Esa mañana de sábado, el cansancio le pesaba por todo el cuerpo. Con la vejiga a reventar, trató de apartarse de la fuente de calor que parecía convertirla en "peluche humano" para abrazar.
—Necesito ir al baño... —murmuró, medio dormida, como si no hubiese dormido bien en días.
Elisey asintió, aún adormilado, soltándola de su abrazo, no sin antes besarle en la clavícula del lado izquierdo. Por algún motivo, ese beso le trajo un alivio inmediato a su acalorado e incómodo estado.
Se levantó a tropezones, tambaleándose un poco, pero tras dar algunos pasos logró llegar al baño. Cerró la puerta y se sentó en el retrete, con la visión nublada por el sueño, y decidió cerrar los ojos mientras su vejiga se liberaba de la urgencia matutina. Sin embargo, cuando soltó la última gota, sintió una punzada notable que la hizo soltar un jadeo.
«¿Pero qué carajo hice para que punce tanto?» pensó, desconcertada.
Solo en ese momento abrió los ojos, sacudiéndose el sueño, y se dio cuenta de que estaba cubierta por una camisa negra de Elisey, una bombachita negra cómoda, y nada más. Agarró un poco de papel para secarse las últimas gotas y se subió la ropa interior antes de caminar lentamente hacia el espejo del baño.
Lo que vio la dejó sorprendida: la marca aún parecía un rasguño sobre su piel blanca y delicada. Su mente volvió instantáneamente al momento en que fue mordida por su Alfa, Elisey. El impacto de ese instante todavía resonaba en su piel, como un recuerdo indeleble. Sus ojos se detuvieron en el tatuaje que adornaba su cuello y clavícula izquierda. El diseño resaltaba sobre su piel clara, y los bordes aún mostraban un leve enrojecimiento, como si el escozor de la reciente marca todavía estuviera presente. El centro del tatuaje, con un azul profundo, parecía palpitar con vida propia, recordándole la fluidez y el poder del agua. Los detalles plateados que lo rodeaban reflejaban la autoridad de su Alfa, mientras que las ondas ornamentales la conectaban con la manada, una parte inseparable de su ser.
Aunque el dolor aún persistía en los bordes recientes, una sonrisa boba se asomó en sus labios mientras delineaba suavemente con sus dedos la marca. Sabía que aquello no era solo un adorno, sino un testimonio vivo de su vínculo con Elisey y la manada.
—Mi Luna, ¿estás bien? —preguntó Elisey desde el otro lado de la puerta, preocupado.
—Sí, solo me quedé colgada —respondió ella con su jerga paraguaya habitual, mientras abría la llave del lavamanos y se remojaba la cara para despertar mejor, intentando calmar un poco el calor que sentía en la marca de su clavícula—. Ya salgo en un ratito, no te preocupes.
No escuchó los pasos de Elisey alejarse, así que cerró la llave del agua y abrió la puerta. Ahí estaba él, mirándola.
—No vas a aliviar la quemazón con agua, mi Luna —comentó Elisey, su mirada una mezcla de orgullo y ternura.
—¿Por qué no? —preguntó ella frunciendo el ceño, dándose aire con la mano en la zona de la marca, dándose cuenta de que ni siquiera sentía el viento en esa parte.
—Porque la marca recién se asienta al quinto día de ser hecha. Pero, si lo desea, puedo besarte hasta que se te pase la molestia —dijo Elisey con una voz cargada de amor y una insinuación lasciva.
—Tengo hambre de comida, Elisey... —confesó, tocándose el estómago, sabiendo perfectamente lo que él sugería como alivio.
—Preciosa, ¿y si hacemos algo antes? —preguntó, casi suplicante.
Ella sintió perfectamente el deseo ardiente y urgente de su Alfa, y su cuerpo reaccionó al instante. Sus piernas se apretaron por la intensidad con que lo percibía, pero negó con firmeza.
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Luna de Amor
Werewolf𝐷𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑎𝑗𝑒, 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜 Bruna Dávalos, una joven paraguaya de 27 años, lleva una vida dividida entre su trabajo como mesera y su pasión por escribir historias de hombres lobo. Mientras sueña con algo...