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Antes de empezar, una advertencia de que este capítulo contiene temas sensibles para mucha gente.
Se intenta tomar el tema de la manera respetuosa, así que intentemos todos tomarlo de igual manera.
Sin más continúen.

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Cuando Harry finalmente logró calmarse, se apartó de Snape, dejando un rastro de lágrimas y mocos en sus túnicas negras. Al levantar la vista, se encontró con la expresión de disgusto de Snape, quien, no obstante, apartó a Harry con una suavidad inesperada.

"Ahora estoy cubierto de suciedad," se quejó Snape, haciendo una mueca mientras examinaba la mancha húmeda en sus túnicas. "Mírate, no eres más que una bola de fluidos, Potter."

Harry no pudo evitar soltar una risa genuina. Era un alivio, que el sufrimiento del joven Snape del que había leído en el diario se hubiera apaciguado con el tiempo, y que el hombre que tenía frente a él, aunque sarcástico y frío, al menos había aprendido a sobrevivir a sus propias tragedias. Ron lo mataría si supiera lo que estaba pensando.

Entre risas, Harry notó que la expresión de Snape se endurecía, su tono recobrando la habitual aspereza.

"¿Estás más calmado ahora?," preguntó Snape, con los brazos cruzados. "Porque, si lo estás, me gustaría saber por qué demonios montaste tal espectáculo allá dentro."

Harry titubeó. No podía decirle que la razón de su arrebato había sido precisamente él, que había perdido el control al escuchar los comentarios crueles de sus compañeros y que todo eso había desembocado en un abrazo inesperado y lleno de lágrimas. Aún así, sintiéndose menos incómodo en la presencia de Snape de lo que jamás habría imaginado, decidió desviar la conversación.

"Sólo... cosas de adolescentes, profesor," respondió Harry, encogiéndose de hombros con una sonrisa traviesa. "Cosas de las que ni siquiera usted podría culparme."

Snape entrecerró los ojos, claramente no convencido, pero no insistió. Harry, aprovechando el momento, dio un paso atrás, alisando su túnica y recuperando un poco de compostura.

"De todas formas, gracias, profesor," añadió Harry, sin mirarlo directamente. "Nos vemos el viernes para la siguiente lección."

Y sin esperar respuesta, Harry se dio media vuelta y echó a correr por el pasillo. No lo hacía por miedo, sino por la creciente sensación de vergüenza que lo invadía al darse cuenta de lo que acababa de hacer: abrazar a su peor profesor y, peor aún, dejar sus mocos en sus túnicas. Al llegar a la sala común de Gryffindor, se encontró con un grupo de amigos que lo esperaban ansiosos.

Hubo una oleada de preguntas, acusaciones, abrazos y suspiros de alivio, como siempre sucedía en esos momentos. Pero nada de eso era nuevo para Harry. Sonrió felizmente a todos, queriendo que supieran que estaba bien, que no había de qué preocuparse. Era reconfortante tener a tantas personas que se preocupaban genuinamente por él.

Más tarde, en privado, Hermione y Ron se acercaron a él. Los tres se sentaron en un sillón en la esquina, cerca de la chimenea, como habían hecho tantas veces antes. Harry se permitió un momento de nostalgia, preguntándose cuánto tiempo más podrían seguir compartiendo ese espacio. Esperaba no crecer demasiado o que Ron no lo hiciera, porque el día en que los tres no pudieran caber juntos en ese sillón individual, sería el día en que se darían cuenta de que era momento de madurar.

Hermione tomó la mano de Harry con suavidad, acariciándola en un gesto de consuelo. Ron sonreía, sus ojos reflejando el alivio de tener a su amigo de vuelta.

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