Capítulo 3

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Y como si fuera arte de magia, cuando el hombre la alcanzó, pasando sus brazos por encima de ella y abrazándola con la intención de protegerla de quién sabe qué peligro, su mente se volvió luminosa, y el tiempo pareció pasar en cámara lenta mientras ambos fijaban sus miradas en los hombres no tan delgados sino fortachones, como si estuvieran buscando algo a olisqueos pero que al mismo tiempo hubieran perdido el aroma.

Los vieron perderse de sus vistas. Cuando el desconocido pudo suspirar con alivio, supo que la amenaza había pasado.

Su cabeza comenzó a dolerle horrible. Sus piernas temblaban como gelatina y poco después cedieron en pleno cansancio, como si hubiera hecho una gran maratón con aquel susto de muerte.

—El peligro ha pasado, tranquila, no temas —expresó preocupado el hombre rubio o albino.

—No tengo miedo. La adrenalina se me bajó y es muy normal que me descompense —atribuyó Bruna, totalmente inconforme con que la tratara como una damisela en apuros. Ella no era eso.

—Bien. Igualmente espero que accedas a dejar este lugar. Necesito que estemos a salvo. Reitero, aquí ya no lo estamos —expresó serio.

—Para empezar, no sabemos nuestros nombres ni siquiera nos conocemos —debatió Bruna, empezando a sentirse más adormilada, como si le faltara azúcar. Lo cual era muy extraño.

—Mi nombre es Elisey Zickerman. ¿Y tú? —propuso persistente el hombre rubio o albino, con una temperatura bastante cálida.

«Curioso, está cálido entre sus brazos» pensó Bruna, encantada.

—Soy Bruna Dávalos.

—Un gusto, Bruna. Entonces, ahora ya nos conocemos. ¿Ya nos vamos? —preguntó de nuevo, como si estuviera suplicando.

—Tú no eres un humano común, ¿verdad? ¿Desde cuándo la actitud amistosa de conocerse se gana la confianza solo con el nombre? Y aunque no me transmites desconfianza, creo que así no es conocerse, ¿sabes? —replicó incómoda, tratando de liberarse de su estado de debilidad y de las manos de Elisey, pero su cuerpo parecía desganado.

«Mierda, no me gusta esto... Todo por no terminar de almorzar» pensó Bruna, quejándose tras percatarse de que estaba en aprietos.

El rubio se tensó al escucharla. Sin embargo, su sonrisa solo se ensanchó. Parecía encantado.

—Eres sin duda muy diferente. Me encantas, pero no quisiera forzarte.

—Pues no lo hagas. Es que de verdad suenas como si hubieras salido de una novela de fantasía, donde eres un hombre lobo, porque sí nomás. Te escuché rugir hace unos minutos atrás y espero que haya sido una imaginación mía, porque menuda vergüenza me cargo por mis sospechas soñadoras. Además, la única pista o sospecha que se adapta a todo lo que dices es que yo sea la luna de un Alfa y eso... —sonrisa nerviosa con los labios temblorosos, sintiendo calor en las mejillas— Todo lo mencionado es demasiado ficticio para ser real. Soy escritora y créeme, me he pasado de lanza con decir todo lo anterior, no es posible toda esa sospecha, ¿verdad?

Y otro dato muy importante: si cuando tenía ansiedad comía mucho, cuando estaba nerviosa hablaba hasta por los codos de cualquier cosa random.

—Y la verdad es que no te equivocas...

La corta frase con la que Elisey le respondió le dio un escalofrío de sudor frío.

—¿Qué...? —preguntó Bruna, demasiado aturdida.

—Soy Alfa, y como dije previamente, he estado en una gran búsqueda por años. ¿Qué buscaba? Estabas en lo correcto. Estaba buscando a mi Luna. No soy muy bárbaro como para reclamarte como en los libros, pero... Si tú quieres, lo hago para dejarte en claro que... —se acercó suavemente al oído cerca de su cuello desnudo. La posición de ambos no era muy pública, ya que ella estaba sentada en el suelo y él iba acortando la distancia entre ambos, acercándose a la columna de la pared por la que ella se encontraba arrinconada— Eres mía, Bruna Dávalos, mi Luna.

El corazón se le subió a la boca en un instante. Atrapó el rostro de Elisey entre sus manos, dejándola muy cohibida ante su cercanía y forma de aclarar el asunto.

—Entonces... Creo... Creo... —titubeó nerviosa, totalmente inexperta a que sus fantasías literarias se pudieran hacer físicas. Tras una bocanada de aire, dijo lo que se le vino a la mente— Es ridículo... pero no imposible. Ser Luna no era el plan de escape en el que pensaba para esta desdicha económica...

—¿Estabas con problemas de...?

Y hasta allí pudo comprender. Su mente no le dejó procesar más allá que balbuceos, un fino sonido de un rayo agudo en sus oídos. Cayendo en una oscura nube bastante conocida para ella.

«Qué boluda, me desmayé jajaja...» pensó.

Después, todo la envolvió en pleno silencio y oscuridad, perdida en ese reconocimiento.

Luna de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora