Regreso de la Oscuridad

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Ailith se quedó mirando a Morgathra y a su hermano, Malakar, sintiendo una mezcla de incredulidad y furia. ¿Cómo era posible que estas dos entidades malignas estuvieran ahí, frente a ella? Los había visto caer, había sentido su desaparición como un alivio en la energía del mundo. Y ahora estaban aquí, con una sonrisa burlona en sus rostros.

—¿Qué demonios estáis haciendo aquí? —exclamó Ailith, su voz resonando en la cueva—. Os derroté una vez. ¿Cómo es posible que estéis de vuelta?

Morgathra soltó una carcajada fría, su mirada llena de desprecio y diversión.

—Oh, querida Ailith, ¿de verdad pensaste que sería tan fácil deshacerse de nosotros? —respondió, sus ojos destellando con una luz siniestra—. Nuestra esencia es más fuerte de lo que imaginas. Caímos, sí, pero solo para regresar más poderosos.

Malakar asintió, dando un paso al frente. Su presencia era igual de intimidante que la de su hermana, y su voz resonó con una calma perturbadora.

—Nuestra caída fue solo el comienzo de nuestro verdadero poder. Nos hemos fortalecido en la oscuridad, y ahora estamos aquí para reclamar lo que es nuestro.

Ailith apretó los puños, sintiendo cómo la ira burbujeaba dentro de ella. Sus palabras eran como veneno, pero necesitaba respuestas antes de lanzarse a una batalla que sería ardua, especialmente estando sola.

—¿Qué queréis de mí? —demandó, sus ojos fijos en los dos—. ¿Por qué habéis vuelto? ¿Qué propósito tenéis ahora?

Morgathra sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Queremos verte sufrir, Ailith. Queremos ver cómo la desesperación te consume. Queremos que seas testigo de la destrucción de todo lo que amas, igual que nos hiciste a nosotros.

Malakar levantó una mano, señalando el cristal oscuro en el pedestal.

—Este portal —continuó— es solo el principio. Con él, desataremos el caos en tu mundo. La aldea, tus seres queridos, todo se desmoronará. Y tú, Ailith, no podrás hacer nada para detenernos.

Ailith sintió una oleada de desesperación mezclada con determinación. No podía permitir que se salieran con la suya. No después de todo lo que había perdido. Su mente buscaba frenéticamente una estrategia, una manera de enfrentarlos y proteger a los que amaba.

—No os dejaré destruir mi mundo —dijo con firmeza, dejando que su poder fluyera a través de ella—. No después de todo lo que he pasado. Y si tengo que acabar con vosotros una y otra vez, lo haré.

Morgathra y Malakar intercambiaron miradas, como si su determinación les divirtiera. Pero Ailith sabía que esta batalla sería diferente. Había aprendido, había crecido, y no estaba dispuesta a rendirse.

—Entonces ven, Ailith —dijo Malakar, extendiendo una mano hacia ella—. Muéstranos de qué estás hecha.

La cueva se llenó de un resplandor intenso cuando Ailith canalizó toda su magia, preparándose para la confrontación. Sus pensamientos se centraron en Kael, en su hijo perdido, en la aldea que había jurado proteger. Este sería el combate más difícil de su vida, pero estaba lista para enfrentarlo.

Con un grito de guerra, Ailith se lanzó hacia adelante, dispuesta a luchar hasta el final.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora