CP58: LAS SOMBRAS DESPIERTAN

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El aire dentro del Templo de las Sombras era diferente, cargado de energía oscura que vibraba con cada paso que dábamos. Aunque habíamos enfrentado dioses y criaturas monstruosas antes, nunca me había sentido tan vulnerable como en ese momento. La sensación de peligro era constante, como si cada sombra que nos rodeaba pudiera cobrar vida en cualquier momento.

—Este lugar está maldito —murmuró Luca, sus alas extendidas, como si tratara de mantener a raya la oscuridad con su luz plateada—. Lo puedo sentir.

—Todos lo sentimos —respondió Aurel, sus ojos recorriendo el pasillo que se extendía ante nosotros—. Aquí es donde Tánatos planea realizar su ritual.

Sofía caminaba cerca de Ethos, sus manos brillando tenuemente con una luz plateada, un reflejo de sus poderes lunares. Sabía que ella estaba luchando internamente, no solo para controlar su poder, sino también para mantener su compostura ante el miedo.

—Si Tánatos está aquí, entonces debemos movernos rápido —dije, apretando la daga en mi mano. Sentía su poder resonar a través de mí, pero también su peligro. Sabía que esta arma podría acabar con Tánatos, pero a qué costo.

El aire a nuestro alrededor estaba cargado de una tensión palpable, una energía sombría que se hacía más densa con cada paso que dábamos. El pasillo ante nosotros era interminable, sus paredes recubiertas de inscripciones en un idioma que no reconocíamos, pero que transmitían una sensación de advertencia ancestral. Este no era un lugar diseñado para los vivos.

—Mantened la guardia alta —dije en voz baja, sintiendo la presión del frío metal de la daga en mi mano—. Este templo está hecho para desorientarnos. Es parte del juego de Tánatos.

—¿Desorientarnos? —preguntó Luca, su mirada atenta a cada movimiento en las sombras—. ¿Cómo lo sabes?

—Puedo sentirlo —respondí, y era cierto. Había algo en el aire, un eco de las fuerzas que Tánatos manipulaba, que intentaba desmoronarnos mentalmente—. Este lugar es más que una simple estructura. Está vivo, o al menos, está siendo controlado por él.

El rostro de Sofía estaba tenso. Sus habilidades aún eran inestables, y aunque había comenzado a practicar con Luca, la presión de la misión estaba pesando sobre ella. Sabía que, si la confrontación con las sombras se hacía inevitable, Sofía sería nuestra mejor oportunidad para resistirlas. Pero también sabía que el costo de un error sería alto.

—¿Qué es eso? —preguntó Ethos, deteniéndose de golpe. Todos nos detuvimos al instante, en completo silencio.

El sonido de pasos arrastrados se escuchó en la distancia. Al principio eran débiles, pero cada vez se hacían más fuertes. No eran pasos humanos. Eran más lentos, descompasados y profundos, como si las criaturas que los emitían no tuvieran prisa en llegar a nosotros, porque sabían que el tiempo estaba de su lado.

—Vienen —susurró Aurel, preparándose para lo inevitable.

Miré a Sofía, quien parecía más asustada de lo que quería admitir. Sin embargo, sus ojos plateados destellaban con una determinación creciente. Sabía que aún no había dominado completamente sus habilidades, pero el momento de la verdad se acercaba, y todos lo sentíamos.

—Sofía, confío en ti —le dije, colocando mi mano en su hombro con firmeza—. Si las sombras nos atacan, tú serás nuestra luz.

Ella asintió, respirando profundamente mientras su luz plateada comenzaba a intensificarse.

El sonido de los pasos ahora se mezclaba con susurros indistinguibles, voces que parecían provenir de las propias paredes del templo. Las sombras comenzaron a moverse, primero sutilmente, luego con mayor rapidez. Delgadas y distorsionadas, serpenteaban por las paredes y el suelo, reuniéndose en formas que parecían humanoides, pero no del todo corpóreas. Sabíamos que habíamos llegado al punto de no retorno.

—¡Aquí vienen! —gritó Luca, alzando sus alas mientras un halo de luz emergía de su cuerpo, proyectándose hacia las sombras que avanzaban.

Las criaturas, seres hechos de pura oscuridad, comenzaron a emerger del suelo y de las paredes, moviéndose como sombras vivientes con ojos vacíos y cuerpos que se deformaban con cada movimiento. No tenían rostro, pero sus intenciones eran claras: destruirnos.

—¡Sofía, ahora! —grité, retrocediendo un paso mientras desenfundaba la daga, lista para atacar si era necesario.

La luz plateada de Sofía se intensificó de golpe, llenando el pasillo con una claridad cegadora. Las sombras retrocedieron, emitiendo chillidos agudos mientras la luz las quemaba, desintegrando sus cuerpos oscuros. Sin embargo, no todas cayeron. Algunas sombras lograron resistir la luz, deslizándose más cerca de nosotros, sus formas distorsionadas retorciéndose en busca de debilidades.

Luca se lanzó al aire con un batir de alas, creando una ráfaga de viento que arrojó a algunas de las criaturas contra las paredes. Ethos, a su lado, invocó una ráfaga de energía que dispersó a varios más, pero las sombras seguían llegando, incesantes, alimentadas por la oscuridad del templo.

—¡No podemos detenerlas todas! —exclamó Aurel, mientras atacaba con su propio poder, creando ráfagas de energía que mantenían a raya a las sombras más cercanas.

Mi mirada se dirigió a la daga en mi mano. Su poder vibraba dentro de mí, resonando con las sombras, como si formara parte de ellas. Era tentador, casi seductor, dejar que la daga absorbiera todo lo que me rodeaba, que controlara la oscuridad misma. Pero sabía que hacer eso sería arriesgarlo todo.

—¡Axelia! —la voz de Sofía me sacó de mis pensamientos—. ¡No puedo mantener la luz mucho más tiempo!

Sabía lo que debía hacer. La única manera de detener a estas sombras era seguir adelante, hacia el corazón del templo, donde estaba el verdadero poder de Tánatos. Teníamos que confrontarlo directamente. Era un riesgo, pero el único que nos quedaba.

—¡Debemos avanzar! —grité a los demás—. No podemos quedarnos aquí luchando para siempre. ¡Sofía, mantén la luz el tiempo suficiente para que pasemos! ¡Luca, Ethos, protejan la retaguardia!

Sin dudarlo, Sofía intensificó su luz una vez más, creando un camino claro a través de las sombras. Corrimos a toda velocidad, mis piernas impulsándome mientras las sombras se arremolinaban a nuestro alrededor, intentando alcanzarnos, pero sin poder atravesar la barrera de luz que Sofía había creado.

A medida que corríamos por el pasillo, las inscripciones en las paredes parecían cobrar vida, sus caracteres antiguos brillando en un tono rojizo, como si nos estuvieran advirtiendo de lo que estaba por venir. Y entonces, el pasillo se abrió, revelando una cámara inmensa y oscura.

El aire estaba helado, y el poder de Tánatos era palpable. En el centro de la cámara, sobre un altar de piedra, se encontraba lo que habíamos estado buscando: un enorme espejo, de superficie líquida y oscura. El portal hacia el inframundo.

—Este es el corazón del templo —dije, mi voz apenas un susurro mientras nos deteníamos ante el altar—. Aquí es donde Tánatos planea realizar el ritual.

El sonido de las sombras se hizo eco detrás de nosotros, pero ya no importaba. Estábamos ante el umbral de la batalla final, y sabíamos que Tánatos no tardaría en llegar. La daga en mi mano vibraba con una intensidad incontrolable. Sabía que su momento estaba cerca.

Ethos miró el altar con una expresión de determinación.

—Este es el principio del fin —dijo en voz baja—. O lo detenemos aquí, o no habrá vuelta atrás.

Respiré hondo y miré a mis compañeros. El destino del mundo estaba en nuestras manos, y con la luna de sangre acercándose, sabíamos que la batalla final estaba a punto de comenzar.


Corazones Del Olimpo: Hija de Cupido DISPONIBLE HASTA EL 30/11/24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora