49. Nuestro Lugar Seguro

7 1 0
                                    

Al amanecer, Sarah despertó primero, alarmada al notar que sus vendas habían desaparecido. Se había quitado las vendas la noche anterior mientras Eileen dormía, pero no recordaba dónde las había dejado. A pesar de su inquietud, Eileen, todavía acurrucada en el pecho de Sarah y abrazándola, despertó poco después. Lo primero que vio fue a Sarah envuelta en sábanas insuficientemente grandes para protegerla del frío, lo que también le afectaba a ella. El frío se hacía notar, pero el calor compartido de su proximidad hacía que la situación se sintiera menos incómoda.

—Buenos días, corazón —dijo Sarah, al notar que Eileen comenzaba a despertarse.

—Este es un buen día porque desperté a tu lado —respondió Eileen, permaneciendo en la misma posición mientras buscaba la mano de Sarah para tomarla—. Esta noche fue increíble. No me había sentido tan viva desde hace mucho tiempo...

—Me alegra saberlo —dijo Sarah con un bostezo—. ¿Descansaste bien?

—Sí, aunque... —Eileen vaciló antes de continuar—. No quiero que me malinterpretes. Eres perfecta, pero cuando te veo, me surgen más dudas. ¿Por qué te haces eso?

Eileen acarició el brazo de Sarah con ternura, señalando las cicatrices que Sarah había tratado de ocultar. Sarah tardó unos momentos en responder.

—Para desahogarme. Pero eso ya queda en el pasado. Mejor no hablemos de ello ahora.

—Me preocupa, de verdad —dijo Eileen, con un tono de preocupación genuina—. Puede que no lo demuestre, pero es algo que me inquieta...

—No, no te preocupes —dijo Sarah con una voz suave—. En serio, ya pasó. No te angusties.

—La próxima vez que pienses en hacerlo, quiero que me lo digas. No puedo resolverlo, pero no quiero que estés sola...

—Está bien... Ahora mírame...

Eileen la miró obedientemente. Sarah se quedó observándola a los ojos y, sin previo aviso, le dio un beso largo y sincero.

—Tus ojos son muy bellos, ¿te lo había dicho?

—Varias veces, pero me encanta que lo digas...

Sarah sonrió mientras la miraba. Iba a decir algo más, pero un rugido estruendoso de su estómago interrumpió el momento. Sarah buscó a su alrededor y sólo encontró ropa misteriosamente doblada en el suelo: los uniformes de ambas.

—Mierda... ¿No tienes chicles, Eileen?

—¿Me ves cara de que tengo chicles? Claro que no.

—Tampoco ayudas... Bueno, da lo mismo. No sé ni qué hora es, seguro que llegamos tarde a... —Sarah se detuvo, dándose cuenta de la gravedad de la situación— ¡Las clases! ¡Vámonos, llegaremos tarde y no quiero que me castiguen!

Se arreglaron rápidamente, pero al final, se encontraron vistiendo los uniformes equivocados. Sarah ahora era de Gryffindor y Eileen de Slytherin. Sin tiempo para cambiar, se dirigieron apresuradamente a su clase de Pociones. Sarah estaba segura de que Snape no tomaría bien su retraso.

Llegaron corriendo a mitad de la clase, y Snape, con una expresión severa, las observó mientras entraban. Se sentaron una al lado de la otra, con Sarah preparándose para la clase como si nada hubiera pasado, pero Eileen miraba al profesor con evidente resentimiento. Cuando Sarah terminó de preparar sus materiales, lanzó una mirada nerviosa a Snape, mientras Eileen se mantenía tensa, evidentemente perturbada.

—Sus trabajos han sido deplorables, limpien todo y váyanse. Excepto ustedes, Prince y Stark —ordenó Snape con frialdad— Necesito hablar con ustedes...

Our Safe Place | Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora