Las papilas gustativas de Bruna estaban encantadas con la gastronomía alemana. Murió placenteramente al disfrutar de los manjares, especialmente del bratwurst, aunque, con cierta pena, lo comió entre pan por pura glotonería, lo que sorprendió a dos de los cocineros de la casa: Melanie y Jhon, una pareja casada que llevaba casi cuarenta años sirviendo a la familia Zickerman; ambos eran licántropos.
—Si almorzamos y cenamos estos chorizos de vez en cuando, terminaré siendo más carnívora, ya te aviso —comentó entre bocados de su sándwich. El bratwurst, un chorizo alargado cocido a la sartén, estaba delicioso—. Aunque esta ensalada de papas con verduras está en su punto...
Elisey la observaba divertido, como si fuera una degustadora profesional.
—Algún día deberás llamarlo por su nombre, mi luna.
—Por ahora no me sale, siento que te hago pasar pena con mi mala pronunciación —admitió, sonrojándose—. Aunque me gustaría no darme cuenta de que me da más pena a mí que a ti, ¿sabes?
Luego de decir esto, Elisey le acarició la mejilla derecha con su pulgar, induciéndola a cerrar los ojos y sonreír con timidez.
—No podría sentir vergüenza al verte tan optimista y persistente. Aunque es una carencia notable, has puesto tanto esfuerzo que me haces sentir orgulloso y feliz de tenerte conmigo —la miró con una calidez y seguridad que hicieron que sus ojos se iluminaran.
«Podrán decir que los alemanes son rudos o apáticos, pero hasta el momento, siento que he derretido la fría capa de hielo que los rodea», pensó embobada.
—Espero que sigas teniendo la misma paciencia en los próximos meses, pero lucharé siempre para hacerte sentir orgulloso de mí —declaró con una sensación sublime burbujeando en su corazón.
Se aventuró a tomar la mano de Elisey con cariño incondicional. Elisey entrelazó sus dedos con seguridad, cariño y suavidad.
Después de comer el último bocado y tomar un poco de Coca-Cola, Bruna sintió que la molestia de migrañas y mareos había desaparecido. Sin embargo, la mirada cálida de Elisey se volvió turbia al mirar detrás de él, como si la capa de frialdad alfa tomara lugar en su persona.
Volvió la mirada curiosa y, mientras saboreaba la gaseosa, se quedó estancada en la garganta al ver que los padres y la supuesta prima de Elisey se acercaban buscando impacientemente explicaciones.
Los hombros de Elisey se cuadraron, y nuevamente la conversación en alemán invadió el comedor. Bruna intentó mantener su tranquilidad, enfocándose en digerir el delicioso sabor de la Coca-Cola, aunque no duró mucho ya que la bebió en cinco tragos.
Bajó el vaso y, con un sonido de reclamo en la garganta, preguntó:
—¿Eh? ¿Qué pasa?
—Perdona que no hayamos hablado en español, pero mis padres y mi prima parecen muy interesados en conocerte, mi luna —aclaró Elisey en español.
Bruna respiró profundo, tomó una postura erguida y segura, y cambió su aspecto tímido por uno más neutral. «No es momento de parecer débil, ahora es hora de volver a tener el caparazón», pensó, determinada a manejar la situación con responsabilidad y seriedad.
—Bien. ¿Hablan español o deberé...? —empezó a decir, pero fue interrumpida.
—Sé hablar perfectamente en español —dijo la prima con una voz femenina jocosa alemana, mirándola con astucia, aunque desde arriba—. ¿Me vas a reemplazar por una extranjera inútil?
La bofetada que siguió a esa última frase fue como echarle leña al fuego del espíritu de tigre hambriento de Bruna.
—Gamma Rose, achte auf deine Worte, sie ist deine Herrin, mehr Respekt —bramó Elisey con un tono serio, como si estuviera rumiando cada palabra.
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Luna de Amor
Werewolf𝐷𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑎𝑗𝑒, 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜 Bruna Dávalos, una joven paraguaya de 27 años, lleva una vida dividida entre su trabajo como mesera y su pasión por escribir historias de hombres lobo. Mientras sueña con algo...