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Dongyul siempre había sido un hombre huraño, el hijo ideal en una familia que aparentaba ser perfecta. Creció bajo el brillo de una sonrisa encantadora, rodeado de la admiración de todos, el niño bonito que parecía tener todo bajo control. Sin embargo, su vida se había marcado desde el principio por un detalle que pocos conocían: al nacer, tuvo un problema en su ojo derecho.

Era raro verlo sin el parche que siempre cubría su ojo, y aunque la gente susurraba sobre él, las versiones que circulaban estaban tan alejadas de la verdad como las estrellas del horizonte. Nadie imaginaba lo que realmente había detrás de esa venda. 

Su ojo derecho no era como los demás, no tenía malformaciones ni heridas visibles. Era un ojo completamente rojo, como el color de la sangre que recorría sus venas o como aquellas rosas que su abuela cuidaba con tanto esmero en el jardín de la casa. No había ninguna amenaza a su visión, pero el color era tan extraño, tan fuera de lo común, que su familia había decidido ocultarlo al mundo.

A lo largo de la historia, aquellos nacidos con ojos rojos o amarillos siempre habían sido vistos como monstruos. En la Edad Media, las creencias populares estaban llenas de supersticiones y temores. A quienes nacían con iris amarillos los acusaban de ser hombres lobo y eran condenados a morir sin juicio, simplemente por su apariencia. Los de ojos rojos no tenían un destino mucho mejor: los quemaban vivos, considerándolos demonios, enviados del mal.

Dongyul sabía perfectamente que vivir bajo el gobierno del presidente del mundo, un hombre de pensamiento rígido y antiguo, significaba que cualquier detalle fuera de lo normal se vería con sospecha. Si alguien llegaba a descubrir su ojo rojo, la gente lo asociaría de inmediato con el diablo, lo que inevitablemente lo vincularía con la condena divina.

En ese momento, su destino estaría sellado, y su familia no podía permitirse perderlo. Por eso, lo ocultaban, con el parche que se convirtió en una parte integral de su vida. Un pequeño sacrificio que garantizaba su seguridad, incluso si eso significaba ocultar su propia identidad.

La tapadera perfecta llegó en la forma de un pequeño niño huérfano, rescatado de las cenizas de un incendio que acabó con toda su familia. Los padres adoptivos de Dujin nunca lo vieron como su verdadero hijo. Apenas tenía la edad suficiente para comprender lo que significaba el bien y el mal cuando fue llevado a la milicia, donde rápidamente se destacó como un prodigio.

Pronto, la gente dejó de hablar del enigma que representaba el ojo de Dongyul, de la curiosidad que despertaba su apariencia oculta. En su lugar, comenzaron a hablar sobre Kim Dujin, el joven de rostro atractivo e inteligencia sobresaliente, quien se convirtió en un miembro clave dentro de las filas de la milicia.

Dujin, sin embargo, jamás supo la verdad sobre su linaje. A pesar de que conocía la historia del incendio y cómo lo habían adoptado, desconocía que su verdadera herencia provenía de un lado de la ciudad marcado por la pobreza y la desesperación. Lo obtuvieron a través de un acuerdo, un intercambio en el que el dinero cambió de manos y muchas familias de ese lado del muro, ahogadas por la miseria, preferían vender a sus propios hijos antes que verlos morir de hambre. Algo similar había ocurrido con Jimin, si no fuera por la intervención de Jungkook, que había evitado que su destino fuera sellado de manera tan cruel.

Ambas familias ganaron algo en ese trato, pero el único que salió perdiendo en todo aquello fue Dujin. La verdad sobre su origen nunca le fue revelada, y su vida, marcada por la ignorancia y la falta de afecto, se desarrolló bajo una falsa identidad que no se correspondía con quien era en realidad.

Lo único que Dujin heredó de su verdadera familia fue un viejo rosario y una fe ciega en un dios lejano, una creencia que nunca llegó a comprender completamente. Dongyul, siempre cruel, se burlaba de él por esa devoción, inventando apodos humillantes y tratando a Dujin como a un extraño. Jamás lo hizo sentir parte de la familia, y el amor nunca llegó a florecer en un hogar que estaba más lleno de desdén que de cariño. Dujin creció aislado, vacío de afecto, y marcado por la ausencia de los lazos que lo hubieran hecho sentir realmente en casa.

Convertirse en guardaespaldas fue, para él, la mejor decisión que había tomado en toda su vida. Cada día lo pasaba en una casa que le resultaba mucho más acogedora que la suya, rodeado por la calidez de un ambiente familiar que nunca había experimentado antes. Y, lo más importante, estaba junto al chico más encantador que jamás había conocido. Ya no se sentía como un Kim, un apellido que siempre lo había cargado con expectativas ajenas. Ahora, sentía que realmente pertenecía a los Pierrat, una familia que lo veía como una persona, no como una obligación o un trozo más de su propia historia.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora