CP52: EL TEMPLO DE LOS CAIDOS

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Al cruzar el umbral del Templo de los Caídos, un frío antinatural nos envolvió, como si hubiéramos entrado en el mismo corazón del inframundo. Las paredes negras estaban cubiertas de inscripciones en lenguas antiguas, probablemente previas a la existencia de los dioses mismos. Había algo en este lugar que resultaba perturbador, como si cada piedra guardara un secreto oscuro y prohibido.

La luz plateada que emanaba de Sofía parecía luchar contra la oscuridad opresiva del templo, pero incluso su magia lunar tenía sus límites. El brillo titilaba y se debilitaba por momentos, como si el propio templo estuviera absorbiendo la energía que ella proyectaba. Sofía, con el rostro concentrado, murmuraba bajo su respiración, esforzándose por mantener la esfera de luz estable.

—Este lugar... se siente mal —murmuró Sofía, observando las sombras que parecían danzar en los rincones más oscuros de la estructura.

—No te distraigas —le advirtió Ethos, su tono severo pero teñido de preocupación. Era una advertencia por su seguridad. 

Mis pasos resonaban en el suelo de piedra, y con cada avance, sentía una creciente presión en el aire, como si algo más nos estuviera observando desde las sombras. Al mirar a mi alrededor, pude ver que los demás también lo sentían. Luca, normalmente relajado, caminaba con los labios apretados, su mirada afilada como si estuviera preparado para cualquier eventualidad.

Aurel lideraba la marcha, su semblante sereno pero alerta. Aunque no lo decía en voz alta, sabía que este lugar le resultaba tan inquietante como a nosotros. No se necesitaba ser un dios para percibir que algo oscuro aguardaba en este lugar.

—La daga debería estar en la cámara principal —informó Aurel, sin apartar la vista del mapa en su mano—. Pero sospecho que no será tan fácil como abrir una puerta.

—Nunca lo es —respondí, con un suspiro de resignación.

Los pasillos serpenteantes parecían eternos. Cada vez que girábamos una esquina, la sensación de ser observados se intensificaba. Las sombras parecían alargarse y moverse con vida propia. Era como si el propio templo estuviera jugando con nuestra mente.

—¿Por qué siento que estamos en una trampa? —preguntó Luca en voz baja, su mirada recorriendo las paredes como si esperara que algo emergiera de ellas.

—Porque probablemente lo estemos —contestó Aurel, deteniéndose frente a una puerta enorme, tallada en lo que parecía ser un idioma antiguo y olvidado. La puerta emitía una tenue luz roja que parpadeaba al compás de nuestros pasos.

—Aquí es —anunció Aurel, tocando la puerta con cautela.

De repente, las inscripciones comenzaron a brillar con una intensidad abrumadora. Una serie de runas antiguas se encendieron, y el eco de un profundo zumbido resonó en el aire. El suelo tembló bajo nuestros pies, y el ambiente se volvió aún más pesado. El zumbido era como un latido distante, como si el propio templo tuviera un corazón oscuro latiendo bajo la superficie.

—Esto no es normal —musité, mientras sentía una creciente incomodidad, mi cuerpo respondiendo instintivamente al peligro.

Aurel se giró hacia nosotros, con el rostro pálido.

—La puerta está protegiendo la cámara interna. Solo un alma condenada puede abrirla.

—¿Cómo rayos se supone que vamos a hacerlo, entonces? —preguntó Ethos, frustrado, golpeando la pared con su puño cerrado.

Antes de que nadie pudiera responder, la oscuridad a nuestro alrededor pareció cobrar vida. Las sombras que nos habían estado observando desde que llegamos comenzaron a moverse, acercándose lentamente, sus figuras alargadas y distorsionadas por la magia oscura del templo. Sus formas amorfas se deslizaban hacia nosotros, sus ojos brillando con un odio insondable.

—No estamos solos —dijo Sofía, con un tono cargado de terror. Su magia lunar chisporroteaba, amenazando con apagarse por completo.

—¡Prepárense! —grité, mientras mis alas se desplegaban de golpe, llenando el espacio con un leve resplandor dorado.

Las sombras se lanzaron hacia nosotros con una ferocidad inaudita, sus movimientos rápidos y fluidos como el agua. Saqué mi arco, y en un solo movimiento, conjuré una flecha hecha de luz pura, disparándola hacia la primera de las criaturas. La flecha atravesó el aire con un silbido agudo, impactando a la sombra con una explosión de energía. La criatura se disolvió en un chorro de humo negro, pero las otras no se detuvieron.

Ethos desenvainó su espada, y en un movimiento fluido, decapitó a otra sombra que se abalanzaba sobre él. Sus habilidades en combate siempre habían sido impresionantes, pero había algo más en su forma de luchar ahora. Era más preciso, más letal. Y cuando sus ojos se cruzaron con los de Sofía, vi una chispa de algo más profundo.

Luca, por su parte, usaba sus poderes para confundir a las sombras, haciéndolas dudar, mientras él las atacaba con rápidos movimientos. Sus alas plateadas brillaban bajo la tenue luz de la luna, y su expresión era de pura concentración. Sabía cómo usar su magia de manera sutil y eficaz, algo que siempre había admirado de él.

Sofía, aunque aún insegura de su poder, estaba mostrando un progreso notable. La luz de la luna que proyectaba había evolucionado en una especie de escudo protector a nuestro alrededor. Cada vez que una sombra intentaba penetrar el escudo, era repelida con una fuerza invisible. Aun así, notaba el esfuerzo en su rostro; mantener esa magia no era fácil para ella.

—Sofía, estás haciendo un buen trabajo—le dije mientras disparaba más flechas, tratando de aliviar parte de la presión sobre ella.

—No... no puedo dejar que pasen —dijo, apretando los dientes mientras más sombras intentaban forzar su camino a través de su escudo.

Las sombras eran interminables, como si el templo mismo estuviera produciéndolas para detenernos. Nos rodeaban por todos lados, y aunque las estábamos derribando una tras otra, sabía que no podríamos mantener este ritmo para siempre.

—¡Aurel, cualquier plan sería útil ahora! —gritó Luca, esquivando el ataque de una sombra que casi lo sorprende por la espalda.

Aurel, que había estado examinando las inscripciones en la puerta mientras luchábamos, finalmente alzó la voz.

—¡Debemos forzar a una de estas almas a abrir la puerta! ¡Solo ellas pueden hacerlo!

—¿Y cómo demonios planeas hacer eso? —gritó Ethos mientras decapitaba a otra sombra.

Antes de que Aurel pudiera responder, una figura diferente emergió de la oscuridad. Era más grande que las demás sombras, su forma mucho más definida. Su presencia hizo que incluso las otras criaturas se apartaran. Tenía la apariencia de un guerrero, cubierto de una armadura antigua y corroída por el tiempo. Sus ojos brillaban con una luz roja intensa, y en sus manos sostenía una enorme espada.

—Yo abriré la puerta —dijo, su voz resonando como un eco en la vasta cámara—. Pero no lo haré por ustedes... sino ella.

La criatura caminó hacia la puerta, ignorándonos por completo, como si no fuéramos más que insectos en su camino. Colocó su mano sobre las inscripciones brillantes, y en cuanto lo hizo, la puerta comenzó a temblar.

—¿Quién... eres? —pregunté, con cautela, mientras mis manos aún sostenían el arco tenso.

La criatura giró su cabeza hacia mí, y aunque su rostro estaba oculto por la sombra de su casco, sentí que me estaba mirando directamente a los ojos.

—Soy el último de los condenados. Aquel que fue traicionado por los dioses y dejado aquí para pudrirse... pero ya no más. Esta puerta no solo les abrirá paso a ustedes. También me liberará a mí.

Con un último empuje, la puerta se abrió de golpe, revelando una oscuridad aún más profunda en su interior.

El Templo de los Caídos acababa de desatar algo mucho más peligroso de lo que habíamos anticipado.

Y la daga... estaba dentro.

Corazones Del Olimpo: Hija de Cupido DISPONIBLE HASTA EL 30/11/24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora