El gigante de Roca

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El tiempo pasaba lentamente en la aldea, y cada día traía consigo un nuevo recordatorio de la condición de Sarah. Pasaba la mayor parte del día en cama, sus ojos vacilantes y su mente atrapada en un laberinto de recuerdos confusos. A menudo, miraba a Ailith y susurraba con una voz apagada:

—Madre... ¿dónde está padre? ¿Estamos en casa?

Ailith, aunque su corazón se rompía un poco más cada vez, sonreía suavemente y le contestaba con paciencia, intentando no mostrar su dolor.

—Sí, mamá. Estamos en casa —respondía, acariciando la mano de Sarah.

Kael observaba la situación con creciente preocupación. La fortaleza de Ailith le maravillaba, pero sabía que la carga emocional que soportaba era inmensa. Una tarde, la encontró en el bosque, sentada junto a un árbol, sus hombros temblando mientras intentaba contener las lágrimas.

—Ailith... —dijo Kael suavemente, acercándose a ella.

Ella levantó la mirada, sus ojos rojos y llenos de tristeza.

—Kael, no sé cuánto más podré soportar esto. Ver a mi madre apagarse poco a poco es... devastador —confesó, dejando que las lágrimas finalmente cayeran.

Kael se sentó a su lado y la abrazó con fuerza.

—Eres más fuerte de lo que piensas, Ailith. Tu madre estaría orgullosa de ver cómo la cuidas, cómo luchas cada día. Pero no tienes que cargar con todo esto sola. Estoy aquí para ti, siempre —dijo, su voz llena de cariño y apoyo.

Ailith se apoyó en él, sintiendo el consuelo que solo Kael podía ofrecerle. Juntos, permanecieron en silencio, encontrando fuerza en la presencia del otro.

Mientras tanto, las amenazas contra la aldea no cesaban. Morgathra y Malakar seguían urdiendo planes desde las sombras, enviando esbirros oscuros para sembrar el caos y la destrucción. Una noche, el cielo se llenó de relámpagos verdes y sombras siniestras descendieron sobre la aldea.

—¡Nos atacan de nuevo! —gritó uno de los aldeanos, alertando a todos.

Kael y Ailith se levantaron rápidamente, preparándose para la batalla. Los aldeanos, organizados y decididos, se armaron y se dispusieron a defender su hogar una vez más.

Las criaturas oscuras, monstruos de pesadilla conjurados por los hechiceros, avanzaron con una ferocidad implacable. Kael utilizó su magia para crear barreras protectoras, mientras Ailith, con su espada en alto, lideraba el contraataque.

—¡No dejaremos que destruyan nuestra aldea! —gritó Ailith, infundiendo valor en los corazones de los aldeanos.

La batalla fue brutal. Las criaturas atacaban con una fuerza sobrehumana, pero los aldeanos, liderados por Ailith y Kael, lucharon con una determinación feroz. Las espadas brillaban bajo la luz de la luna y los hechizos iluminaban el cielo nocturno.

En medio del caos, Ailith vio una figura que se destacaba entre las sombras: un gigante de roca y sombra, creado por Malakar para sembrar el terror.

—¡Kael, ese monstruo debe ser derrotado! —gritó Ailith, señalando al gigante.

Kael asintió y juntos avanzaron hacia la criatura. Con un poderoso hechizo, Kael debilitó las defensas del gigante, permitiendo a Ailith acercarse lo suficiente para asestarle un golpe mortal con su espada.

El gigante cayó con un estruendo, y las criaturas restantes, desorientadas sin su líder, comenzaron a retirarse.

La aldea, aunque herida, había resistido una vez más. Los aldeanos comenzaron a recoger los restos de la batalla, curando a los heridos y reforzando las defensas.

Kael y Ailith, exhaustos pero victoriosos, se miraron con una mezcla de alivio y determinación.

—No importa cuántas veces ataquen, no dejaremos que nos destruyan —dijo Kael, tomando la mano de Ailith.

—No. Lucharemos hasta el final, por nuestra aldea y por nuestros seres queridos —respondió Ailith, apretando su mano.

Regresaron a la cabaña, donde Sarah dormía, ajena al peligro que acababan de enfrentar. Ailith se sentó junto a su madre, acariciando suavemente su cabello.

—Mamá, todo estará bien. Prometo protegerte, a ti y a nuestra aldea —murmuró, con lágrimas en los ojos.

Kael se arrodilló a su lado, apoyando una mano en su hombro.

—No estás sola, Ailith. Juntos, superaremos cualquier desafío. Y aunque las amenazas persistan, el amor y la valentía nos guiarán siempre —dijo, su voz llena de convicción.

Así, en medio de la tristeza y la lucha, la esperanza y el amor permanecían, iluminando el camino hacia un futuro incierto pero lleno de posibilidades.

Lo que esconden los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora