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El grito de Edmond retumbó en el aire con tal intensidad que Jimin sintió un dolor agudo en los tímpanos. La desesperación lo invadió por completo. En un abrir y cerrar de ojos, uno de los carroñeros saltó sobre el coche, desgarrando el techo con un cuchillo afilado. Por suerte, esas armas no eran suficientes para penetrar el vehículo, pero Jimin sabía que las pistolas sí podrían hacerlo. El pánico se apoderó de ambos: él y Edmond estaban lejos de estar preparados para un ataque de esa magnitud.

Dujin, con un movimiento rápido, sacó un cuchillo de su bota y abrió la puerta del coche sin titubear. Jungkook, con su mirada fija en el panorama, intentaba hacer retroceder el vehículo, pero el terreno lodoso lo hacía casi imposible. Cada intento era en vano, y con el tiempo, se dio cuenta de que lo único que lograría sería perder más tiempo.

— Quédate en el coche. No te muevas. — Ordenó Jungkook con firmeza mientras tomaba su katana. La decisión estaba tomada: debía encargarse de los carroñeros, sin importar lo que le costara.

Jimin, sintiendo la presión de no ser más que un espectador en esa situación, se apresuró a buscar algo que pudiera usar para defenderse. Sus manos recorrían el interior del coche en busca de cualquier cosa útil. Lo único que logró encontrar fue una navaja pequeña, un paquete vacío de patatas fritas y un mapa arrugado. La navaja, aunque multifuncional, no le ofrecía mucha confianza, y el mapa sólo detallaba rutas hacia una de las ciudades más grandes y corruptas del mundo, un lugar donde nadie querría estar atrapado. Pero, al menos, era algo.

Edmond se acurrucó en la parte trasera del auto, el miedo atenazándole el pecho. Cada pequeño crujido del vehículo o ruido lejano en el bosque lo hacía estremecer, temiendo que alguien pudiera entrar y atacarlos, o, aún peor, que alguien lastimara a Dujin. La idea de perderlo lo hacía sentirse más vulnerable que nunca. Afuera, el mundo parecía estar sumido en un caos lejano, con luces intermitentes que brillaban entre los árboles como luciérnagas, cada destello proyectando sombras inquietantes en el camino.

Jimin, con la navaja en la mano, se preparó para seguir a Jungkook, decidido a no quedarse atrás. La advertencia de Edmond resonaba en su cabeza, pero su deseo de ser útil, de no sentirse inútil en ese momento tan crítico, lo impulsaba a actuar. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la puerta, Edmond reaccionó rápidamente, golpeando su mano con fuerza, impidiendo que la puerta se deslizara.

— ¡Déjame salir! — Gritó Jimin, la frustración y la desesperación mezclándose en su voz. Sus ojos brillaban con una furia contenida. Afuera, el peligro acechaba, pero la oscuridad lo hacía sentir más impotente aún. No veía nada, no podía ayudar. Sólo sabía que tenía que hacer algo, no quería quedarse esperando como si fuera un niño asustado.

— ¡No me dejes solo! — La súplica en la voz de Edmond era desgarradora. Él, que siempre había intentado ser fuerte, ahora parecía quebrado, vulnerable. No sabía cómo manejar la presión, cómo reaccionar ante el peligro. Había vivido bajo una disciplina estricta, donde la música era su único refugio y su única certeza. Dujin y Jungkook, en cambio, habían sido entrenados para enfrentarse a lo peor, para matar si fuera necesario. Jimin había sido educado bajo el peso constante del miedo, el temor a la muerte que lo había acompañado desde siempre.

Los ricos no pensaban en la muerte. Para ellos, la inmortalidad era un derecho tácito, una creencia que los mantenía alejados de la crudeza de la vida. Pero para alguien como Edmond, cuya existencia había estado regida por el control y el orden, la idea de la muerte era algo aterrador e inalcanzable.

— Sígueme. — Ordenó Jimin, su voz firme, mientras intentaba una vez más abrir la puerta del auto. Esta vez, con un suave clic, la cerradura cedió, y la puerta se abrió sin resistencia.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora