Las Sombras...

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Avanzando a grandes zancadas por el pasillo que llevaba a sus habitaciones, la Mariscal estrujaba su mente para hallar una solución ya que no tenía todavía ninguna pista del atacante o de sus cómplices. Con la ayuda de Veronica que había obtenido un permiso especial para permanecer en Dinsmark con ella, y su capitana habían llegado a la conclusión que de alguien debía haber ayudado al atacante. Por muy hábil que fuera, nadie podía desaparecer de esa forma.


Sumida en sus pensamientos, la Mariscal pasó de largo por la puerta de la que era su habitación matrimonial con Camila y un ruido proveniente del interior, la hizo detenerse.

El pasillo estaba completamente vacío. Pese a lo avanzado de la hora, todos sus efectivos estaban o asignados en una posición o tomando un breve descanso para después relevar a otros. Su capitana la había convencido que no podía mantener a todos los guardias imperiales con los que contaba en ese ritmo frenético y sin descanso todo el tiempo.

Normani insistía en que Lauren misma tenía que comer y descansar pero la Mariscal simplemente no podía sentarse o recostarse sin pensar en la mirada vacía de su esposa. La respuesta de la princesa había mejorado ligeramente los días siguientes, pero su mirada estaba cada vez más desesperanzada.

Y la Mariscal simplemente no podía soportarlo.

Y por eso no podía parar un segundo.

Mirando a la puerta de la habitación que habían compartido, pensó que aunque no cejara en su empeño, si debía descansar. Ya estaba empezando a escuchar ruidos extraños.

Cuando se aprestando para seguir hacía su habitación, un nuevo ruido la puso en alerta y desenvainando su espada se preparó para entrar en la habitación que, con Nanoha y sus consejeras presas en la Torre, debía estar completamente vacía.

El ruido que había escuchado era muy real y venía del interior de la habitación.

La Mariscal abrió la puerta y la recibió una oscuridad total. La ventana de la habitación estaba cerrada por lo que ni siquiera la más leve iluminación entraba del exterior. Solo las antorchas del pasillo alcanzaban a crear una isla de luz a la entrada de la misma y un poco más allá. Después de eso, solo se veía negrura.

La Mariscal aguzó la vista y el oído, y entro con cautela en la habitación. Conforme sus ojos se habituaban a la oscuridad, identificó el contorno de las cosas que conocía tan bien de ese espacio. La mesa donde había trabajado, el mueble empotrado donde guardaba sus pertenencias y sus armas…la cama donde le había hecho el amor a su esposa….

Un segundo de distracción fue suficiente para que la puerta se cerrara y la Mariscal terminara con el filo de una espada en su cuello rodeada solo por la oscuridad.

-No se mueva Mariscal Jauregui… dijo una voz suave y ronca que está estaba segura que jamás había escuchado en su vida.

La Mariscal se mantuvo inmóvil tratando de evaluar la situación en la que se encontraba.

-Si suelta su espada en este momento y promete quedarse quieta…le daré muchas de las respuestas que esta buscando, ofreció la voz.

Con lo que la persona había hablado la Mariscal tenía ya una buena idea de su posición y altura, aún en la oscuridad.

-De acuerdo, dijo y aunque dudaba que su atacante pudiera realmente verla, hizo como si fuera a soltar su espada pero en el último momento se apartó del filo de la espada en su cuello y se lanzó al ataque.

Ahora y para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora