Kayla había dejado atrás las salas frías de cirugía y los pasillos abarrotados del hospital principal. En cambio, encontró un refugio inesperado en pediatría. Allí, los pacientes eran pequeños, vulnerables y necesitados de una ternura que a ella aún le quedaba, aunque se sintiera rota por dentro. La risa y los llantos de los niños, lejos de molestarla, le ofrecían un consuelo que ni las paredes del hospital ni sus colegas habían podido brindarle.
Sin que nadie se diera cuenta, Kayla empezó a pasar más y más tiempo en la sala de pediatría. Se sentía segura allí, rodeada de los pequeños, lejos del caos y las expectativas de las cirugías de alto riesgo. Poco a poco, los juegos y las risas comenzaron a sanar las grietas de su corazón.
Kayla: (sonriendo mientras coloca un estetoscopio en el pecho de un niño pequeño) "A ver, Tommy, vamos a ver si tu corazón está haciendo algún ruido raro… ¡Oh no, creo que oigo a un dinosaurio por aquí!"
Tommy, un niño de cinco años con un pijama de dinosaurios, se rió a carcajadas mientras Kayla imitaba ruidos de rugidos. Su mirada se iluminaba con cada broma, y los pequeños pacientes pronto comenzaron a esperar con ansias las rondas de la "doctora de los chistes". Kayla se movía con una soltura y alegría que casi había olvidado que tenía.
En la unidad neonatal, Kayla se tomaba el tiempo de revisar a cada uno de los recién nacidos con una delicadeza casi maternal. Sus manos, firmes y seguras, acunaban a los bebés mientras revisaba sus signos vitales. El sonido de los monitores y los suaves pitidos que marcaban los latidos de los neonatos le daban una paz que ningún otro lugar en el hospital había podido ofrecerle desde su regreso.
Kayla: (susurrando mientras acaricia la mano de un bebé prematuro) "Estás a salvo, pequeñito. Vas a estar bien."
Era como si, en la vulnerabilidad de los más jóvenes, Kayla hubiera encontrado una forma de reconectar con su esencia, con la parte de ella que se preocupaba profundamente por los demás y que quería hacer una diferencia. Allí, no había miedo ni recuerdos que la ataran; solo el presente y la necesidad de cuidar a los que más lo necesitaban.
Sus colegas, sin embargo, no tenían idea de dónde se había refugiado Kayla. Su ausencia en las rondas quirúrgicas y en las reuniones del equipo era notable, pero nadie quería presionarla más de lo necesario. Dr. Collins y Emily se habían resignado a esperar a que Kayla tomara la iniciativa, sabiendo que cualquier intento de obligarla a ver al terapeuta del hospital solo la alejaría más.
Fue un día cualquiera cuando el cambio se hizo evidente. Los médicos estaban en medio de una cirugía compleja cuando, de repente, la puerta se abrió y Kayla entró, con su bata quirúrgica y gorro, como si nunca se hubiera ido. Los ojos de todos se dirigieron hacia ella, y por un instante, el quirófano quedó en silencio.
Kayla: (con una sonrisa genuina) "¿Me extrañaron?"
Harper fue el primero en reaccionar, soltando una exclamación de sorpresa antes de correr hacia ella y abrazarla con fuerza. A su alrededor, los demás médicos la siguieron, formando un grupo apretado a su alrededor. Kayla se dejó abrazar, sintiendo cómo el peso de la soledad se aligeraba por primera vez en meses.
Harper: (sin poder contener las lágrimas) "Kayla, pensé que te habíamos perdido…"
Kayla: (sonriendo mientras abraza a Harper) "Nunca me fui, solo… necesitaba un poco de tiempo. Pero estoy aquí ahora."
Emily se acercó, sus ojos brillando con alivio y alegría. Kayla la abrazó también, sintiendo la calidez de su amiga y el apoyo incondicional que siempre había estado allí, incluso cuando ella se había apartado. Collins, normalmente estoico, se permitió una sonrisa mientras observaba la escena.
Dr. Collins: (con una ligera sonrisa) "Bienvenida de vuelta, Kayla. Se te extrañaba en cirugía."
Kayla se rió, un sonido que resonó como música para todos los presentes. Su risa era clara, libre, y por primera vez en mucho tiempo, no estaba forzada. Sentía el calor de sus colegas, su familia hospitalaria, y por un momento, la frialdad que había sentido comenzó a derretirse.
Kayla: "Lo sé… lo siento. Realmente lo siento por todo."
Emily la tomó de las manos, mirando a Kayla con una mezcla de firmeza y compasión.
Emily: "No tienes que disculparte. Solo queremos que estés bien, Kayla. Y si pediatría es lo que te hace sentir mejor ahora, hazlo. No hay prisa."
Kayla asintió, reconociendo que aún había un largo camino por recorrer, pero sintiéndose más en control y menos sola. Se dio cuenta de que, aunque no podía borrar lo que había pasado, no tenía que enfrentar su dolor completamente aislada. Había personas a su alrededor dispuestas a caminar con ella, a su propio ritmo.
En los días siguientes, Kayla comenzó a dividir su tiempo entre pediatría y el quirófano. En cada turno, parecía más como su antiguo yo: compartía bromas con sus colegas, enseñaba a los internos con su característica pasión y abordaba cada caso con la misma precisión que siempre la había distinguido.
Los rumores de su regreso comenzaron a esparcirse por todo el hospital. En cuestión de días, todos los médicos y enfermeras supieron que Kayla King, la doctora que había estado envuelta en una nube de incertidumbre y dolor, estaba regresando a su elemento. La luz en sus ojos grises estaba volviendo, más fuerte y más brillante, como una señal de que su lucha aún no había terminado, pero tampoco estaba perdida.
Kayla abrazó a cada miembro del equipo de cirugía al final de ese día, sin palabras, pero con una conexión genuina que había echado de menos. El hospital, con sus luces brillantes y pasillos bulliciosos, volvía a sentirse como un hogar.
Y aunque los días oscuros aún podían regresar, Kayla sabía que no tendría que enfrentarlos sola. Tenía un refugio en pediatría, tenía su equipo, y, lo más importante, tenía la promesa de que, con el tiempo, sanaría.
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Between life and death
Short StoryUna médica cirujana de 23 años se embarca en el hospital mas famaso y conocido de toda américa siendo la más joven.