Comienzos

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Ailith se adentraba cada vez más en el vasto y enigmático mundo de fantasía. Con cada paso que daba, el paisaje a su alrededor cambiaba, como si el mismo bosque respondiera a su tormenta interna. Los árboles parecían susurrar secretos antiguos, y las criaturas mágicas se ocultaban entre las sombras, observándola con cautela.

—Toda mi vida, siempre he sido la heroína —murmuraba para sí misma, sus palabras teñidas de amargura—. Y ahora, ¿quién soy? Mi marido, siempre diciendo "cálmate... lo haremos juntos". ¿Dónde estaba él cuando nuestro hijo murió? ¿Dónde estaban esos aldeanos de mierda cuando los necesitaba?

La rabia hervía en su interior, mezclándose con el dolor y la desesperación. Cada vez que pensaba en la noche fatídica en la que su hijo murió, sentía como si un cuchillo se hundiera más en su corazón. Había desprotegido a su hijo, y la culpa la consumía.

Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras caminaba sin rumbo, el suelo bajo sus pies transformándose en senderos de piedra luminosa y flores resplandecientes. El mundo de fantasía que la rodeaba era hermoso y peligroso, un reflejo de su propio estado emocional. Ailith no tenía un destino claro, solo sabía que no podía quedarse en la aldea, donde cada rincón le recordaba su dolor y su fracaso.

El cielo sobre ella se teñía de colores cambiantes, desde el dorado del amanecer hasta el violeta profundo del atardecer, reflejando la naturaleza mágica del lugar. Ailith no se detenía, avanzaba con una determinación sombría, guiada por una necesidad interna de encontrar respuestas, o tal vez solo un escape de su dolor.

Cada criatura mágica que encontraba en su camino parecía sentir su tormento. Los unicornios de pelaje plateado y los dragones de escamas iridiscentes se mantenían a una distancia respetuosa, conscientes del peligro que emanaba de su inestable magia. Incluso los duendes traviesos y los elfos sabios preferían observar desde lejos, temerosos de desencadenar la furia que ardía en su interior.

Ailith llegó a un claro rodeado de árboles gigantescos cuyas ramas se entrelazaban formando una cúpula natural. En el centro, un lago cristalino reflejaba el cielo estrellado, creando una escena de serena belleza. Pero Ailith no encontraba consuelo en la paz del lugar. Se arrodilló junto al lago, su reflejo distorsionado por las lágrimas que no cesaban de brotar.

—¿Qué se supone que quieres que haga ahora? —gritó, su voz resonando en el claro vacío—. He perdido a mis padres, a mi hijo... y mi marido... ¡Él no me entiende!

El eco de sus palabras se desvaneció en el aire, dejando solo el sonido suave del agua y el susurro del viento. Ailith cerró los ojos, tratando de encontrar alguna forma de calmarse, pero el dolor y la rabia eran demasiado intensos. Se sentía como una vasija rota, cada pieza afilada hiriéndola más a medida que intentaba unirlas.

Permaneció allí durante lo que pareció una eternidad, luchando contra sus propios demonios. Finalmente, el cansancio la venció, y se tumbó sobre la hierba suave, dejándose llevar por un sueño inquieto. Sus sueños estaban poblados de visiones del pasado, de su hijo, de su marido, de los aldeanos que había protegido. Cada imagen era una mezcla de recuerdos felices y dolorosos, un recordatorio de todo lo que había perdido.

Al despertar, el sol se filtraba a través de las hojas, bañando el claro en una luz dorada. Ailith se levantó lentamente, su cuerpo adolorido y su mente aún más confundida. Sabía que no podía seguir así, que debía encontrar una forma de reconciliarse con su dolor y su ira.

Sin embargo, el camino hacia la sanación era incierto y peligroso. Ailith se dio cuenta de que necesitaba encontrar su propio propósito, más allá de ser una heroína, una esposa, o una madre. Necesitaba descubrir quién era realmente, y cómo podía vivir con las cicatrices de su pasado.

Con una última mirada al lago, Ailith retomó su marcha, adentrándose aún más en el bosque de fantasía. Cada paso era un desafío, pero también una oportunidad para encontrar respuestas y, tal vez, un nuevo comienzo.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora