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Viajar con los cintas azul era una experiencia que Jimin jamás habría imaginado vivir. Se sentía completamente seguro, con Jungkook a su lado en todo momento. Tomados de la mano, viajaban en la amplia camioneta junto al resto del grupo.

Romolo, por obvias razones, ocupaba el asiento del copiloto. El encargado de conducir debía ser uno de sus subordinados, un cinta roja que, a pesar de su rostro extremadamente hermoso, parecía más una muñeca de porcelana que un hombre. Era evidente que el joven tenía una paciencia infinita, pues Romolo no dejaba de molestarle con bromas extrañas y toques en el cabello. Él, sin embargo, se limitaba a suspirar, como si ya estuviera acostumbrado a esas pequeñas caricias. Jimin no podía evitar pensar que, por lo menos, cualquiera estaría feliz de recibir atención de alguien tan atractivo.

El viaje era tranquilo, las calles vacías. Jimin apoyó la cabeza en el hombro de Jungkook, mirando por la ventana. La camioneta se deslizaba suavemente por el camino, y pronto, un sueño ligero lo invadió.

Jongo, a pesar de su tamaño, se hacía pequeño en su rincón, intentando no llamar la atención. Su pequeña rata, acostumbrada a su presencia, trepó por su espalda hasta descansar sobre su cuello. Jongo observaba a Romolo, fascinado por la cabellera oscura y rizada del hombre, sus ojos fijos en la imagen casi hipnótica del joven de piel clara.

Edmond tenía los brazos cruzados sobre su pecho, su cuerpo encorvado en un intento de encontrar algo de comodidad. Apoyó su frente en la ventana del vehículo, mirando el paisaje pasar de manera monótona. Lucía agotado, no sólo por el viaje, sino por todo lo que había vivido. Lo único que deseaba en ese momento era recuperar algo de su vida normal, aunque sabía que, en el fondo, nada volvería a ser igual. La memoria de todo lo sucedido pesaba en su mente, una sombra difícil de disipar.

Dujin, por su parte, estaba en la parte trasera de la enorme camioneta, sentado junto a su hermano, inmerso en un sueño profundo. El cansancio lo había vencido, y la herida en su mano le había restado más fuerzas de las que estaba dispuesto a admitir. Aunque intentaba mostrar una imagen de dureza, al final, seguía siendo humano, y su cuerpo le recordaba constantemente sus límites.

— A propósito, chicos… — Romolo se giró lentamente para mirarlos a todos, su rostro adornado por una sonrisa encantadora. Jongo, que estaba al otro lado, se tensó visiblemente. Tuvo que contener la respiración para no demostrar el nerviosismo que lo invadía. Jimin, atento a cada detalle, percibió la rigidez en su cuerpo —. Probablemente los llevemos a un sitio seguro. Obviamente, si los cinta roja quieren ayudar, no hay problema. Pero como están dispuestos a apoyar el golpe de Estado, cuando todo termine, podrán retirarse con honores y vivir tranquilos el resto de sus vidas. — Romolo volvió a mirar hacia adelante, y todos notaron el vacío que dejaban sus extraños ojos bicolores, un rasgo peculiar que nadie olvidaba fácilmente.

— Si todo sale bien, ¿qué pasará con los presos? — Jimin preguntó, su voz llena de curiosidad, pero también de inquietud por lo que implicaban esas palabras. Quería entender cómo funcionaba todo lo que se estaba gestando — ¿Y qué ocurrirá con los pobres?

Jungkook suspiró, sumido en sus pensamientos, recordando su tiempo trabajando en la cárcel. No se arrepentía de nada, excepto de cómo trató a Jimin al principio. Sabía que debía mantener una fachada dura, pero le molestaba recordar cómo no pudo mostrarle ningún tipo de afecto.

Si lo hubiera hecho desde el principio, los demás presos habrían percibido debilidad, y no dudarían en aprovecharse de él. Agradecía que, a pesar de todo, ninguno intentó hacerle daño directamente, aunque aún se sentía frustrado al recordar cómo Jimin se las arregló para conseguirle un par de libros en el psiquiátrico. Un pequeño gesto que había sido mucho más significativo de lo que él quería admitir.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora