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Jungkook encontró un pozo en medio de la vasta tierra, y con un esfuerzo que rozaba lo desesperado, logró llenar los bidones hasta que alcanzaron su límite.

Estaban cerca de una región recién nombrada Antatris, un lugar que parecía surgir de las entrañas mismas de la tierra. No sólo la geografía había cambiado, sino también la esencia de los sitios. Los antiguos nombres de las ciudades ya no tenían relevancia; todo se había desmoronado, incluso en el lenguaje de la gente. Antatris no era como los lugares que había conocido, estaba rodeada por árboles milenarios, imponentes y misteriosos, que parecían custodiar el acceso a un mundo salvaje y primitivo. Allí no había caminos pavimentados, ni vestigios de pequeños pueblos abandonados, sólo la selva profunda, inexplorada, donde los ecos de la naturaleza eran los únicos sonidos que importaban. Nadie se atrevía a adentrarse demasiado; era un lugar temido y venerado en igual medida, un santuario al que pocos llegaban.

Luego de la confesión inesperada de Jimin, Jungkook se sumió en un silencio denso y pesado. No había palabras que pudieran justificar lo que sentía. Sabía, sin poder evitarlo, que Jimin lo había idealizado hasta el punto de verlo como algo divino.

Ese amor que él profesaba no tenía fundamento alguno, no era más que una fantasía construida sobre la nada. Jungkook no se veía como algo digno de ese amor. Era alguien marcado por el crimen, por su propia naturaleza, alguien que se consideraba un asesino. Pero, más allá de sus propios demonios, lo que realmente le aterraba era el hecho de que, a pesar de su repulsión hacia sí mismo, sus sentimientos por Jimin sólo se intensificaban. No podía negar que Jimin representaba todo lo que él había creído imposible: el primer amor, tal vez el único. En esos años en los que había intentado evitar cualquier conexión, Jimin había sido su única constante, el único al que no pudo ignorar.

Era por él que había llegado a comprender que nunca podría amar a la esposa que le habían asignado, ni a nadie más. La vida que se le había trazado estaba condenada al fracaso, marcada por la falsedad, por la mentira de un amor que nunca existiría.

— ¿No vas a decirme nada? — Preguntó Jimin, apoyado contra el vehículo. La distancia de la civilización los rodeaba, pero en ese nuevo mundo, la civilización ya no existía, se había disuelto, desmoronada bajo el peso de lo que quedaba.

Jungkook lo miró, su expresión vacía, como si todo el peso de sus pensamientos lo arrastrara hacia el suelo.

— No me amas, Jimin. Amas la idea de tener algo superior, algo que te proteja, que siempre te defienda…

— Eres el chico rico al que le di mi comida. — Jimin apartó la mirada, enfocándose en los árboles que rodeaban el lugar. En su lado del muro nunca había tenido oportunidad de conocer algo tan diverso en la vegetación. — Cuando estuve en el hospital lo recordé. Eras ese niño lindo y moribundo que se desmayó frente a mi casa. Puede que suene tonto, pero fuiste la primera persona que me miró a los ojos sin juzgarme, sin verme como un estorbo o un objeto. Yo… al día siguiente volví, pero ya no estabas. Todos los días te busqué porque temía que algo te hubiera pasado. Sé que no eres Dios, pero para mí, en ese momento, lo fuiste. Porque gracias a ti pude pensar en algo más que en el hambre o en las ganas de desaparecer. La idea de verte de nuevo fue lo que me mantuvo con vida, por eso estoy aquí.

Jungkook dejó los bidones de agua a su lado, sin saber muy bien qué hacer. Aprovechó la ocasión para limpiar su cara con el agua del pozo. El fresco contacto fue un alivio después de haber corrido por zonas llenas de nubes tóxicas y polvo. Sus manos, ya arrugadas como las de un anciano, temblaban sin poder evitarlo. ¿Por qué algo tan simple lo afectaba de esa manera? No debía dejarse llevar por sus emociones.

El sonido de los grillos y las cigarras llenaba el aire, resonando entre los matorrales, mientras que en el horizonte no se percibía ni un eco de la vida urbana. Era un momento de quietud absoluta, un espacio apartado donde sólo existían ellos dos y un enjambre de insectos invisibles que se escondían incluso a plena luz del día. Pero a pesar del silencio que los rodeaba, Jungkook no podía evitar sentir que todo era ruidoso, caótico. Lo atribuía a los sentimientos que comenzaban a tomar forma en su pecho, tan intensos y contradictorios que se ahogaba en sus propias palabras. Palabras cargadas de ternura que no se atrevía a pronunciar en voz alta. Palabras que ni siquiera sus padres compartieron alguna vez, un amor tan puro que anhelaba entregar a Jimin, pero que se le atoraba en la garganta.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora