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Jungkook era implacable. Jimin lo notó sin necesidad de detenerse a pensarlo. En un solo movimiento rápido y firme, Jungkook sacó un arma de su pantalón y, sin un atisbo de duda, disparó hacia los cuatro motociclistas. No hubo vacilación; cada bala encontró su camino directo al cráneo de sus objetivos, sorteando con precisión la distancia entre ellos. Los cuerpos se desplomaron con un estruendo sordo, sus huesos rompiéndose bajo el peso del impacto, y la crudeza de sus caídas lo obligó a apartar la mirada.

La escena no podía ser más desoladora, y el fuego que comenzaba a expandirse por el norte sólo añadía un tono macabro a todo. La oscuridad de la noche fue eclipsada por las llamas que se extendían como si de un amanecer infernal se tratara, proyectando una luz intensa y roja que transformaba el paisaje. Jimin observó todo con una familiaridad inquietante; había visto la muerte repetidas veces, pero nunca lograba acostumbrarse a la habilidad y precisión de Jungkook, aquel joven que parecía tener en sus manos el poder absoluto.

La rapidez con la que había acabado con cuatro vidas lo dejaba en una mezcla de asombro y resignación. En cuestión de segundos, con la misma facilidad con la que otros respiran, Jungkook había tomado decisiones que alteraban vidas.

“El prudente ve el peligro y lo evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias”. Jimin recitaba en su mente un versículo tras otro, cada palabra evocándole a Jungkook, a ese ser que observaba con un respeto casi sagrado. Para él, Jungkook no era simplemente un hombre. Era la ira personificada de un dios implacable, y nadie que se cruzara en su camino parecía estar a salvo de ese destino destructor.

Apenas cruzaron miradas por un instante, cuando Jungkook le agarró la mano y tiró de él sin dar espacio a una pausa. Jimin apenas tenía tiempo para asimilar lo ocurrido, las imágenes fugaces de la destrucción que quedaba atrás. Quería detenerse, necesitaba un respiro, pero el pánico los empujaba a seguir adelante. Su única esperanza era escapar, alejarse de aquella nube densa y sofocante que los perseguía, llenando el aire de veneno.

Sentía el corazón a punto de romperle el pecho, cada latido era una punzada que no daba tregua. El aire que lograba inhalar quemaba sus pulmones y apenas alcanzaba a mantenerlo consciente. Alrededor, pequeñas partículas de ceniza flotaban, cayendo suavemente como si de nieve se tratara, pero en lugar de frío, dejaban una sensación abrasadora en su garganta.

A unos metros de distancia, un puente oxidado emergía en el camino, desmoronándose bajo la presión del tiempo y el peso de los días olvidados. Las vigas se tambaleaban amenazantes, algunas crujiendo con un eco metálico. Pero Jungkook no se detuvo; lo sostenía con fuerza, apretando su mano y asegurándose de que no quedara atrás. A medida que avanzaban, Jimin notaba cómo Jungkook tiraba de él, casi arrastrándolo para mantenerlo fuera del alcance de la nube tóxica que envolvía el aire, cada vez más cerca.

— ¡Corre, Jimin! — Gritó Jungkook, mientras Jimin tropezaba, sintiendo el barro adherirse a sus pies y casi perder el equilibrio.

Jungkook no dejaría caer a Jimin después de haber pasado por todo aquel calvario para rescatarlo. Sabía que se estaba aferrando a una fantasía irracional; no era normal encapricharse tan rápido con alguien, pero Jimin tenía algo que iba más allá de lo explicable, un magnetismo que absorbía a cualquier persona cerca de él. No era sólo su belleza, sino algo más profundo y oscuro que irradiaba desde el fondo de su ser. La belleza de Park no era de esas que inspiraban calma o paz; era una belleza que condenaba a quienes la observaban con intensidad, una maldición que embriagaba y arrastraba a los demás hacia un abismo.

En otro mundo, con otra suerte, Jimin podría haber sido alguien poderoso, alguien destinado a liderar y transformar, alguien nacido para imponerse sobre los demás. En cambio, la vida lo había colocado en la parte equivocada de la muralla, relegado a una realidad donde su esplendor sólo servía para atraer miradas y envidias, una existencia que parecía empeñada en despojarlo de cualquier posibilidad de libertad o control.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora