Perdón

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Ailith avanzaba con dificultad, cada paso hacia la aldea se hacía más pesado, como si una fuerza invisible la estuviera arrastrando hacia atrás. Los pensamientos oscuros la consumían. ¿Para qué había servido tanto sacrificio? Sus padres muertos, su hijo arrancado de sus brazos antes de tiempo, y Kael... hijo de una mujer que había intentado destruir a su familia. El amor que una vez había sentido por él ahora se transformaba en resentimiento.

—¡PARA! —gritó Ailith, intentando detener la tormenta de emociones que la envolvía, pero era inútil. A su alrededor, el mundo de fantasía que alguna vez había sido su refugio se transformaba en un paisaje de sombras y terror. Lo bonito y mágico se desvanecía, reemplazado por una oscuridad aplastante.

No quería regresar a la aldea, no quería enfrentar a Kael ni a esos aldeanos que tanto despreciaba. Decidió seguir adelante, alejarse de todo lo que conocía, esperando que la distancia pudiera aliviar su dolor. Pero su camino fue interrumpido.

De la nada, Morgathra apareció frente a ella, una sonrisa cruel dibujada en su rostro.

—Esta vez, jovencita, será tu última batalla.

La lucha que siguió fue brutal. Ailith, alimentada por su rabia y desesperación, peleó con todas sus fuerzas, pero algo faltaba. No sentía la presencia del hermano de Morgathra, lo cual era extraño. En medio de la batalla, un pensamiento fugaz pasó por su mente: ¿Lo había matado antes? No lo recordaba.

De repente, un dolor agudo la atravesó. Sin darle tiempo a reaccionar, Malakar emergió de las sombras, clavándole una lanza de oscuridad que la atravesó por la mitad. El dolor era insoportable y la oscuridad comenzó a consumirla.

—¡Kael! —gritó en un último acto de desesperación, pero su voz se desvaneció en la nada.

Mientras caía al suelo, todo a su alrededor se volvía negro. Los rostros de sus padres, su hijo, Kael, y todos los que había conocido parpadearon en su mente. Sentía que la vida se le escapaba y que las fuerzas la abandonaban. La traición, el dolor, la soledad... todo la abrumaba.

En sus últimos momentos, Ailith se dio cuenta de algo importante. No era la oscuridad externa la que la había derrotado, sino la oscuridad dentro de ella. Los resentimientos y el odio que había permitido crecer en su corazón la habían debilitado más que cualquier enemigo.

Con sus últimas fuerzas, Ailith susurró una palabra, una palabra que esperaba pudiera traer un poco de paz a su alma: "Perdón."

Y así, mientras la oscuridad la consumía, Ailith se dejó llevar, esperando que en algún lugar, más allá de este mundo, encontraría la paz que tanto había buscado.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora