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Los UTW se asentaban al sur de Antatris, en un rincón idílico conocido como “Ebis”, una isla tropical adornada con cascadas que descendían como hilos de plata hasta un mar cristalino. Este refugio paradisíaco albergaba una estación de UTW que dominaba gran parte del terreno, rodeada por una vegetación exuberante y árboles que ofrecían frutas insólitas, resultado de experimentos científicos diseñados para combatir la escasez alimentaria. Algunos de estos árboles daban frutos en una abundancia inusual, un testimonio de los avances genéticos de la humanidad. Pero nada capturaba tanto la atención como la laguna artificial en el centro de la isla, un santuario donde especies protegidas brindaban un espectáculo majestuoso para los turistas lo suficientemente adinerados como para permitirse un viaje en ese lujoso transporte.

Jungkook recorría la isla con paso firme, su chaqueta cuidadosamente elegida para proyectar una imagen de autoridad y poder ante los habitantes locales. Sin embargo, su visita tenía un propósito más urgente: conseguir ropa adecuada para su grupo. Hacer que Jimin pareciera alguien de influencia con sus actuales prendas sería tan creíble como transformar piedras en oro.

Edmond, aunque en su momento había lucido atuendos de alta costura, ahora sólo tenía harapos manchados de sangre y barro. Luego estaba Jongo, cuya reputación lo precedía; su rostro había aparecido en uno de los libros de criminales más buscados del siglo XXII, lo que complicaba aún más cualquier intento de pasar desapercibidos. El único que no representaba un problema era Dujin, pero él tenía una misión igual de importante: mantener vigilado a Jongo y evitar que su frágil estabilidad mental pusiera al grupo en peligro.

Jungkook sentía el peso del grupo como un ancla sobre sus hombros. Sabía que no podía permitirse errores; su habilidad para manejar la situación determinaría si saldrían de esa isla con vida. Llegar a Ebis había sido una hazaña por sí sola. Habían caminado durante un día entero por terrenos hostiles antes de encontrar un bote pesquero abandonado que utilizaron para cruzar hasta el puerto de la isla. Ahora, los demás aguardaban en una vieja bodega de vino en desuso, un escondite temporal que no podía convertirse en un refugio permanente. No había tiempo para quedarse quietos, no con la amenaza inminente de una guerra mundial que podía desatarse en cualquier momento.

— Me gusta tu chaqueta. — Dijo un joven con marcado acento ruso mientras pasaba rápidamente junto a Jungkook, como si temiera llegar tarde a una cita ineludible.

Su voz destacaba entre el murmullo de la multitud, y no sólo su pronunciación lo delataba como extranjero. Sus rasgos, definidos y severos, contrastaban con la gente del lugar, y sus ojos de un azul profundo recordaban inquietantemente a los de Jongo, aunque sin el toque amenazante que caracterizaba a su compañero.

— A mí también me gusta mi chaqueta. —Respondió Jungkook con un tono seco pero cargado de cierta ironía, sin detener su paso.

El joven dejó escapar una carcajada breve, genuina, y continuó su camino a toda prisa. Sus movimientos eran bruscos, casi violentos, mientras esquivaba y empujaba a las personas que caminaban distraídas con la mirada fija en el vacío. Muchos iban inmersos en conversaciones “Interces”, una tecnología de comunicación que permitía conectarse mentalmente con otros a través de un simple pensamiento.

Para iniciar el contacto, bastaba con pensar en alguien querido y enviarle un permiso telepático. La conveniencia de este método, sin embargo, tenía un precio: el uso obligatorio de un microchip adherido en la nuca, que provocaba un dolor punzante, especialmente al colocarlo por primera vez.

A pesar de la incomodidad, la moda dictaba las prioridades de la sociedad, y la mayoría estaba dispuesta a soportar cualquier cosa con tal de pertenecer. Las calles estaban llenas de usuarios inmersos en sus Interces, gesticulando o sonriendo al vacío como si sus interlocutores estuvieran físicamente frente a ellos. En contraste, Jungkook caminaba con una indiferencia deliberada, sus ojos fijos en el horizonte, ajeno al bullicio y a las absurdas modas tecnológicas que lo rodeaban.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora