T R E I N T A Y N U E V E

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13 de mayo del 2022

💚✨Bata de la discordia✨💚

Mi intento por hacer amigos terminó en esa sonrisa algo rara con Eduardo, y no quise saber de interacción social en lo que restó de la mañana. No le comenté nada a Pablo, porque comenzaría con sus sermones de que los chicos solo quieren amigas para dárselas en algún momento, y yo no quiero que desconfíe de mí. Porque no importa lo que haga o diga, cuando se trata de chicos, él pone el grito en el cielo.

Y ahora, el pobre está pegando el grito en el cielo pero por culpa de Química.

—Ya, mi amor, verás que no pasará a mayores —intento calmarlo antes de entrar a la primera clase. Él está sentado en una jardinera, con la cabeza abajo.

—Voy a sacar cinco, Le. No traje la maldita bata de laboratorio.

—Es que no conozco a nadie quien me pueda prestar una —. Saco mi celular, buscando el contacto de Bill—. Le diré a Bill si tiene una.

—No, no quiero nada de ese —remilga, aunque luego se retracta—. Bueno, estoy tan desesperado que cualquier opción es buena.

Intentamos contactar hasta al mismísimo presidente para encontrar una bata lo más pronto posible, pero todos nuestros intentos fueron fallidos. No nos quedó de otra que irnos a nuestras respectivas clases, y entre las derivadas tan confusas y números combinados con letras regadas en el pizarrón, me olvidé un poco del problema de Pablo. Estoy borrando y escribiendo las ecuaciones porque no entiendo ni un carjo, pero el que parece entender a la perfección es Eduardo, que es el único que participa.

—Presumido —susurro para mí, sacándole la lengua cuando está de espaldas ante el pizarrón.

La clase terminó tan tarde que no tuve tiempo de ir con Pablo a desayunar, pasando directamente al otro salón. Ahora, los números no me quebraban la cabeza, sino las decisiones de un futuro. ¿A quién le gusta la materia de Orientación Vocacional? Yo, a lo único que me dedico, es a valer popó con cada decisión que tomo en mi vida académica y sentimental. ¿Habrá algún certificado para eso?

Entre mis sueños adolescentes de ser hija de un alcalde archimillonario y no tener que estar rellenando cuestionarios cada viernes, recuerdo el video que quiero hacer con estética de los noventas, con la que he estado obsesionada todo el mes. Sé que una toma de los chicos jugando baloncesto con algunos filtros borrosos quedaría genial, y una vez la tortura vocacional termina, busco a Pablo en las canchas.

Sola en el trayecto a mi destino, me detengo en la puerta de las mismas para grabar. Estoy como toda una cámarografa, buscando el mejor ángulo de todos los chicos deportistas, hasta tarareo la canción que le pondré de fondo. En la toma, vislumbro a Pablo, quien es golpeado en las piernas con la pelota de los muchachos. Al ver que camina hacia mí, suelto una pequeña carcajada por lo que pasó, pero se me borra al ver su rostros molesto.

—¿A quién estás grabando? —pregunta, lo que me hace cortar el video.

—Estoy grabando a los chicos para el video de los noventas, lo pondré en la parte que habla del básquet...

—No te dije qué, sino a quién estas grabando —vuelve a interrogarme con algo de agresividad en su tono. Él sale de las canchas, dejándome atrás.

—A nadie, Pablo, solo quería grabarlos jugando basquet como dice la canción...

—Mmm —suelta con desdén, colgándose la mochila.

—¿Estás enojado conmigo? —le pregunto entre fastidiada y temerosa, porque no es la primera vez que le dan sus arranques de celos.

—No, solo tengo un mal día.

—¿Por qué?

Mi pregunta es tan inocente porque no recuerdo lo que sucedió en la primera hora: su búsqueda por la bata de laboratorio. Lo miro, intentando descifrar sus furiosos gestos, aunque mi memoria todavía no es capaz de recordar qué es lo que le pasa.

—Así te he de importar, Lena —. Vuelve a emprender paso una vez se detuvo a mirarme con indignación. Corro detrás de sus zancadas furiosas, desconcertada.

—¿Pero qué pasó...?

—¿No te acuerdas? —. Muerdo mi labio con muchísima vergüenza y miedo de decirle que no. Mi cerebro está desesperado por encontrar el motivo de su enojo, pero no encuentra el archivo.

—Pablo...

—¡La maldita bata de laboratorio! —exclama.

—Oh, es cierto, la bata —digo con tanta lástima que me cubro la frente por la torpeza que siento—. Perdóname, Pablo, entre tantas cosas, yo...

—Ah, pero sí hubiera sido yo quien olvidara algo tuyo, no me la hubiera acabado.

—Lo sé, perdóname, se me borró totalmente de la cabeza —. Tomo su brazo para que me disculpe, pero él lo quita con algo de brusquedad.

—Ya vi lo mucho que te importo, eh —. Se sienta en la misma jardinera que en la mañana, cubriéndose el rostro con el tapabocas.

—Pablo, en serio, perdóname —. Le sigo el paso, acariciandole el rostro. Él no hace más que rechazar cada una de mis caricias, lo que me hace sentir peor—. Clean... Prometimos ir a comer después de clases, no podemos enojarnos ahora...

—Solo piensas en comer, ¿verdad? —su tono esta vez fue más apacible, quitando un poco de tensión en el rostro. Yo no me ofendo con su comentario, solo le suelto una sonrisa para poder enmendar mi error

—Y en ti —le acompleto, intentando que me de un beso en la mejilla—. Perdóname, no volverá a pasar, de hecho, es una de las primeras veces que me pasa...

—Ya, vámonos —. Se levanta, dándome la mano para que yo lo haga también—. Pero tú ordenas.

—¡No! Sabes que me da mucha vergüenza hablar con desconocidos. Ordena tú.

—¿Todavía que olvidas mi fatídico cinco?

—Es que... —. Su sonrisa hace calmar un poco la incertidumbre que me daba su evasión, lo que me hace soltar un suspiro de alivio—. Está bien, yo ordeno.

💜💚Datos curiosos💜💚

1- Pablo terminó ordenando. Y preguntó si vendían tacos... ¡En una taquería! JAJAJ Pablo, si estás leyendo esto, qué día tan chistoso eh.

MoonCat IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora