Mientras los hechiceros continuaban sus asuntos, Bruna aprovechó el breve momento de descanso para tomar un bocado y recuperar algo de energía antes de enfrentarse a las próximas tareas del día. Con el estómago ya lleno, sacó su celular, una de las pocas conexiones con el mundo exterior que aún podía mantener en este territorio, donde la señal era escasa y el Internet decente solo en lo alto de la torre Alfa. La tentación de enviarle un audio en la app de mensajería a “su encanto alemán” estaba allí, pero sabía que el mensaje se retrasaría.
Miró la pantalla y notó que el reloj marcaba las once y media de la mañana. Entre las notificaciones, algunos mensajes sin leer de su madre captaron su atención. También vio varios reels enviados a su red social de fotos, probablemente de su hermano o de su sobrina mayor. Un golpe de nostalgia le recorrió el pecho, recordándole cuánto extrañaba esa otra parte de su vida. Instintivamente, llevó la mano al centro de su clavícula, como si quisiera contener esa sensación punzante que se aferraba a su corazón.
—¿Se siente mal, Luna? —preguntó Lucas, el omega del escuadrón del Alfa, notando su gesto de melancolía.
Bruna levantó la mirada hacia él y, sin dejar que sus emociones asomaran, negó sutilmente con la cabeza.
—Estoy bien, tranquilo.
Lucas no parecía convencido, pero optó por no insistir. Sin embargo, Crystal, la omega transexual que fungía como una de sus más cercanas consejeras y amigas, no pudo quedarse al margen.
—¿Bru? —La llamó suavemente, su tono lleno de dulzura y compasión auténtica.
Bruna respiró hondo y esbozó una pequeña sonrisa, esforzándose por adoptar un semblante optimista para no preocupar más a sus acompañantes.
—Estoy bien, Crys, vamos, pronto debemos reunirnos con el Rey de Roma.
Ambos omegas intercambiaron una mirada, conscientes de que su Luna probablemente ocultaba más de lo que estaba dispuesta a compartir. Aun así, respetaron su deseo de mantener las apariencias y asintieron, listos para continuar con su labor de escoltarla. Sin perder más tiempo, avanzaron por los pasillos de piedra del Templo Arcano, dirigiéndose hacia la imponente torre donde el Luna Jeff, ex-Luna y padre del Alfa Elisey, esperaba para discutir asuntos importantes.
La estructura del templo era majestuosa y ancestral, un lugar cargado de historia y magia que resonaba en cada piedra tallada y cada símbolo arcano que adornaba las paredes. La luz de la mañana se filtraba tenuemente a través de los ventanales de vitrales de colores, llenando el lugar de un ambiente etéreo. Bruna, aunque acostumbrada a este sitio, siempre sentía una mezcla de respeto y curiosidad al estar rodeada de tanta historia.
Al llegar a la puerta de la torre, los omegas la dejaron pasar primero. Bruna respiró profundamente antes de entrar, preparando su mente y su corazón para el siguiente reto.
Jeff Zickerman se encontraba sentado en un escritorio con varios libros apilados, papeles y un cuerpo esférico etéreo, suave con un color ferroso, marrón conectado claramente al elemento tierra. Este parecía estar conectado en ese hombre imponente, el ex-luna de la manada Rudeltlantik; ese hombre de cabello corto claro, rubio oscuro casi castaño con ese estilo de peinado hacia atrás, la miraba tan serio e impaciente como si no quisiera verla enfrente de sus narices. Esa barba corta y bien perfilada se la acariciaba a modo de calmarse, mientras le pedía gestualmente a todos sentarse en los asientos frente a su escritorio.
Los tres entraron en la sala con una respetuosa inclinación hacia el ex-Luna Jeff, quien aguardaba con una expresión imperturbable. Bruna no pudo evitar observar sus ojos verdes, un contraste claro con los de su hijo, Elisey, quien había heredado los ojos de su madre más que los de este hombre.
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Luna de Amor
Vârcolaci𝐷𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑎𝑗𝑒, 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜 Bruna Dávalos, una joven paraguaya de 27 años, lleva una vida dividida entre su trabajo como mesera y su pasión por escribir historias de hombres lobo. Mientras sueña con algo...