Una vez nuestros estómagos habían quedado satisfechos, regresamos a la habitación. Le pedí a Elisey, apenada, si podía acostarse en la cama y yo acurrucarme en su torso. Él pareció encantado con mi sugerencia. Aunque su mirada mostraba preocupación, también anhelaba aligerar ese peso que veía en sus ojos, esos ojos bonitos que me daban paz y seguridad. Desde que llegamos juntos al Pueblo Rudeltlantik, lo había visto más a la defensiva y preocupado por mí.
Acurrucada en su Alfa, escuchando los latidos de su corazón, me sentía más relajada, como si todo lo que él representaba finalmente pudiera ser una realidad y no un sueño.
—Me encanta escuchar tus latidos; me hace sentir que no estoy viviendo en un sueño —susurré con voz calmada.
—Queremos ser tu refugio... —susurró conmovido el rubio de ojos azul celeste.
—Lo están siendo más de lo que he tenido en toda mi vida —susurré agradecida, levantando la mirada para verlo, encarando esos ojos que buscaban respuestas pacientemente en mí—. Gracias por respetarme tanto... Me hace sentir muy querida.
—No tienes nada que agradecer, es lo que mereces sentir, preciosa.
Mi garganta soltó un quejido de vergüenza plena por la cálida y cariñosa sensación que envolvía mi corazón. Sentía calor en mis orejas y mejillas; tal vez nunca me había visto sonrojada, pero sabía lo que significaba sentir esos calores en el rostro, sobre todo con las emociones a flor de piel que me embobaban.
—¿Qué fue ese sonido tan... dulce? —preguntó Elisey con una sonrisa conmovida, sus ojos asombrados como si hubieran escuchado un sonido único y auténtico.
—No sé cómo lo hice, pero... Solo sale cuando me ataca la sensación de ternura y cuando recibo mucho amor, algo... Algo que no comprendo del todo, y tampoco puedo digerirlo en silencio —admití avergonzada, evitando su mirada.
—Eres tan hermosa, Bruna.
La mención de mi nombre sonaba tan delicioso al oído con su acento alemán, uno que me tenía encantada, enamorada y extasiada de escuchar palabras tan bonitas. Con una sonrisa nerviosa clara entre mis labios, opté por actuar infantil, cubriendo sus labios como si pudiera callarlo solo para que mi corazón se calmara. Sentía cómo mis manos temblaban, sudaban y el calor me hacía entender cuánto me volvía loca el amor incondicional que solo palabras, miradas, voz o actitud podían capturar en mi corazón amante del romance y la fantasía, sabiendo que él era un hombre lobo, mi pareja destinada, y yo su luna.
—Por favor, no me digas tantas cosas bonitas de repente, que mi corazón se endulza y yo... Yo estoy muy oxidada en mostrar cariño romántico que hasta pena me da serlo —suplicé nerviosa, encontrándome con esa mirada divertida en Elisey, quien había comenzado a reír ahogadamente.
Preocupada por asfixiarlo, liberé la boca del rubio alemán. Sin darme cuenta, me había colocado encima de Elisey, cubriéndole la boca para evitar que mi corazón se desbordara con tanto amor.
—Todo lo que venga de ti será un honor recibirlo. No hay mayor perfección que la imperfección —dijo Elisey en un murmullo, con una mirada especialmente cálida en esos ojos azul celeste tan infinitos como el cielo.
—Eso solía decir mamá al ver mis dientes —reí un poco ante la casualidad de escuchar esa frase de otra persona que no fuera mi madre.
—¿Lo ves? Estaba escrito en el destino que coincidiera con nosotros; cada día escucho más coincidencias entre tu vida y las cosas que digo —dijo Elisey orgullosamente, encantado.
Negué divertida ante la ocurrencia, pero sabía que había mucha verdad en ello.
—Tal vez así siempre debió ser. Solo que nos demoramos unos años en coincidir —acerté a decir, sin elevar demasiado ese orgullo.
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Luna de Amor
Werewolf𝐷𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑎𝑗𝑒, 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜 Bruna Dávalos, una joven paraguaya de 27 años, lleva una vida dividida entre su trabajo como mesera y su pasión por escribir historias de hombres lobo. Mientras sueña con algo...