Desesperanza

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Ailith y Kael seguían su búsqueda incansable para encontrar a Sarah, pero el camino se hacía cada vez más difícil. La espesura del bosque se cerraba a su alrededor, y el peso de la desesperación y la incertidumbre se hacía cada vez más pesado. Ailith sentía que el tiempo se agotaba, que cada paso los llevaba más lejos de salvar a su madre. Una mañana, abrumada por el dolor y el miedo, rompió a llorar tan fuerte que los árboles parecieron compartir su tristeza, inclinando sus ramas y dejando caer sus hojas como lágrimas.

Kael se acercó a ella, su corazón apesadumbrado al verla así. Sabía que el tiempo era crucial, pero también sabía que necesitaban seguir adelante, por muy desesperanzados que se sintieran.

—Ailith, por favor, no te rindas. Sé que es difícil, pero debemos seguir adelante. Tu madre necesita que sigamos —dijo, su voz llena de preocupación y ternura.

Ailith, con los ojos llenos de lágrimas, levantó la mirada hacia Kael. Sentía un nudo en el pecho, una desesperanza que amenazaba con consumirla.

—Kael, siento que no llegaremos a tiempo. No puedo soportar la idea de no volver a ver a mi madre, de no poder despedirme de ella —susurró, su voz rota.

Kael la abrazó, intentando transmitirle toda la fuerza que le quedaba.

—Lo sé, Ailith. Pero debemos intentarlo. No podemos dejar que Morgathra y Malakar ganen. Por tu madre, por nosotros, debemos seguir luchando —dijo, con determinación.

Mientras tanto, en su oscura guarida, Morgathra y Malakar observaban con cruel satisfacción. Sabían que Ailith y Kael estaban en una carrera contra el tiempo, y disfrutaban de la desesperación que sus enemigos debían estar sintiendo.

—Pronto, hermano. Muy pronto, su espíritu estará completamente roto. Si su hija llega, será demasiado tarde —dijo Morgathra, con una sonrisa siniestra.

Malakar asintió, sus ojos brillando con malicia.

—Sí, su sufrimiento será completo. No tendrán nada que hacer contra nosotros —respondió, complacido.

Sarah, cada vez más débil, apenas podía distinguir la realidad de las alucinaciones. Veía a Aric a su lado, sintiendo su presencia reconfortante, pero también veía a sus padres, escuchando sus voces llamándola desde lejos. No sabía dónde estaba, ni cuánto tiempo le quedaba, pero sí sabía que no vería a su hija para despedirse.

—Aric... estoy tan cansada... —murmuró, su voz apenas un susurro.

Las visiones de Aric le sonreían con tristeza, como si también supieran que el final estaba cerca.

De vuelta en el camino, Ailith y Kael continuaban avanzando, aunque cada paso se hacía más pesado. La determinación de Ailith se veía empañada por la tristeza, pero la presencia de Kael a su lado le daba fuerzas para seguir adelante.

—No nos detendremos, Ailith. Encontraremos a tu madre, y haremos pagar a Morgathra y Malakar por todo el daño que han causado —dijo Kael, con una voz llena de convicción.

Ailith asintió, limpiándose las lágrimas y levantándose con renovada fuerza.

—Sí, lo haremos. No importa cuánto nos cueste, no los dejaremos ganar —respondió, con una chispa de esperanza volviendo a sus ojos.

El camino por delante era incierto y lleno de peligros, pero juntos, Ailith y Kael estaban dispuestos a enfrentarlo, con la esperanza de salvar a Sarah y restaurar la paz en su hogar.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora