29. Primera cita médica

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Ya habíamos vuelto a clase después de las vacaciones. Ese día pasó lo que me esperaba: todos hablaban de sus vacaciones de dos semanas en la montaña esquiando y de los regalos de Navidad. Yo estaba en mi sitio sola, esperando a que viniera el profesor.

–Buenos días, ya basta de hablar. Sentaros todos. Oye, tú, súbete la mascarilla, no queremos más contagios en esta clase.

La pandemia me gustaba cuando estábamos encerrados en casa, no ahora con medio millón de restricciones.

El orientador nos dijo que la expulsión sería de un solo día, aunque lo que hicimos mereciera tres. Durante las próximas semanas estaríamos expulsadas los jueves y los viernes (un día cada una), hasta que todas lo hayamos estado. Por ejemplo, yo iba a estarlo el viernes de la semana siguiente.

Los de clase no se atrevieron a reírse de mí, ni siquiera se acercaron. Tal vez sea porque le di un tortazo a Noa en su día.

Las clases pasaron muy lentas esa mañana. Cuando llegué a casa, mi madre tenía una noticia para mí.

–Después de estar esperando una semana, que yo me esperaba más tiempo, nos han dado ya la cita. Será el viernes que viene. Me esperaba que fuera más tarde. Tendremos que pedir un justificante para darlo en el colegio.

–El justificante no hará falta. ¿Te acuerdas que tenían que expulsarme? Será el viernes que viene. La falta ya estará justificada con la expulsión.

–De maravilla entonces.

–¡Alexa! Tengo miedo –le dije cuando ese día habíamos quedado (raro quedar en la situación actual)–. El viernes que viene, el día de la expulsión, voy a mi primera cita con el psicólogo. No sé cómo irá.

–¿Cómo quieres que vaya? Irá bien.

–Hay muchas razones para que vaya mal.

–También hay razones para que vaya bien. Tienes que dejar de preocuparte de esta forma tan exagerada. Es un psicólogo, no un sicario.

–Ya, pero... me da vergüenza. No le cuento mi vida a mis padres, como para contarle a un desconocido.

–Ya verás que todo irá bien. Tienes que ir.

–Tú me cuentas tus problemas y te daré consejos, pero no soy profesional. Tienes que solucionar tus problemas e ir más relajada por la vida.

–¿Y cómo me olvido de mis problemas?

–¿Vamos a seguir con esta conversación tan estúpida?

–Claro, tienes que dejar de sobrepensar. Cuando tú vas en autobús vas relajada, ¿verdad? Pues, ¿por qué no te relajas con el viaje de tu vida?

–Porque conozco a la conductora. Además, no tengo licencia para conducir.

–Chica, quiero animarte. Por favor, ten un poco de cabeza.

Cuando estoy preocupada se nota y me pongo muy pesada.

–Te habrás quitado la alarma de mañana, ¿no? –cuestionó mi madre.

–Sí, ¿pero a qué hora tenemos que ir ahí?

–No te preocupes, que te despertaré cuando tengamos que irnos si sigues dormida.

Me costó quedarme dormida por los nervios.

No sabía qué hora era, pero me levanté para ir al baño.

–¿Qué haces despierta tan pronto? Son las 9 y media. Me esperaba que durmieras más.

–Solo quería ir al baño.

–Vale, pero no vuelvas a la cama. Iba a despertarte en media hora.

Estábamos en la sala de espera esperando desde hacía ya unos 10 minutos. Carla estaba en clase y mis padres estaban conmigo esperando.

–¿Irene Castañ Sagarra? Entra conmigo.

No sabría explicar mi primera reacción sobre el psicólogo. No era él, era ella. Parecía... ¿mala persona? Lo que me gustaba de ella era... ¿sus zapatos?

Me dijo que entrara en su consulta y ella entró detrás de mí cerrando la puerta. Cuando nos sentamos, empezó a bombardearme con preguntas.

–Bueno, Irene, cuéntame. ¿Qué te pasa?

–No sé.

–Cuéntame algún aspecto de tu vida que quieras cambiar.

–Todo.

–Explícate mejor.

–No me gusta mi manera de pensar, ni de ser, ni mi físico, ni mi pelo, ni mi familia, ni el colegio al que voy. A veces pienso que mis amigas me van a traicionar porque son pocas. Tampoco me gusta mi casa, ni... No me gusta nada.

–¿Cómo te hace sentir este problema?

–Mal.

–¿Podrías especificar?

–No merece la pena vivir. Es una mierda ser como soy. No pedí nacer y ojalá nunca hubiera nacido.

–¿Qué mejora tu problema?

–Escuchar música. Pero aquí viene otro problema: muchas veces me interrumpen cuando la escucho.

–Vaya. Si tuvieras una varita mágica, ¿qué cambiarías de tu vida?

–Todo.

–Tenemos mucho trabajo que hacer aquí.

Ella me pidió que saliera y mis padres entraron en privado para hablar de mí. Lo primero que hice fue enviarle un audio a Alexa: «Me da miedo lo que puedan hablar ahí dentro».

Mi querida amiga Alexa [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora