18.

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Jungkook no podía creer que la comida para gatos pudiera ser una opción al pensar en el menú del día, pero en la tienda de abarrotes sólo quedaba eso. El resto había caducado hacía tiempo. Las frutas estaban más allá de la salvación, pudriéndose bajo el calor implacable, y los aparatos eléctricos no daban señales de vida. Sin electricidad, nada se mantuvo correctamente refrigerado. Ni siquiera los generadores de energía que se usaban en caso de cortes inesperados habían logrado hacer algo por la comida, dejando a la vista el desastre que ya era inevitable. Jimin, al ver la situación, no pudo evitar fruncir el ceño, su rostro reflejando la amargura de un día que ya parecía perdido.

Jungkook, sin embargo, no quería que esa expresión se quedara en su mente. Decidió actuar, aunque no tuviera todas las respuestas.

— Conduciré lo suficiente para salir de este país. — Dijo, buscando un poco de esperanza en sus palabras—. Tal vez encontremos una isla, donde podamos cultivar nuestras propias frutas y verduras. Lo único que necesitamos son semillas. Eso es lo que debemos buscar, y nada más.

Con un gesto delicado, apretó suavemente la mejilla de Jimin, como si eso pudiera borrar la tristeza en su rostro. Quiso hacerle saber que, aunque la situación era difícil, no todo estaba perdido.

— Tenemos muchas cajas de comida. — Continuó, con tono más firme, aunque sabiendo que no serían manjares —. No serán una maravilla culinaria, pero servirán.

Jimin, buscando refugio en el contacto, apoyó su mejilla en la mano de Jungkook, disfrutando de la caricia. Sus ojos, esos ojos que siempre parecían desnudar su alma, mostraban más que sólo cansancio. Había en ellos un deseo profundo de afecto, de algo más allá de lo físico, algo que sólo se podía encontrar en el vínculo que compartían, aunque las circunstancias no fueran las mejores.

— ¿Conoce alguna historia divertida, señor? — Preguntó Jimin. Le gustaba escuchar a Jungkook hablar, porque su voz era como una melodía que sólo él podía entender. Cada palabra que pronunciaba tenía el poder de transportarlo a un lugar lejano, donde las preocupaciones parecían no existir, donde los problemas quedaban atrás como ecos distantes. Se aferraba a esa sensación con la misma fuerza con la que uno se aferra a la familia. Pero ahora, su única familia era Jeon, y aunque el concepto de “familia” había cambiado, Jimin no podía evitar sentirse agradecido por ello.

Jungkook suspiró, dejando escapar una pequeña sonrisa que no alcanzaba a iluminar sus ojos.

— Bueno, no creas que Dios… o yo. — Dijo con una ligera mueca, como si le resultara absurdo ser comparado con una deidad. — Soy amor. Leíste la Biblia, ¿no? Sabes que “Dios es celoso y furioso. Se reserva para la ira y toma venganza de sus enemigos. ¿Qué puede permanecer en el ardor de su ira? Su ira se derrama como fuego, y las rocas son arrojadas por él”. — Hizo una pausa, girando los ojos como si intentara quitarse el peso de esas palabras. — No hay nada bueno en mí, Jimin. No me mires como si hubieses descubierto algo celestial. Es demasiada presión. ¿Qué sucederá cuando no pueda hacer un milagro? No quiero verte decepcionado, pero no soy capaz de separar las aguas ni de multiplicar los panes.

Se apartó de Jimin y comenzó a colocar las bolsas de comida para gato en el vehículo, revisando meticulosamente que tuvieran suficiente para no pasar hambre. Pero sabían que necesitaban más: botellas de agua, mantas y ropa limpia. Aunque Jungkook parecía capaz de enfrentarse a cualquier cosa con sólo su katana, Jimin no podía evitar preocuparse. Al final, le había regalado un arma de fuego, no porque creyera que Jungkook la necesitaría, sino porque sabía que Jimin, con su bondad y empatía, difícilmente recurriría a ella. Y, sin embargo, en el mundo en el que vivían, nunca se sabía qué podría suceder.

Había varios rincones aún por explorar, pero la provisión de velas que llevaban consigo aseguraba que la oscuridad no fuera un verdadero obstáculo. Jungkook estacionó el vehículo frente a una pequeña cabaña, cuya construcción aún no estaba terminada. El pasto a su alrededor se alzaba hasta la altura de la cintura. El cielo, teñido de un violeta profundo, parecía haber caído sobre ellos como una cortina de un sueño surrealista, apocalíptico, donde todo se sentía fuera de lugar. El viento azotaba con tal fuerza que les punzaba los ojos; cuando Jimin bajó del vehículo, unas lágrimas comenzaron a acumularse en sus mejillas. No por tristeza, sino por lo irritados que se sentían sus ojos, rojos y ardiendo bajo la ráfaga implacable.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora