Saraah

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Sarah, de nueve años, tenía la mirada perdida en el cielo estrellado desde la ventana de su habitación. Era una noche tranquila en el pequeño pueblo de Meadowville, pero dentro de su mente, un torbellino de preguntas y emociones se desataba. Su madre había desaparecido hacía dos años, y nadie sabía a dónde se había ido. Nadie excepto, quizá, su padre, que se negaba a hablar del tema.

En las últimas semanas, los sueños de Sarah habían cambiado. Ya no eran simples imágenes confusas que se desvanecían al despertar. Ahora, eran tan vívidos que podía sentir el aire fresco de esos otros mundos, oír el murmullo de ríos desconocidos y ver paisajes que nunca había imaginado. Cada noche, Sarah se encontraba en lugares mágicos y extraños, y cada mañana, la sensación de que esos sueños tenían un significado importante crecía más.

Esa noche, el sueño la llevó a un bosque iluminado por una luz dorada que no provenía del sol. Caminó entre los árboles, maravillada por la belleza y la serenidad del lugar. En medio del bosque, encontró un claro con una fuente de agua cristalina. Una figura apareció ante ella, una mujer de cabellos oscuros y ojos brillantes que la observaban con una mezcla de tristeza y amor.

—Sarah —dijo la mujer con voz suave—, sé que tienes muchas preguntas. No estás sola en esto.

Sarah sintió una punzada en el pecho al oír su nombre. La voz de la mujer le resultaba extrañamente familiar. Abrió la boca para preguntar, pero la figura desapareció antes de que pudiera decir algo. Se despertó sobresaltada, con el corazón latiendo con fuerza.

Decidida a obtener respuestas, Sarah bajó las escaleras silenciosamente, hacia el estudio de su padre. Sabía que era tarde, pero algo en su interior la empujaba a seguir adelante. Encontró a su padre inclinado sobre su escritorio, rodeado de papeles y libros antiguos. No levantó la vista cuando ella entró.

—Papá —dijo Sarah con firmeza, aunque su voz temblaba un poco—, necesito hablar contigo. Necesito saber qué pasó con mamá.

Su padre levantó la mirada lentamente. Sus ojos, normalmente llenos de calidez, estaban ahora sombríos y cansados.

—Sarah, es tarde. Vuelve a la cama —dijo, intentando sonar autoritario.

—No puedo dormir sin respuestas. He estado teniendo sueños... sueños que parecen reales. Hay algo que no me estás diciendo —insistió ella.

Su padre suspiró y se frotó los ojos. Durante un largo momento, pareció debatirse internamente. Finalmente, se levantó y caminó hacia una vieja caja de madera en un rincón del estudio. La abrió con cuidado y sacó un objeto pequeño envuelto en una tela gastada. Al desenvolverlo, reveló un medallón antiguo con extraños símbolos grabados.

—Tu madre... —comenzó él, con la voz cargada de emoción— encontró este medallón poco antes de desaparecer. Ella siempre dijo que tenía algo especial, algo que la conectaba con otros mundos. No quería que lo supieras para protegerte, pero creo que ya es hora de que conozcas la verdad.

Sarah tomó el medallón entre sus manos, sintiendo un calor familiar que la envolvía. Al mirarlo más de cerca, reconoció los símbolos de sus sueños. Sabía que este era solo el comienzo de su viaje, un viaje que la llevaría a descubrir no solo el destino de su madre, sino también los secretos que habían estado ocultos en su familia durante generaciones.

Con el medallón brillando suavemente en sus manos, Sarah supo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora