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Era una tarde particularmente agitada en el hospital. Kayla, recién reincorporada a su ritmo habitual, se preparaba para atender su primer parto en mucho tiempo. La paciente, Amanda, de unos 30 años, ya llevaba varias horas en labor de parto, y la tensión se hacía sentir en el aire.
Kayla entró en la sala de partos, vestida con su bata quirúrgica y su sonrisa calmada. Amanda, sudando y con el rostro desencajado por el dolor, se retorcía en la cama, apretando la mano de su esposo, quien se mantenía firme a su lado, aunque visiblemente nervioso.
Amanda: (gritando) "¡Esto es culpa tuya, John! ¡Si no me hubieras convencido de tener otro hijo, no estaría pasando por esto! ¡Te odio!"
John: (tratando de calmarla) "Amor, respira. Estamos en esto juntos..."
Amanda: (más enfadada) "¡No respires tú! ¡No me digas qué hacer!"
Kayla, mientras se preparaba para el parto, no podía evitar reírse por dentro. Sabía que el estrés y el dolor hacían que muchas mujeres en labor de parto dijeran cosas que no sentían realmente. De cualquier forma, decidió unirse al "equipo" de Amanda para aliviar la tensión.
Kayla: (sonriendo con complicidad) "Tienes toda la razón, Amanda. Todo esto es su culpa. ¿Quién en su sano juicio convencería a alguien de pasar por esto otra vez?"
Amanda, a pesar del dolor, soltó una risa entrecortada, agradecida por el humor en medio del caos. Kayla procedió con el parto, guiando a Amanda en cada empujón. Después de unos minutos que parecieron eternos, el llanto de un bebé llenó la sala.
Kayla: "¡Aquí está, Amanda! Lo lograste, lo hiciste increíble."
Kayla levantó al bebé, una hermosa niña, y se acercó a Amanda para mostrársela, pero no pudo evitar notar el gran parecido del recién nacido con su padre.
Kayla: (riendo mientras mira a Amanda) "Lo siento... en serio... es igual, igual al padre."
Las enfermeras en la sala, que ya estaban acostumbradas a los momentos tensos y los pequeños toques de humor, estallaron en carcajadas. Incluso Amanda, agotada y adolorida, soltó una risa débil mientras miraba a John.
Amanda: (riendo, aunque aún agotada) "No me lo puedo creer... otra pequeña copia de él."
John: (sonriendo nervioso) "Eso no es algo malo, ¿verdad?"
Kayla entregó a la bebé a Amanda, quien la miró con una mezcla de amor y resignación. A pesar del dolor y el sufrimiento, había algo de paz en ese momento. El ambiente en la sala se relajó considerablemente, con todos riéndose y compartiendo la alegría del nacimiento.
Kayla: (tocando suavemente el brazo de Amanda) "Hiciste un trabajo increíble, Amanda. Ahora es el momento de descansar y disfrutar de tu pequeña."
Amanda: (con una sonrisa suave) "Gracias, Kayla... y sí, supongo que me las arreglaré con dos pequeñas versiones de él."
El parto terminó en una nota alegre, y aunque fue agotador para todos, el sentido del humor de Kayla ayudó a mantener la calma en uno de los momentos más intensos que cualquier mujer puede vivir. Mientras dejaba la sala, Kayla sintió una satisfacción profunda. A pesar de todo lo que había pasado en los últimos meses, esos momentos de vida, humor y humanidad le recordaban por qué había elegido ser doctora.
En ese momento, se sintió un poco más completa, más cerca de ser la Kayla que todos conocían.