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Dujin era un joven impetuoso, el tipo de persona que jamás se detenía a pensar en las consecuencias de sus acciones. Su vida, a menudo al borde de la tragedia, se había salvado innumerables veces gracias a su habilidad extraordinaria. No era conocido por su capacidad para planificar, sino por su destreza en la improvisación. Siempre dispuesto a enfrentarse a lo inesperado, cuando sus enemigos lo sorprendían, él ya estaba listo para contraatacar con una ferocidad que sólo los más arriesgados conocían. No era un genio estratégico como Jungkook, pero poseía un talento único: destruir todo lo que se le ponía enfrente sin complicarse la vida.

Aquella mañana, fue el primero en despertar. Un golpeteo en la puerta lo sacó de su sueño profundo, y con un bostezo que retumbó como el de un oso recién salido de su hibernación, se estiró en el suelo, tratando de espabilarse. Su camiseta, que había subido mientras dormía, quedó desordenada sobre su torso, y una marca de saliva decoraba su mentón. Su cabello estaba echo un caos, tan desordenado que parecía el de un hombre primitivo recién salido de una cueva.

No se molestó en preguntarse por qué alguien se dignaba a tocar la puerta en medio de un apocalipsis. El mundo entero podía estar hecho pedazos, pero para Dujin, esa mañana era tan tranquila como cualquier otra tarde de domingo.

Sin pensarlo mucho, abrió la puerta. No iba a hacer esperar al intruso. Lo recibió con una sonrisa brillante, a pesar de que la somnolencia aún nublaba su mirada. Podía parecer medio adormilado, pero para él, sonreír siempre era necesario. Incluso si se trataba de un asesino serial, las buenas costumbres no podían faltar.

— Buenos días. — Murmuró Dujin, apenas despertando cuando Jungkook reaccionó, alarmado por la escena que tenía ante sí.

El joven mandamás se había quedado dormido con Jimin entre sus brazos, y en ese instante, se sintió tan cómodo que olvidó por completo la peligrosa situación en la que estaban. La calma de esos momentos se desvaneció cuando ya era demasiado tarde. Dujin estaba saludando a una de las figuras más temibles de las cercanías de Antatris, alguien cuyos actos habían dejado huella en muchas pesadillas de los miembros de la milicia. Retroceder en el tiempo para pedirle que regresara a la improvisada cama en el suelo era una fantasía imposible. Dujin, impulsivo como siempre, no era de esos que dudaban.

— ¡Buenos días! — Respondió la figura que parecía tan fuera de lugar como peligrosa. Jongo, conocido entre los suyos como el niño bonito, un tonto con una rata siempre en su hombro, cuyo rostro angelical jamás reflejaba la maldad que lo acompañaba.

Jongo estaba vestido con ropas desechas; sus sandalias, gastadas y rotas, ni siquiera cumplían con las mínimas exigencias del terreno en el que se encontraban. Su chaqueta, igual de deteriorada, parecía a punto de desintegrarse. Sin embargo, su apariencia tan pura y juvenil resultaba engañosa.

Jungkook, con el pulso acelerado, no podía permitir que Dujin, en su acostumbrada ingenuidad, se dejara engañar por la apariencia de Jongo. A pesar de lo que el joven mandamás pudiera pensar, no podía permitir que ese rostro bonito los traicionara.

— ¡Quédate donde estás! — Gritó Jungkook, al tiempo que tomaba su katana con determinación. Con pasos rápidos, pero sigilosos, se acercó a la puerta que Dujin había abierto sin la menor precaución. La situación no era más que un peligro inminente, y no tenía tiempo para dudar.

Edmond y Jimin despertaron al instante en que Jeon alzó la voz, una orden implícita que dejaba claro su rol de autoridad en la casa, en contraste con Dujin, quien parecía siempre dispuesto a recibir a cualquiera que deseara pelear. Jongo, sin embargo, no parecía alguien dispuesto a cargar con armas; no llevaba nada que llamara la atención, salvo una extraña rata gorda que se movía de un lado a otro, olfateando con curiosidad. A simple vista, podría haber sido un hombre común, pero la sombra de su oscuro pasado era evidente en sus ojos, más que en su atuendo.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora