Unión

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La fortaleza de Zareth quedó atrás, y el viaje de regreso a la aldea comenzó a llenarse de una nueva esperanza. Los primeros rayos del amanecer se colaban entre los árboles, bañando el paisaje con una luz dorada que parecía purificar la oscuridad que habían enfrentado.

Ailith, aunque exhausta, se sentía revitalizada con cada paso. A su lado, Kael caminaba con una sonrisa de alivio y amor. Los dos compartían miradas llenas de promesas y sueños, sabiendo que habían superado una prueba enorme juntos.

Cuando la aldea apareció a lo lejos, los aldeanos salieron a recibirlos. Las sonrisas y los abrazos de bienvenida llenaron el aire de una calidez renovada. Era un contraste hermoso con la fría oscuridad de la fortaleza que acababan de dejar atrás.

Esa noche, la aldea celebró con una gran fiesta. Las estrellas brillaban con fuerza, y la luna llena iluminaba el festejo. Bajo un árbol centenario decorado con luces mágicas, Ailith y Kael se apartaron un poco de la multitud para disfrutar de un momento a solas.

—No puedo creer que estemos de vuelta —dijo Ailith, recostándose en el pecho de Kael y mirando las estrellas—. Después de todo lo que pasó, estar aquí parece un sueño.

Kael acarició su cabello, sus ojos llenos de ternura.

—Estamos aquí y estamos juntos. Eso es lo que importa —respondió suavemente—. Y aunque haya sido un camino difícil, creo que todo nos ha hecho más fuertes.

Ailith sonrió, sus ojos brillando con amor.

—Tienes razón. Y ahora que estamos aquí, quiero empezar a construir ese futuro del que siempre hablamos. Quiero que la aldea sea un lugar de paz y prosperidad.

Kael asintió, abrazándola con más fuerza.

—Juntos lo lograremos. Vamos a hacer de este lugar un hogar seguro y lleno de amor para todos.

Los días siguientes fueron de renovación. Ailith y Kael trabajaron mano a mano con los aldeanos para reconstruir lo que había sido dañado. La magia de Ailith, potenciada por su renovada esperanza y amor, ayudó a sanar la tierra y a fortalecer las defensas naturales de la aldea.

Con el tiempo, la aldea floreció. Los campos dieron cosechas abundantes, y los ríos corrieron más claros que nunca. Ailith y Kael, en su amor y dedicación, se convirtieron en líderes respetados y queridos por todos.

Una tarde, mientras paseaban por un prado lleno de flores silvestres, Ailith se detuvo y tomó la mano de Kael.

—Kael, hay algo que quiero decirte —dijo, su voz suave pero llena de emoción—. Creo que es hora de que empecemos nuestra propia familia.

Kael la miró con ojos brillantes, comprendiendo el significado profundo de sus palabras.

—Nada me haría más feliz —respondió, inclinándose para besarla tiernamente.

El tiempo pasó, y la aldea continuó prosperando bajo la guía amorosa de Ailith y Kael. Pronto, la noticia de un nuevo miembro en la familia llenó a todos de alegría. Ailith, embarazada de su primer hijo, se sintió llena de una paz y una felicidad que nunca había imaginado posibles.

Los aldeanos se reunieron una vez más, esta vez para celebrar la próxima llegada del bebé. Bajo el mismo árbol centenario, decorado nuevamente con luces mágicas, Ailith y Kael miraron al futuro con corazones llenos de amor y esperanza.

—Nuestro hijo nacerá en una aldea segura y llena de amor —dijo Ailith, acariciando su vientre—. Y sabrá que todo esto lo logramos juntos.

Kael asintió, abrazándola.

—Sí, juntos. Siempre juntos.

Y así, bajo las estrellas y con el futuro brillando ante ellos, Ailith y Kael sellaron su promesa de amor eterno, sabiendo que, aunque el camino a veces sería difícil, su amor y su magia siempre los guiarían hacia la felicidad y la paz.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora