El Monte Olimpo, con su resplandor dorado y su atmósfera de grandeza, era imponente y, sin embargo, en este momento, no sentía consuelo al estar en la cuna de los dioses. Cada paso que daba resonaba en el suelo de mármol, pero mis pensamientos estaban en otra parte. No podía sacudirme la imagen de Aurel, enfrentándose solo al Golem de Tifón para darnos una oportunidad de escapar. Había sido su decisión, y aunque comprendía el sacrificio, no podía evitar sentirme impotente.
Ethos caminaba a mi lado, su semblante serio y concentrado, mientras Sofía, más atrás, observaba la majestuosidad del lugar con cautela. Luca seguía volando por encima de nosotros, vigilante, en su característico estado de alerta constante. Su semblante jovial de otros días había desaparecido, y en su lugar había una determinación inquebrantable.
—Axelia —dijo Ethos, llamando mi atención—. Estaremos ante el concilio pronto. Necesitamos saber qué vamos a pedir. Los dioses no van a ofrecer ayuda sin más.
Asentí, aunque mis pensamientos aún se debatían entre lo que debía hacer y lo que realmente quería. Llegar al Monte Olimpo era solo el primer paso. Convencer a los dioses, en especial a Zeus, de que Tánatos era una amenaza que no podían ignorar sería otro desafío monumental. Mi mirada se dirigió instintivamente al collar de la vida, el arma más poderosa que tenía en mi poder. Sabía que su magia antigua era la clave para sellar a Tánatos, pero usarlo también significaba renunciar a más de lo que cualquiera de nosotros había imaginado.
—Les pediremos ayuda, claro —respondí finalmente—. Pero si no lo logramos, usaremos lo que ya sabemos. El collar de la vida es nuestra única carta, aunque eso signifique sacrificios.
Ethos frunció el ceño, como si algo en esa idea no le gustara, pero no dijo nada más. Los tres sabíamos lo que estaba en juego, y él confiaba en que yo tomaría la decisión correcta cuando llegara el momento.
Llegamos a las puertas del gran salón del Olimpo, donde el concilio de los dioses aguardaba. Las columnas gigantescas que se erguían a ambos lados parecían tocar el cielo, y los rayos de luz que penetraban a través de las aberturas en el techo daban al lugar un aire celestial y atemporal. Todo a mi alrededor me hacía sentir pequeña, pero no había tiempo para sentirse insignificante. Al final de este camino, en la cúspide del poder olímpico, estaba el destino de nuestra batalla.
—Respiren hondo —dijo Luca, aterrizando con suavidad a nuestro lado—. Sabemos cómo hacer que nos escuchen. Es cuestión de ser claros y no dudar.
Me acerqué a la enorme puerta dorada y la empujé con fuerza, revelando el inmenso salón que se extendía ante nosotros. Dentro, los dioses más poderosos del Olimpo estaban reunidos. Zeus, sentado en su trono al fondo, irradiaba una fuerza imponente, mientras Atenea, a su derecha, mantenía una postura estoica, observándonos con sus ojos agudos y calculadores. Mi mirada también se encontró con Eros, mi padre, quien, para mi sorpresa, no mostró ni un destello de emoción al verme entrar.
Nos acercamos al centro del salón, donde el aire mismo parecía vibrar con poder, y la atención de todos los dioses se centró en nosotros. Durante unos segundos que parecieron eternos, el silencio fue absoluto.
—Axelia, hija de Eros —la voz de Zeus resonó como un trueno—, has venido al Monte Olimpo en un tiempo de crisis. ¿Qué buscas aquí?
Tragué en seco, pero me mantuve firme. Sabía que Zeus sería un desafío, pero habíamos llegado demasiado lejos para dejarnos intimidar.
—Señor Zeus, vengo con un mensaje de urgencia —comencé, mi voz firme pero cargada de la gravedad de la situación—. Tánatos, el dios de la muerte, se está preparando para desatar el caos con la llegada de la Luna de Sangre. Planea romper el equilibrio entre los dioses y los mortales, y si no lo detenemos, todo lo que conocen estará perdido.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos dioses intercambiaron miradas, mientras otros permanecían impasibles. Atenea no dijo nada, pero sus ojos se entrecerraron mientras me analizaba. Sabía que ella sería nuestra mayor aliada, si lograba convencerla.
Zeus se inclinó hacia adelante, su rostro serio.
—¿Por qué debería preocuparme por Tánatos ahora? —preguntó con una calma inquietante—. Él ha existido desde el principio, controlando el ciclo de la vida y la muerte. ¿Qué lo hace diferente ahora?
—Porque esta vez, no quiere controlar la muerte —respondió Ethos con voz firme, dando un paso adelante—. Quiere destruirla. Tánatos busca romper el ciclo. Si lo logra, el mundo de los mortales caerá, y los dioses tampoco estarán a salvo.
Atenea inclinó la cabeza, mostrando su primer signo de interés.
—¿Qué propones entonces? —preguntó ella, sus ojos ahora fijos en mí.
Respiré hondo antes de responder. Sabía que esta era nuestra única oportunidad de obtener su ayuda.
—Hemos encontrado un ritual que puede sellar a Tánatos permanentemente —expliqué—. Necesitamos la magia de varios dioses, pero también... —vacilé un segundo, mirando el collar—, también requerimos el poder del collar de la vida. Sin él, no podremos completar el sello.
Un silencio cayó sobre la sala. Zeus miró el collar que colgaba de mi cuello, y una chispa de reconocimiento brilló en sus ojos. Sabía lo que significaba. El collar era una reliquia antigua, una de las pocas armas capaces de alterar el equilibrio entre los dioses y la muerte misma.
—Sabes lo que eso implica, ¿verdad? —preguntó Atenea, con una mirada intensa—. Si usas el collar, el sacrificio será inevitable.
Asentí, aunque las palabras me pesaban en el alma. Sabía que al usar el collar, alguien tendría que pagar el precio con su vida. Era un arma de poder inmenso, pero también de consecuencias devastadoras.
—Estamos dispuestos a hacerlo —dijo Sofía de repente, su voz fuerte y decidida. Todos volteamos a mirarla, sorprendidos por su intervención—. Sabemos lo que está en juego, y estamos preparados para cualquier sacrificio.
El murmullo entre los dioses se intensificó, y noté que Eros me observaba con una mezcla de orgullo y preocupación. Pero antes de que pudiera procesar sus emociones, Zeus levantó una mano, silenciando a todos.
—Entonces que así sea —dijo finalmente, su voz resonando por todo el salón—. Pero si Tánatos es tan poderoso como dices, necesitarás más que el collar y el ritual. Necesitarás que estemos unidos.
—¿Estás dispuesto a ayudarnos? —pregunté, casi sin creerlo.
Zeus asintió lentamente, pero su mirada se endureció.
—Pero ten esto en mente, Axelia. Si fallas, no solo caerá el mundo mortal. El Olimpo también sufrirá las consecuencias.
El aire en el salón parecía detenerse mientras esas palabras se asentaban en nuestras mentes. Zeus se había comprometido, pero las expectativas eran abrumadoras. Sabíamos que esta era nuestra única oportunidad.
—Prepárense para el ritual —dijo Zeus, poniéndose de pie—. Cuando la Luna de Sangre esté en su punto máximo, nos enfrentaremos a Tánatos.
Nos giramos para salir, sabiendo que la batalla más difícil de nuestras vidas estaba a solo un día de distancia. Pero incluso mientras nos alejábamos, no podía quitarme de la cabeza lo que Atenea había dicho: el sacrificio sería inevitable.
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Corazones Del Olimpo: Hija de Cupido DISPONIBLE HASTA EL 30/11/24
FantasyDISPONIBLE TODAS LAS PARTES HASTA EL 30/11/2024 POR PUBLICACIÓN EN UNA PLATAFORMA DE PAGO ¿Qué pasaría si fueras hija del Dios del Amor? Axelia, segunda hija de Eros y Psique, fue concebida en la casa de Afrodita, lo que la convirtió en una diosa de...