CP14: SUEÑOS

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Destierro,

Tortuoso castigo de los dioses.

Soledad,

Tortuosa agonía.

Arrancadas sus alas,

Condenada.

Sin rumbo.

En un mundo desastroso,

Pagando por sus pecados.

Arrancada su inmortalidad,

Condenada a morir entre aquellas almas

Que consideraba perdidas.

¡Si su padre se apiadase de ella!

Pero ya era demasiado tarde,

Se encontraba en sus últimos alientos.

Ya nada podía hacer, más que esperar,

Que Hades reclamase su penosa alma.

---

Oscuridad.

Todo se encontraba en penumbras. Bajo mis pies, la sensación de estar parada sobre ramas duras era notable, y el olor a quemado inundaba mis fosas nasales. De un momento a otro, la oscuridad fue sustituida por una claridad devastadora: las llamas eran lo suficientemente grandes como para iluminarlo todo. En ese preciso momento, pude darme cuenta de que no estaba pisando ramas, como había pensado al principio.

Bajo mis pies había una infinidad de huesos de todos los tamaños.

El olor a sangre se mezclaba con el de ceniza, lo que hizo que llevara una mano a mi boca para evitar una arcada.

¿Qué lugar es este?

A lo lejos, distinguí la silueta de una mujer de cabellera roja. Estaba de pie, de espaldas a mí. Me acerqué lentamente, y cuando ella se giró, su rostro me dejó sin palabras.

Su cara, sus ojos... ¡Todo seguía igual! Seguía poseyendo esa belleza celestial a pesar de todo lo sucedido.

-¿Cómo es esto posible? ¿Qué es este lugar? -dije con la voz temblorosa, apenas un hilo de sonido.

-Estás en el Tártaro -respondió ella, su tono tan sereno como aterrador.

-¿Por qué estás tú aquí y no en las Islas Elíseas? -pregunté, sintiendo que el suelo bajo mis pies comenzaba a tambalearse.

-Es mi castigo -respondió, su voz ahora apagada.

¿Su castigo?

-No lo entiendo.

-Cometí muchos pecados en vida, no hace falta entrar en detalles -dijo con frialdad, evitando mi mirada.

-Pero, si este es el Inframundo, ¿cómo es posible que yo esté aquí? -pregunté, sintiendo una mezcla de confusión y terror.

-No estás "aquí" realmente -dijo, haciendo comillas con los dedos-. Es un sueño. Me he comunicado contigo para advertirte. Tánatos es más poderoso de lo que parece. Él quiere el Collar de la Muerte, y si llega a obtener el Collar de la Vida... -señaló el collar que descansaba en mi cuello-, ni siquiera el mismísimo Zeus podría detenerlo. Obtendría las fuerzas de los Titanes, y su plan es conquistar los tres mundos. Debes detenerlo.

-¿Cómo sabes todo esto...? -pregunté, pero no obtuve respuesta.

Desperté de golpe, con la respiración agitada y el corazón latiendo a toda velocidad. Mi cuerpo temblaba y el frío sudor me empapaba la frente. Su advertencia resonaba en mi mente, pero una parte de mí se negaba a aceptar lo que había visto.

Ella no había respondido a mi última pregunta, pero extrañamente, no me molestaba. Lo que realmente me perturbaba era saber que ella, mi hermana, estaba en el Tártaro.

-Mi hermana... ¿Por qué? -susurré, sintiendo cómo una pequeña lágrima rodaba por mi mejilla-. Hedoné, ¿qué has hecho?

El dolor en mi pecho era abrumador. La idea de que mi hermana, la alegre Hedoné, estuviera condenada a ese lugar de tormento eterno... era algo que no podía procesar.

No podía dejar que Tánatos se saliera con la suya. No mientras tuviera la oportunidad de detenerlo, de impedir que el mal que había llevado a Hedoné al Tártaro se extendiera por los tres mundos.

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La advertencia de mi hermana resonaba en mi mente, cada palabra calando más hondo en mi ser. Debía actuar, pero el miedo y la incertidumbre me mantenían paralizada. Tánatos no era un adversario común. Era el dios de la Muerte, y ahora buscaba el poder absoluto. Y yo... yo era la única que podía detenerlo.

Corazones Del Olimpo: Hija de Cupido DISPONIBLE HASTA EL 30/11/24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora