La espada

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La luz del portal las envolvió, transportándolas a un nuevo mundo de vibrantes selvas y montañas que se alzaban hacia el cielo. Sarah y su madre cayeron de rodillas al otro lado, agotadas pero decididas a continuar su misión. El aire estaba lleno del canto de aves exóticas y el aroma de flores desconocidas.

—Este lugar es... impresionante —dijo Sarah, levantándose y ayudando a su madre a ponerse de pie—. Pero debemos mantenernos alerta.

De repente, un rugido resonó por la selva, seguido por el sonido de ramas rompiéndose. De la espesura emergió una criatura colosal, una mezcla de león y dragón con escamas iridiscentes y ojos brillando con una malicia antinatural.

—¡Prepárate, Sarah! —gritó su madre, sacando su daga encantada.

La bestia arremetió contra ellas con una velocidad sorprendente. Sarah levantó el medallón, creando una barrera de energía justo a tiempo para desviar las garras afiladas de la criatura. Su madre atacó desde un flanco, su daga destellando con luz mágica mientras cortaba las escamas de la bestia.

La criatura rugió de dolor y furia, girando hacia la madre de Sarah con un aullido ensordecedor. Con un movimiento rápido, la bestia lanzó a su madre contra un árbol cercano con un golpe devastador. Sarah sintió el pánico apoderarse de ella al ver a su madre caer al suelo, gravemente herida.

—¡Mamá! —gritó, corriendo hacia ella.

La criatura volvió su atención hacia Sarah, pero antes de que pudiera atacar de nuevo, Sarah levantó el medallón y el talismán juntos, liberando un rayo de energía que impactó a la bestia en pleno pecho, haciéndola retroceder.

—¡Debo encontrar ayuda! —pensó Sarah, mirando a su madre que yacía inconsciente.

Con la criatura momentáneamente aturdida, Sarah levantó a su madre con todas sus fuerzas y se adentró más en la selva. Corrió sin descanso, guiada por un instinto desesperado, hasta que llegó a un claro donde vio una pequeña aldea escondida entre los árboles.

—¡Ayuda! ¡Por favor, alguien ayude a mi madre! —gritó Sarah, su voz llena de angustia.

De las cabañas emergieron varias figuras, todas vestidas con ropas tradicionales y adornadas con joyas de cristal. Una mujer mayor, claramente una sanadora, se acercó rápidamente a Sarah y su madre.

—Llévenla adentro, rápido —ordenó la sanadora, y varios aldeanos acudieron para ayudar a trasladar a la madre de Sarah a una de las cabañas.

Dentro, la sanadora comenzó a trabajar de inmediato, utilizando hierbas y ungüentos mágicos para tratar las heridas. Sarah, temblando de preocupación, se quedó junto a su madre, sosteniendo su mano.

—Por favor, sálvala —dijo Sarah con lágrimas en los ojos.

—Haré todo lo posible, niña —respondió la sanadora—. Pero necesitaré tiempo y concentración.

Sarah salió de la cabaña, sus pensamientos una mezcla de desesperación y determinación. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Necesitaba encontrar una forma de proteger a su madre y purificar el portal de este mundo.

Mientras caminaba por la aldea, vio a un joven aldeano practicando con una espada de cristal que brillaba con una luz propia.

—Esa espada... —murmuró Sarah, acercándose al joven—. ¿Dónde la conseguiste?

—Es un arma ancestral, pasada de generación en generación en nuestra aldea —respondió el joven—. Se dice que tiene el poder de cortar incluso las sombras más oscuras.

—Necesito tu ayuda —dijo Sarah con urgencia—. Mi madre está gravemente herida, y hay una bestia protegiendo el portal que debemos purificar. ¿Podrías prestarme esa espada?

El joven miró a Sarah con una mezcla de curiosidad y seriedad.

—Te ayudaré. Esa bestia ha sido una amenaza para nuestra aldea durante mucho tiempo. Si podemos derrotarla y purificar el portal, nuestra tierra volverá a florecer.

Armados con la espada de cristal y el medallón, Sarah y el joven aldeano se dirigieron de nuevo a la selva, donde la bestia aguardaba. Cuando llegaron al claro, la criatura los vio y rugió, sus ojos llenos de odio.

—¡Ahora! —gritó Sarah, levantando el medallón.

El joven aldeano avanzó con la espada de cristal, su hoja brillando con un poder ancestral. La bestia cargó hacia ellos, pero esta vez, Sarah y su nuevo aliado estaban preparados. La espada de cristal cortó a través de las escamas de la bestia con facilidad, y el medallón amplificó la luz, debilitando a la criatura con cada golpe.

La batalla fue feroz y rápida. Finalmente, con un último golpe combinado de la espada y el medallón, la bestia cayó, desvaneciéndose en una nube de sombras disipadas.

—¡Lo logramos! —exclamó el joven aldeano, respirando con dificultad.

Sarah asintió, su mente aún preocupada por su madre.

—Gracias por tu ayuda. Ahora debo regresar a mi madre.

De vuelta en la aldea, Sarah entró en la cabaña donde la sanadora estaba terminando su trabajo. La madre de Sarah abrió lentamente los ojos y le sonrió débilmente.

—Sarah... —susurró—. Lo hiciste...

—Sí, mamá. Purificamos el portal y derrotamos a la bestia. Ahora estás a salvo.

La sanadora sonrió, satisfecha con su trabajo.

—Tu madre necesita descansar, pero se recuperará. Tienes un espíritu fuerte, niña. El equilibrio se está restaurando gracias a ti.

Sarah se quedó junto a su madre, aliviada y llena de esperanza. Sabía que aún quedaban desafíos por delante, pero con cada portal purificado, estaban más cerca de restaurar el equilibrio entre los mundos.

Mientras su madre descansaba, Sarah salió a observar el cielo estrellado. Sabía que su misión aún no había terminado, pero con la ayuda de aliados y la fuerza del medallón, estaba preparada para enfrentar cualquier cosa.

—Vamos a salvar todos los mundos, mamá. Lo prometo.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora