It was my...

14 1 0
                                        

El hospital estaba particularmente silencioso aquella noche, lo cual siempre era mala señal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El hospital estaba particularmente silencioso aquella noche, lo cual siempre era mala señal. En medicina, el silencio nunca significaba paz, sino la calma antes de la tormenta. Mientras revisaba unos expedientes en la sala de médicos, una enfermera entró apresurada, con el rostro desencajado.

—Doctora King, tenemos una paciente en urgencias. Una menor de edad con sangrado vaginal severo y signos de un posible aborto espontáneo.

Mi espalda se tensó de inmediato. Casos como estos nunca eran sencillos.

—¿Edad? ¿Antecedentes médicos? —pregunté, dejando los informes a un lado y poniéndome de pie.

—Dieciséis años, sin historial clínico registrado en nuestro sistema. Vino sola, sin familiares. Está pálida y deshidratada.

Fruncí el ceño. Una adolescente con una posible pérdida de embarazo y sin acompañantes. No me gustaba nada el panorama.

—Llévame con ella.

Al llegar a la sala de urgencias, vi a la paciente acostada en la camilla, con la vista perdida en el techo. Su piel era pálida, casi traslúcida, y las sábanas blancas estaban manchadas de sangre. Su cuerpo delgado temblaba, no sabía si por miedo, frío o ambas cosas.

Me acerqué con cautela, recogiendo el historial preliminar que una enfermera había dejado sobre la mesa. Su nombre: Camila Rodríguez, 16 años.

—Camila —dije en un tono suave pero firme, intentando captar su atención sin asustarla—. Soy la doctora Kayla King. Voy a hacerte algunas preguntas, ¿de acuerdo?

Sus ojos marrones se encontraron con los míos por un breve instante, pero no dijo nada. Su respiración era irregular y parecía contener el aire cada pocos segundos, como si temiera hablar.

Me agaché junto a la camilla para estar a su altura.

—Sé que esto es difícil, pero necesito que me ayudes para poder ayudarte, ¿está bien?

Ella asintió apenas con un movimiento de cabeza.

—¿Sabes de cuántas semanas estabas embarazada?

Silencio.

—Camila, ¿alguien sabía que estabas embarazada?

Otro silencio. Pero esta vez su labio inferior tembló.

Mi pecho se apretó. Esto no era solo un caso médico. Había algo más.

Respiré hondo.

—¿Quieres contarme qué pasó?

Ella cerró los ojos con fuerza, como si intentara contener una tormenta interna. Luego, con una voz quebrada, dijo:

—Mi padre me hizo esto...

El aire en la habitación pareció desaparecer de golpe.

Mi corazón se detuvo por un instante y luego comenzó a latir con furia.

Tomé aire para no mostrar la rabia que me recorrió el cuerpo. Sabía que debía mantener la calma por ella, por su seguridad.

—Camila... ¿quieres decirme qué pasó exactamente? —mi voz sonaba lo más serena posible, pero por dentro, estaba destrozada.

Ella tragó saliva y miró hacia otro lado.

—Me violó —susurró.

Sus palabras eran apenas un eco, pero en mi mente resonaron como un trueno.

Los músculos de mi mandíbula se tensaron.

—¿Desde cuándo?

—Desde hace dos años.

Un escalofrío recorrió mi columna. Esta niña, esta pequeña, había estado viviendo un infierno en silencio.

—Camila, ¿alguien más lo sabe?

Ella negó con la cabeza.

—Me decía que nadie me creería. Que si hablaba, me mataría.

Tuve que tomarme un segundo para procesar la ira y la impotencia que hervían dentro de mí.

Respiré profundo y tomé su mano con suavidad.

—Escúchame bien. Yo sí te creo. Y vamos a asegurarnos de que nunca más te haga daño, ¿de acuerdo?

Por primera vez, la vi derrumbarse por completo. Sus lágrimas cayeron sin control, y su cuerpo tembló con sollozos silenciosos.

—No quiero volver a casa... —susurró.

—No vas a volver —le aseguré—. Vamos a protegerte.

Me puse de pie con determinación y salí al pasillo, donde Harper revisaba unos informes.

—Harper —mi voz sonó más dura de lo que pretendía, pero no podía evitarlo—. Necesito que llames a Servicios Sociales y a la policía.

Él levantó la vista de inmediato.

—¿Qué pasó?

—Abuso infantil, violación y embarazo forzado. El agresor es su padre.

Su expresión se ensombreció de inmediato.

—Voy a encargarme de eso ahora mismo.

—Gracias —murmuré antes de volver a la habitación.

Después de estabilizar a Camila con líquidos intravenosos, realicé un ultrasonido. No había latidos fetales.

—Camila —dije con cuidado—, el embarazo no continuó. Vamos a necesitar hacer un procedimiento para limpiar tu útero y evitar infecciones.

Ella asintió, pero su rostro estaba ausente.

Realizamos un legrado uterino por aspiración, un procedimiento que no tardó más de 20 minutos, pero que para ella debió sentirse como una eternidad.

Durante todo el proceso, sostuve su mano.

Sabía que físicamente estaría bien en unos días, pero mentalmente… eso era otra historia.

Horas después, cuando la policía llegó, Camila dio su testimonio. La trabajadora social ya estaba con ella, asegurándole que nunca más tendría que volver a esa casa.

Cuando los oficiales se la llevaron, vi en sus ojos algo diferente. Miedo, sí. Pero también algo nuevo: esperanza.

La vi desaparecer por el pasillo y me senté en una silla, agotada.

Kayla: (pensando) ¿Cuántas más? ¿Cuántas niñas más están viviendo esto en silencio?

Mi estómago se revolvió. Sentí rabia, impotencia, dolor. Pero también determinación.

Hoy había salvado a una.

Y haría todo lo posible para salvar a muchas más.

Between life and deathDonde viven las historias. Descúbrelo ahora