5.

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La habitación donde Jimin pasaría el fin de semana era inmensa, casi intimidante. En el centro se alzaba una cama tan grande que parecía diseñada más para impresionar que para ofrecer descanso. Tenía tantas almohadas apiladas que cualquiera dudaría si era posible acostarse ahí sin hundirse en su volumen desbordante. Frente a la cama, una enorme ventana con barrotes permitía vislumbrar el paisaje exterior, un cuadro sereno de verdes y montañas, cuya belleza contrastaba con el ambiente frío y opresivo de la habitación. Aunque había una cierta calidez en el aire, como si quisiera darle una tregua, Jimin no lograba sentirse a salvo; algo dentro de él se revolvía de inquietud, anticipando la posibilidad de algún castigo o violencia de manos de aquel hombre sin compasión.

Ya no cargaba cadenas en sus muñecas, pero la sensación de encierro persistía, como si la habitación fuera en realidad una jaula transparente, una trampa elegante y cruel donde podía ver el mundo exterior sin tocarlo. Las comodidades que lo rodeaban resultaban absurdas, despojadas de sentido, pues su verdadero anhelo era intangible, perdido junto con todo aquello que le daba valor a su vida. La amargura le pesaba en la garganta, un mal sabor que le provocaba náuseas, aunque nada tenía para expulsar.

Estaba solo, y supuso que Jungkook, en ese instante, estaría en brazos de su amante. Esa idea lo desconcertaba. Jimin nunca había entendido ni el sexo ni las relaciones; para él eran términos vagos, ajenos, rodeados de un misterio que nunca había sentido el impulso de descifrar. Creció en un entorno donde todo se limitaba al trabajo, al deber. Sabía que otros compartían sus cuerpos, pero no encontraba ninguna atracción en ello, y mucho menos podía comprender la gracia de tener una pareja o creer en ese concepto extraño llamado amor.

Se dejó caer en la cama y se quedó mirando el techo, envuelto en pensamientos oscuros y extraños. Se preguntaba cómo sería vivir en ese otro mundo, en el lado “perfecto” de la humanidad, donde el lujo, la comida, y el agua nunca faltaban. Era un mundo tan distante del suyo que a veces le parecía una fantasía, una mentira tejida para burlarse de quienes luchaban por sobrevivir bajo el sol abrasador. Mientras reflexionaba, la imagen de sus vecinos se cruzaba por su mente: algunos morían de sed y hambre, sus cuerpos permaneciendo bajo el sol hasta que la piel se les endurecía y deformaba de manera tan grotesca que apenas se reconocían. Los perros callejeros, siempre rondando, se encargaban de borrar las huellas de aquellos cuerpos olvidados, devorándolos hasta que sólo quedaban unos huesos.

La visión se hizo más nítida y cruel: niños con la vida escurrida de sus cuerpos, frágiles, inmóviles, y los perros acercándose sin piedad. Una imagen así le provocaba una mezcla de horror y agradecimiento. A pesar de todo, él estaba acostado en una cama en la que podrían dormir tres personas, una cama que nunca había imaginado tener. No había sido algo que buscara, y mucho menos que soñara, pero ahí estaba, en medio de ese insólito privilegio, gracias a un tirano.

Se dio vuelta para mirar el estante que estaba a un costado de la cama, repleto de libros. Era probable que Jungkook los hubiera colocado ahí como un mero adorno, nada más que un toque decorativo. A los ricos no les hacía falta leer. Para ellos, los libros eran objetos de otra época; en su mundo digitalizado, las pantallas y las aplicaciones habían reemplazado cualquier necesidad de pasar páginas. Y, aun así, había entre ellos quienes leían por placer, quizás por la pretensión de ser distintos o más cultos, diferenciándose del resto con sus lecturas.

Con curiosidad, Jimin se levantó, dejando la comodidad de la cama para acercarse al estante. Pasó la mano por algunos títulos, preguntándose qué tipo de literatura consumirían aquellos que se creían superiores por el simple hecho de tener rostros y cuerpos privilegiados. No esperaba encontrar nada realmente interesante, pero había en él una especie de fascinación, casi morbosa, por descubrir los mundos que esos libros guardaban. Tal vez entre sus páginas se escondía una muestra de cómo la aristocracia veía el mundo, una prueba de las locuras y prepotencias que podían justificar desde su pedestal.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora