Escuchándose su propia emoción por sus cuerdas vocales al reír y ser recibida por esos perros que hace dos años no veía con frecuencia. Abrazándolos, mimándolos y recibiendo muchos lenguetazos, al punto de que Elisey pareció sentir celos. Se acercó a ella, pero las tres hembras le gruñeron.
-¡Wo, fieras, atrás! -gruñe dominante el rubio, con esos ojos rojos iluminando su mirada, tratando de imponer autoridad.
Sin embargo, los perros gruñen aún más.
-Bueno, bueno. Laisa, Sam y Rubia. No hagan desmadre, vamos a casa.
Y sin más, Elisey quedó estupefacto al ver cómo de la casa, que parecía estar sobre una pequeña colina, de portones bajos y oscuros, salían otros dos perros. Uno de raza mucho más pequeña que los medianos anteriores, y otro robusto pero similar a la perra atigrada.
-¡Oh no, chiquis está suelta! -exclamó preocupada mirando a Elisey.
-¿Acaso debe estar atada? ¿Por qué?
-Porque...
No le dio tiempo a contestar. Unos ladridos chirriantes y molestos se les vinieron encima. La mala fortuna de Elisey fue notar cómo la perrita minúscula ya mordía sus jeans con sarna y mala actitud.
-Si levanto mi pierna, volará.
-Ya ha volado antes, no lo hagas tan fuerte. Es una pincher, y por eso es así de histérica -propuso sonando despreocupada, como si el vuelo de perros fuera común en el día a día.
Y sin más, Elisey tomó a la perrita del pescuezo, evitando el maltrato animal y dominando la situación.
-Calma. No vengo para invadir su territorio. Solo vengo de visita.
-¿Qué? ¿Ahora me dirás que hay idioma perro y... ¿podré al fin hablar con los perros? -preguntó ella, estupefacta.
-No -sonríe divertido el rubio-. Solo se lo estoy expresando corporalmente. Aunque si estuviera como lobo, la situación sería otra. Tenlo por seguro.
La vergüenza acaloró sus mejillas. Y avanzó sin esperar un momento más.
-Espera aquí, vendré por ti.
-¿Por qué?
-La casa está un desastre. Ellos no quieren visita si está así.
Elisey comprendió y se quedó con cinco perros custodiándolo.
Mientras tanto, ella se enfrentaría esa mañana a su familia. Después de meses sin visitar y sin siquiera haber avisado. Probablemente, por la hora, los niños estarían aún en el colegio, su sobrina mayor trabajando o en la cama durmiendo, y el auto del cuñado no estaba, así que apostaría a que su hermana mayor no estaba.
Tal vez sería un reencuentro tranquilo.
O tal vez no...
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Luna de Amor
Werewolf𝐷𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑎𝑗𝑒, 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜 Bruna Dávalos, una joven paraguaya de 27 años, lleva una vida dividida entre su trabajo como mesera y su pasión por escribir historias de hombres lobo. Mientras sueña con algo...