Capítulo 4

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Dolía bastante los párpados, pesaban horrible, como si no hubiera dormido bien toda la noche. O como si su cuerpo necesitara seguir durmiendo, sin embargo, no podía permitirse seguir durmiendo... No cuando sentía en sus manos una cálida caricia que la incitaba a quedarse y también inquietarse por la curiosidad que la embriagaba al saber quién podría ser. No podría ser Melo, su perrita; ella había fallecido hace unos meses. Su vida económica no era buena como para haberla cuidado como su meloncita lo necesitaba. Aceptar eso aún era un peso horrible. Su corazón se encogió y aspiró aire de golpe, mientras las lágrimas empezaban a aglomerarse en las orillas de sus párpados. No necesitaba pensar en ese dolor, no ahora. Así, despertó, buscando escapar de esa abrumadora verdad de la cual rehuía.

Su visión se volvió nítida al instante. Su cabeza dio un vuelco horrible de vértigo. Sintió la falta de sus lentes y, al recuperar la conciencia de su alrededor, lejos de esa abrumadora sensación de pensar en su dolor de luto, su mirada se enfocó a un lado, en su mano derecha, donde el mismo hombre de antes la sostenía, mirándola preocupado. Al cruzar miradas, él pareció recobrar la paz.

-Me tenías muy preocupado, mi Luna.

Con solo esa frase, Bruna decidió dejar caer su cabeza ligeramente levantada para verlo, cayendo en cuenta de que no estaba en su casa ni en su cama. La presencia de Elisey, un desconocido que la reclamaba como Luna y se creía Alfa, había transformado su vida en una ficción en cuestión de minutos.

-Entiendo... Estás cansada.

-Estoy abrumada. Saber que existes me hace entender que todo lo que recuerdo no fue un sueño que escribiré en mi próximo libro, sino que es... ¡Pura realidad! Me siento tan exhausta que no sé ni siquiera si quiero preocuparme por todo... -admitió, cerrando los ojos por un momento mientras se secaba las pocas lágrimas restantes- Tu piel es cálida, me gusta, pero aún duele.

-¿Por qué duele? -preguntó asustado, pero sin soltar la mano ni dejar de acariciar con el pulgar aquella gran mano varonil.

-Porque... hace cuatro meses que no recibo ese tipo de calidez, no desde que falleció mi perrita. -admitió triste.

-Oh, cuánto lo siento...

-Sí... ¿Elisey?

-Sí, mi Luna.

-Sonará egoísta de mi parte, y más cuando no te conozco más allá de lo que has dicho, pero... -empezó a decir ella con una voz temblorosa mientras lo miraba con una vista semi borrosa- No te atrevas a morir pronto ni mucho menos jurar que no lo harás, si seremos algo que no sea al límite. No quiero enfrentar otra muerte pronto, ¿sí?

El hombre de cabello rubio la miró, tragó duro y parpadeó, sorprendido por la petición. Pero la dulce caricia fue reemplazada por un gesto que prometía algo: un apretón que aseguró que lo comprendió.

-A pesar de que sospechas lo duro que puede ser mi vida, aún así me pides algo así. Sí, es egoísta, mi querida Luna, pero te prometo que trataré de estabilizar tu dolor y no empeorar en este tiempo. No seré imprudente, seré lo que más pueda ofrecerte... ¿Te sirve? -preguntó, esperando complacerla.

Bruna sonrió con un sabor agrio. Levantó su mano derecha sin dejar que la mano del contrario se despegara, atrayéndolo a su rostro. Lo rozó con su mejilla y nariz, ocultándose un poco en ese gesto de unión.

-Es más que suficiente.

Ambos sonrieron, soltando aire que ninguno había sido consciente de que estaba reteniendo.

-Perfecto.

Tras unos pocos segundos, ambos permanecieron percibiendo el sonido de sus corazones, emparejándose poco a poco en una danza recíproca. El malestar iba pasando más pronto con el toque íntimo que expresaba aquel gesto.

Luna de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora