CP53: SOMBRAS Y TRAICIONES

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La puerta del Templo de los Caídos se abrió lentamente, revelando una oscuridad tan espesa que ni siquiera la luz de las estrellas podía penetrar. El aire que emanaba del interior era helado, cargado con el olor metálico de la sangre y el polvo de los siglos. A medida que el sonido de la puerta reverberaba en el templo, todos contuvimos la respiración.

El condenado, aquel guerrero cubierto en una armadura corroída, permanecía en la entrada, inmóvil como una estatua. Sentía que su presencia era una advertencia. Este ser no era nuestro aliado, pero tampoco parecía estar del todo en contra de nosotros, al menos por ahora.

—Nos está ayudando, pero esto tiene un precio —susurró Aurel, acercándose lentamente mientras estudiaba las inscripciones que resplandecían tenuemente—. Nunca deberíamos confiar en los condenados.

—Aurel, ¿qué hay dentro? —le pregunté, mi voz casi ahogada por la tensión que oprimía el aire a nuestro alrededor.

—La oscuridad... lo que el mismo Tártaro rechaza —respondió Aurel sin apartar la mirada de la puerta abierta.

—Entonces, la daga está allí —murmuró Ethos, con los ojos entrecerrados, listo para cualquier ataque sorpresa.

—Lo está. Y lo que custodia esa daga no es algo que podamos subestimar. —Aurel finalmente giró para mirarnos a todos, su rostro sereno pero duro—. Este será el mayor desafío que enfrentaremos.

El condenado, que hasta ese momento había permanecido en silencio, dio un paso hacia adelante, y el eco de su voz retumbó entre las paredes del templo.

—Dentro, solo sobrevivirán los más fuertes. Lo que está encerrado en ese abismo consume almas. Ustedes, dioses, están a punto de descubrir lo que significa ser vulnerables. —Con esas palabras, el guerrero desapareció en la oscuridad, como si fuera una sombra más del lugar.

—Bueno, eso suena alentador —dijo Luca con una sonrisa torcida, desplegando sus alas plateadas mientras hacía girar una pequeña daga entre sus dedos—. Ya es tarde para echarse atrás.

Sofía, que había estado en silencio observando la puerta, dio un paso al frente. La luz plateada de la luna irradiaba débilmente a su alrededor, pero era suficiente para disipar la peor parte de la oscuridad.

—Yo iré primero —anunció, con una determinación que me sorprendió.

—No. Si alguien va primero, seré yo —respondió Ethos rápidamente, su rostro endurecido por la preocupación. Sus ojos se encontraron con los de Sofía, y por un momento, pude ver esa tensión entre ellos, la misma que había estado creciendo desde que todo esto empezó.

—No tienes que protegerme, Ethos. Soy tan capaz como tú —replicó Sofía, con la voz firme.

—No es cuestión de capacidad —contestó él, acercándose hasta quedar frente a ella, su altura imponiéndose ligeramente sobre la de ella—. Es cuestión de que no te ocurra nada. No a ti.

—Entonces no me quites la oportunidad de probarme —murmuró Sofía, mirándolo fijamente, sin ceder ni un paso. Parecía como si todo el peso de su herencia lunar estuviera en juego.

El silencio entre ambos se hizo palpable, pero antes de que Ethos pudiera replicar, Aurel intervino.

—Iremos juntos. No sabemos qué enfrentaremos, así que mantenemos la formación y no nos separamos por nada del mundo. La daga está dentro, y la tomaremos antes de que esta oscuridad pueda reclamar nuestras almas.

Con un acuerdo silencioso, avanzamos hacia la oscuridad.

El frío se intensificó a medida que cruzábamos el umbral de la puerta, como si estuviéramos entrando en el mismo vacío. El eco de nuestros pasos resonaba en la caverna, pero era rápidamente engullido por el abismo. La oscuridad era casi tangible, oprimiendo el aire y llenando cada rincón del templo.

Sofía, manteniendo la luz de la luna alrededor de nosotros, luchaba por mantener su poder. La tensión en su rostro era evidente, pero no dijo nada. Se notaba que, aunque estaba más fuerte que antes, este lugar drenaba su magia con cada paso que dábamos.

De repente, un sonido rasgó el silencio. Era un susurro, como si miles de voces estuvieran hablando al mismo tiempo desde las sombras.

—¿Escuchan eso? —pregunté, deteniéndome.

—Sí, no estamos solos aquí —contestó Luca, con una mirada afilada mientras extendía sus alas, listo para cualquier ataque.

El susurro se intensificó, transformándose en gritos desgarradores que llenaron el aire. Las sombras a nuestro alrededor comenzaron a moverse, a distorsionarse, formando figuras grotescas que emergían del suelo y las paredes.

—¡Prepárense! —grité, mientras sacaba mi arco. Aurel, Ethos y Luca hicieron lo mismo, desenvainando sus armas.

Las criaturas de sombras se lanzaron hacia nosotros con una ferocidad indescriptible. Eran rápidos, más de lo que parecían. Apenas podía seguir sus movimientos, y cada vez que intentábamos golpearlas, se desvanecían en una nube de humo oscuro solo para reaparecer a nuestro alrededor.

Mis flechas de luz impactaban en algunas de ellas, pero por cada una que lograba dispersar, otras dos aparecían. Eran interminables.

—¡Luca! —grité, mientras una de las sombras se acercaba peligrosamente a él.

Luca, con movimientos ágiles, esquivó el ataque y contraatacó con un destello de luz divina que hizo retroceder a las sombras.

—Esto no va a acabar bien si seguimos luchando de esta manera —murmuró Ethos, luchando contra dos sombras a la vez—. ¡Necesitamos un plan!

—La daga —respondió Aurel, su voz resonando con urgencia—. Está controlando a estas criaturas. Si encontramos la daga, podremos acabar con ellas.

—¡Más fácil decirlo que hacerlo! —respondió Sofía, su luz lunar titilando cada vez más débil.

Mis ojos se desviaron hacia el fondo de la caverna, donde, apenas visible a través de la oscuridad, una luz débil brillaba en la distancia.

—¡Allí! —grité, señalando hacia la luz.

—¡Vamos! —gritó Ethos, corriendo hacia la luz con las sombras persiguiéndolo.

Luca y yo nos mantuvimos a la retaguardia, lanzando ataques hacia las criaturas para mantenerlas a raya mientras nos abríamos paso. Aurel avanzaba junto a Ethos, su espada destellando cada vez que cortaba una sombra.

Sofía, jadeando por el esfuerzo, mantenía su luz justo delante de nosotros, pero cada vez se hacía más evidente que la oscuridad la estaba agotando.

Finalmente, llegamos al origen de la luz.

Allí, en el centro de la caverna, sobre un pedestal de piedra negra, descansaba la daga. Su hoja brillaba con un resplandor etéreo, como si estuviera forjada con la misma esencia de las estrellas. Pero la daga no estaba sola. Una figura imponente y aterradora, hecha de sombras y fuego, custodiaba el pedestal.

—¿Eso es... Apofis? —preguntó Luca con incredulidad.

—No puede ser —murmuró Aurel, su rostro endurecido—. Es solo una manifestación, pero sigue siendo letal.

La criatura de sombras rugió, y con un movimiento rápido, se lanzó hacia nosotros.

—¡Cuidado! —gritó Ethos, interponiéndose entre la criatura y Sofía.

El combate final había comenzado, y la daga, la clave para detener todo esto, estaba al alcance... si lográbamos sobrevivir a la furia de Apofis.

La furia desatada de Apofis, o lo que fuera esa entidad, golpeaba con una fuerza que no había sentido antes. Cada vez que la criatura se movía, el aire mismo parecía vibrar, cargado con la oscura energía que la rodeaba. Era rápido, demasiado rápido. Apenas tuvimos tiempo de reaccionar cuando ya estaba sobre nosotros, lanzando un golpe brutal hacia Ethos, que apenas logró esquivar.

La criatura lanzó un rugido ensordecedor, y sentí que el suelo temblaba bajo mis pies.

—¡Tenemos que distraerlo! —grité, mientras apuntaba mi arco hacia el monstruo, pero sabía que las flechas normales no tendrían mucho efecto.

—¡Déjamelo a mí! —respondió Luca, extendiendo sus alas plateadas y volando hacia la criatura. Era rápido, zigzagueando en el aire, esquivando los ataques de Apofis con una habilidad impresionante.

Corazones Del Olimpo: Hija de Cupido DISPONIBLE HASTA EL 30/11/24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora