El vínculo

2 1 0
                                    


Meses después de la caída de Morgathra y Malakar, la vida en la aldea comenzó a florecer nuevamente. Ailith y Kael, recién casados, vivían en un estado de felicidad y armonía que parecía irrompible. La aldea celebraba su victoria y la nueva paz que reinaba, y la pareja se deleitaba en los pequeños momentos de la vida cotidiana.

Una mañana, mientras el sol se alzaba sobre los campos dorados, Ailith sintió una oleada de emoción y corrió hacia Kael, quien estaba trabajando en el jardín.

—Kael, tengo una noticia maravillosa —dijo, con una sonrisa radiante—. ¡Vamos a ser padres!

Kael la miró con sorpresa y alegría, levantándola en sus brazos y girando con ella en un abrazo lleno de amor.

—¡Ailith, eso es increíble! —exclamó, besándola con ternura—. No podría estar más feliz.

La noticia se extendió rápidamente por la aldea, y todos compartieron la alegría de la pareja. Sin embargo, en las profundidades de la oscuridad, una nueva amenaza se cernía sobre ellos. Fuerzas oscuras, resquicios del mal dejado por Morgathra y Malakar, habían planeado su venganza. Se colaron en la aldea y envenenaron la comida de Ailith con un hechizo oscuro destinado a hacerla sufrir.

Un día, Ailith comenzó a sentirse extrañamente débil y mareada. Al principio, pensó que era parte del embarazo, pero cuando los dolores se intensificaron, supo que algo estaba terriblemente mal. Kael la llevó rápidamente a la curandera de la aldea, pero la gravedad del envenenamiento era demasiado.

—Lo siento mucho, Ailith. Hicimos todo lo que pudimos... —dijo la curandera, con tristeza en sus ojos.

Ailith sintió una ola de desesperación y dolor al comprender que había perdido a su bebé. El llanto la sacudió, y Kael, con el corazón roto, la abrazó fuertemente, compartiendo su dolor.

Los días siguientes fueron oscuros y llenos de tristeza. Ailith se sumió en un profundo estado de melancolía, apenas comiendo o hablando. Se sentía destrozada por la pérdida y culpable por no haber podido proteger a su bebé. Kael, igualmente devastado, trataba de consolarla, pero él mismo luchaba con su propio dolor.

Una noche, mientras Ailith se sentaba sola junto al río, mirando el reflejo de la luna en el agua, Kael se acercó y se sentó a su lado.

—Ailith, no sé cómo aliviar tu dolor, pero quiero que sepas que estamos juntos en esto. Te amo más que a nada en este mundo, y superaré esto contigo —dijo Kael, tomando su mano.

Ailith miró a Kael, viendo en sus ojos el amor y la determinación que siempre había admirado. Aunque el dolor seguía siendo intenso, sintió un pequeño rayo de esperanza.

—Kael, te amo tanto... No sé qué haría sin ti —respondió, apoyando su cabeza en su hombro.

Juntos, decidieron enfrentarse a la tristeza, apoyándose mutuamente y fortaleciendo su vínculo. La aldea, siempre solidaria, también les brindó su apoyo y amor, ayudándolos a encontrar fuerzas para seguir adelante.

Sin embargo, sabían que la amenaza seguía latente. Ailith, decidida a proteger a su familia y a su aldea de cualquier nuevo ataque, empezó a entrenar nuevamente, esta vez con una determinación renovada y una fuerza interior que había nacido de su dolor.

—No dejaremos que las sombras nos derroten, Kael. Lucharemos juntos, por nosotros, por nuestra aldea, y por el futuro que queremos construir —dijo Ailith, con el fuego de la determinación brillando en sus ojos.

Kael asintió, compartiendo su convicción. Juntos, sabían que podían enfrentar cualquier desafío, y que el amor que los unía era más fuerte que cualquier oscuridad que pudiera amenazarlos.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora