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Severus era un experto en mentir. Había perfeccionado su habilidad a lo largo de los años, aprendiendo a ocultar sus verdaderos pensamientos y emociones bajo una fachada impenetrable. Incluso cuando Dumbledore lo llamaba para esas charlas incómodas, siempre encontraba una excusa que resultaba creíble, escapando hábilmente de cualquier interrogatorio más profundo. Esa capacidad le había permitido sobrellevar los últimos meses sin levantar sospechas.

Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, hasta que finalmente llegó su cumpleaños número dieciocho.

"Vamos, Sev", murmuró Sirius con una sonrisa, acariciando su mano con suavidad mientras esperaba que soplara las velas del pastel. La calidez de su toque contrastaba con la frialdad que Severus sentía en su interior.

Severus miró a Sirius y luego a las personas que lo rodeaban: todos estaban felices, sonrientes, llenos de expectativas por el futuro. Estaban a pocos meses de graduarse, emocionados por comenzar la vida adulta. Tenían sueños, metas por alcanzar, y Severus no dudaba que la mayoría de ellos lo lograría.

Sin embargo, él no compartía esa emoción. Era consciente de lo que le esperaba, y no había nada de alentador en ello. Sus aspiraciones de abrir una botica, un sueño que alguna vez había sido muy real, ahora parecían lejanos e inalcanzables. Dumbledore ya había trazado el camino que seguiría: una vida cuidadosamente planeada al servicio de algo mucho más oscuro. Después de la graduación, se uniría a los Malfoy, quienes le habían ofrecido alojamiento tiempo atrás, incluso antes de que Severus se decidiera por este destino. Luego, vendría lo más difícil: ganarse la confianza de los mortífagos, de los seguidores de Voldemort, y finalmente, del mismísimo Señor Tenebroso.

El cómo lograría tal hazaña era algo que lo atormentaba. Nunca había estado cara a cara con Voldemort, y la idea de enfrentarse a él, de ser considerado un mortífago, le causaba una inquietud que no podía expresar en voz alta. ¿Le marcarían con la Marca Tenebrosa? ¿Cómo ocultaría ese símbolo a Sirius, quien seguramente notaría cualquier cambio repentino en su cuerpo?

"Debe ser un deseo muy largo, nos estás haciendo esperar, Sevy", comentó Barty con impaciencia, más interesado en el pastel que en el ritual del deseo.

"¡Cállate!" exclamó Pandora con una sonrisa, tapándole la boca a Barty antes de mirar a Severus con ternura. "Tómate tu tiempo, Sev. No hay prisa".

Remus llegó en ese momento, jadeando ligeramente. Al parecer, había logrado escapar de Potter, quien quería acompañarlo, pero Remus había insistido en venir solo. Severus agradecía que los merodeadores hubieran aprendido a respetar los límites de sus amistades.

"No puede ser tan difícil, ya tienes todo lo que podrías desear", susurró Sirius en su oído, acercándose con una sonrisa traviesa. "A mí, por ejemplo". Severus no pudo evitar sonreír antes de estamparle un poco de crema batida en la cara.

"Arruiné el pastel. Supongo que nadie querrá comerlo ahora", comentó con sarcasmo, observando a Sirius con una sonrisa burlona, esperando alguna respuesta. Pero fue Barty quien intervino.

"He probado cosas peores que Sirius", replicó con un encogimiento de hombros, tomando un poco de la crema con el dedo.

Severus alzó una ceja y negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa mientras regresaba a sus pensamientos. Cerró los ojos y finalmente sopló las velas cuando lo creyó oportuno. Sirius y Pandora le preguntaron cuál había sido su deseo, pero él guardó silencio. Los deseos, pensaba, debían permanecer en secreto, o de lo contrario no se cumplirían.

En lo más profundo de su ser, solo deseaba una cosa: que, sin importar lo que ocurriera, Dumbledore protegiera a todos los presentes. No importaba el precio que él mismo tuviera que pagar.

El Diario |Snirius|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora