CP46: EL ENIGMA DE LA DAGA

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El portal se iluminó con una luz segadora, desde esta ubicación se podía ver las dunas doradas extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Egipto era una tierra llena de historia, un lugar donde los mitos y leyendas se entrelazaban con la realidad de una manera que nunca antes había experimentado. Pero en esta ocasión, el paisaje exótico no podía distraerme. Mi mente solo tenía una cosa en mente: la daga.

Habíamos llegado hasta aquí buscando respuestas, pero mientras más nos acercábamos a nuestro destino, más dudas surgían. Hedoné había sido clara: la daga de Tutankamón era la clave para debilitar a Tánatos, pero todo lo que Aurel había investigado apuntaba a que la daga expuesta en el museo no era la real. El verdadero artefacto estaba oculto en algún lugar, y encontrarlo sería mucho más complicado de lo que habíamos pensado al principio.

—Esto no va a ser tan sencillo como pensábamos, ¿verdad? —preguntó Sofía quien caminaba a mi lado. Su cabello, ahora completamente blanco, brillaba bajo los rayos del sol.

Negué con la cabeza. Sabía que Tánatos estaría varios pasos por delante, y que el camino para encontrar la verdadera daga sería peligroso. El museo solo era nuestra primera parada.

—Es un rompecabezas —respondí, intentando mantener la calma—. Aurel estaba en lo correcto. La daga que está expuesta no es la auténtica. Tánatos ha estado manipulando las cosas desde las sombras, asegurándose de que las pistas se desvíen en la dirección equivocada.

Ethos y Luca, quienes iban justo delante de nosotros, escuchaban atentamente mientras emprendimos camino hacia el Cairo.

—Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? —preguntó Ethos, siempre directo al punto—. Si la daga no está en el museo, tenemos que descubrir dónde fue escondida.

—Exacto —dije, frotando mis sienes—. La respuesta está aquí en Egipto, pero no en el lugar que todo el mundo cree. Aurel encontró información sobre las tumbas perdidas. Es posible que la verdadera daga esté escondida en una de ellas, pero hay cientos de tumbas sin explorar. Necesitamos algo más concreto.

La tensión entre nosotros crecía. Sabíamos que no estábamos solos en esta búsqueda, y que cada segundo contaba.

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El Cairo era una ciudad vibrante y llena de vida, pero a pesar del bullicio de las calles y la energía constante de la ciudad, la sensación de peligro nunca nos abandonaba. Nos dirigimos directamente al museo, no para encontrar la daga, sino para buscar pistas que nos llevaran a su verdadero escondite. Si alguien sabía algo sobre la tumba perdida de Tutankamón, tendría que estar aquí.

El Museo Egipcio de El Cairo era un vasto laberinto de reliquias y artefactos antiguos, cada uno con una historia que contar. Al entrar, un escalofrío recorrió mi espalda. Sabía que la daga falsa estaba a solo unos pasos, pero eso no importaba. Nuestro objetivo era descubrir dónde se encontraba la verdadera.

—Tenemos que ir a los archivos —dije en voz baja mientras caminábamos por los pasillos llenos de turistas—. Si hay registros de alguna excavación oculta o de una tumba no revelada al público, estarán allí.

Luca asintió, moviéndose con rapidez y sigilo. Sabía cómo moverse en lugares restringidos, y este no sería un problema para él.

—Yo me encargaré de eso —dijo, guiándonos hacia la sección del museo reservada para los investigadores.

Pasamos desapercibidos por los guardias, y en cuestión de minutos estábamos dentro de la sala de archivos. El lugar estaba lleno de antiguos pergaminos, documentos y mapas desbordados en estantes, un caos organizado solo para aquellos que sabían dónde buscar.

—Busquemos información sobre las tumbas ocultas de Tutankamón —ordené, mientras comenzaba a revisar uno de los viejos mapas extendidos sobre una mesa de mármol—. Si la verdadera daga está en una tumba perdida, tiene que haber alguna referencia a ella aquí.

Mientras Luca y Ethos buscaban entre los papeles antiguos, me di cuenta de que Sofía se había quedado inmóvil frente a uno de los estantes, como si algo invisible la estuviera deteniendo. La magia en ella estaba despertando, eso era evidente, pero parecía que algo en este lugar estaba reaccionando a su presencia.

—¿Estás bien? —le pregunté, acercándome.

Sofía asintió lentamente, aunque su mirada seguía fija en un pequeño cofre de madera situado en una esquina de la sala.

—Axelia, creo que esto es importante —susurró, señalando el cofre—. Siento... algo.

Sabía que su herencia celestial le estaba ayudando a percibir cosas que nosotros no podíamos ver. Me acerqué y abrí el cofre con cuidado. Dentro había un pergamino envejecido, frágil por el paso del tiempo. Al desenrollarlo, vi que contenía un dibujo intrincado de una tumba. Pero lo más importante estaba en las palabras grabadas con precisión en una lengua ya extinta en la parte inferior.

"La daga del Faraón no yace donde descansa su cuerpo, sino donde el sol nunca se levanta."

—¿Dónde el sol nunca se levanta? —murmuró Ethos, acercándose para leer.

—Podría ser una metáfora —dije, intentando entenderlo—. Tal vez se refiere a un lugar subterráneo, una tumba olvidada.

Luca examinó el mapa más de cerca, señalando una región al oeste de El Cairo, una zona que no había sido completamente excavada.

—Aquí —dijo, con determinación—. Este lugar ha sido conocido por albergar tumbas ocultas. Los arqueólogos han estado especulando durante años, pero nunca han encontrado nada definitivo.

—Podría ser nuestra mejor opción —afirmé, doblando el mapa con cuidado—. Tenemos que ir allí antes de que Tánatos nos gane. Sabemos que está buscando lo mismo.

Las sombras de Tánatos estaban siempre al acecho, y sabía que no nos quedaba mucho tiempo. Si la daga estaba en esa tumba perdida, tendríamos que encontrarla antes de que las fuerzas oscuras lo hicieran.

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El desierto se extendía frente a nosotros como un mar dorado, cada duna brillando bajo el calor abrasador del sol. El viaje hacia las tumbas ocultas no sería fácil. Sabíamos que tendríamos que enfrentarnos a lo inesperado, y que cualquier error podía ser fatal.

Montados en vehículos todoterreno, seguimos el mapa hacia la región que Luca había señalado. Las ruinas antiguas que marcaban la entrada a las tumbas eran apenas visibles desde la distancia, pero a medida que nos acercábamos, la sensación de inquietud se hacía más fuerte.

—¿Sientes eso? —preguntó Sofía en voz baja mientras el jeep se detenía—. Algo está mal aquí.

Sabía a qué se refería. El aire estaba cargado de una energía extraña, algo antiguo y peligroso. Era como si el desierto mismo guardara un secreto que no quería ser revelado.

Nos bajamos de los vehículos y comenzamos a caminar hacia las ruinas. La entrada a la tumba estaba oculta tras una pared derrumbada, y tardamos un tiempo en despejar el camino para abrirla.

—Aquí es donde el sol nunca se levanta —dije, con una sensación de malestar instalándose en mi estómago—. Todo este lugar... parece estar fuera del tiempo.

Con antorchas en mano, descendimos por un pasadizo estrecho y oscuro, sintiendo el peso de las sombras que parecían moverse en las paredes. Sabía que no estábamos solos. La oscuridad de Tánatos estaba cerca.

—Axelia —la voz de Ethos resonó en la oscuridad—. Prepárate. No sabemos qué nos espera allá abajo.

La búsqueda de la daga se había vuelto aún más peligrosa, pero sabíamos que no podíamos detenernos ahora. Tánatos estaba cerca, y el destino del mundo dependía de lo que encontráramos en esa tumba.

Corazones Del Olimpo: Hija de Cupido DISPONIBLE HASTA EL 30/11/24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora