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La rutina de Severus comenzaba siempre de la misma manera. Se despertaba en su fría habitación de las mazmorras, mucho antes de que saliera el sol. Permanecía en la cama por algunos minutos, sin ganas de levantarse, mirando el techo de piedra mientras sentía el frío de la habitación. Finalmente, se obligaba a salir de la cama y se preparaba para el día. Se lavaba, se vestía con su túnica negra y ajustaba su capa, todo de manera automática, sin pensar demasiado.

Bajaba al Gran Comedor, aunque rara vez comía. Los estudiantes se apartaban a su paso, susurrando entre ellos, pero a Severus no le importaba. Se sentaba, en silencio, mientras las conversaciones y el bullicio parecían alejarse. El día apenas comenzaba, pero ya sentía que era igual a todos los demás.

Las clases pasaban sin mucho cambio. En el aula de pociones, todo se repetía como un reloj: dar instrucciones, observar a los estudiantes, corregir errores, pero nada lo sacaba de esa sensación de monotonía. Los alumnos lo temían, pero eso no le generaba ninguna satisfacción. Simplemente, enseñaba y esperaba que el día terminara.

Cuando las clases terminaban, se refugiaba en su despacho. La pequeña habitación estaba llena de frascos y pergaminos, pero a Severus le parecía cada vez más pequeña, como si el espacio fuera encogiéndose. A menudo, empezaba a sentirse atrapado, con el pecho apretado y la respiración corta. En esos momentos, se levantaba bruscamente, salía y caminaba por los pasillos para intentar calmarse.

Sin embargo, caminar por los pasillos no cambiaba nada. Seguía sintiéndose atrapado en una rutina de la que no podía escapar. El castillo de Hogwarts, que una vez había sido su refugio, ahora se sentía como una prisión. Todo le resultaba opresivo: los pasillos oscuros, las puertas cerradas, el eco de sus propios pasos. Era como si el tiempo se hubiera detenido.

Por la noche, patrullaba las mazmorras, vigilando a los estudiantes de Slytherin. El silencio de los pasillos oscuros lo acompañaba, pero lejos de encontrar paz, todo lo que sentía era el peso de sus responsabilidades. Cada paso que daba resonaba en el vacío, recordándole que esta era su vida, una vida que no había elegido, pero de la que tampoco podía escapar.

Cuando regresaba a su habitación, el cansancio físico no lograba apagar la sensación de insatisfacción. Se tumbaba en la cama, pero el sueño no llegaba fácilmente. Miraba la oscuridad, sabiendo que al día siguiente todo sería igual: la misma rutina, los mismos pasillos, las mismas tareas. Y así, cada día pasaba sin cambios, sin verdadera alegría o satisfacción. Simplemente, otro día más en una vida que nunca se sentía realmente suya.

(...)

"Muy bien, este será el plan para hacer feliz a Severus en Navidad," dijo Harry con orgullo mientras colocaba un pergamino en el suelo.

Estaban sentados en el frío suelo de la Torre de Astronomía. Malfoy no parecía nada entusiasmado, claramente obligado a estar allí, mientras que Luna sonreía serenamente, revisando la lista que Harry había preparado.

"Convencer a Malfoy que me ayude," murmuró Luna al leer en voz alta.

"¿Eso era parte del plan?" Malfoy se inclinó, leyendo sobre el hombro de la chica con una expresión de desagrado.

"Podemos decir que ese punto ya está resuelto," comentó Harry, satisfecho con su logro. "Es simple: necesitamos reunir todo lo de la lista para preparar la fiesta sorpresa. Usaremos la sala donde Snape me da clases."

"¿Qué es un pudín mágico?" preguntó Malfoy con una mueca de desagrado, claramente no le agradaba la idea del postre.

Harry agitó la mano restándole importancia. "No te preocupes por eso, yo me encargaré," dijo antes de retomar el plan. "Malfoy, te ocuparás de la decoración."

El Diario |Snirius|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora