16.

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La tormenta de granizo terminó tan abruptamente como había comenzado. El silencio se desplomó sobre la iglesia, pesado y denso. La poca luz que se filtraba a través de los ventanales rotos parecía vacilante, como si el sol hubiera olvidado su camino.

Jimin, con los nervios aún tensos por el estruendo de los granizos golpeando el techo, se aferró a Jungkook con la misma desesperación con la que un niño se agarra a su madre en medio de una pesadilla. No quería perderse en la oscuridad, no quería ser engullido por esa sensación de soledad que lo perseguía desde pequeño, aquella que lo envolvía en una niebla espesa y aterradora. El miedo a lo desconocido lo atenazaba, temía que algo peor, más aterrador que la tormenta, estuviera por llegar.

Jungkook, siempre observador, levantó la mirada y recorrió el lugar, como solía hacer en cualquier situación tensa. El frío era cortante, el aire gélido se colaba por cada grieta en las paredes, y nubes de vaho escapaban de su boca mientras intentaba contener los temblores de su cuerpo. El cambio abrupto de temperatura lo había tomado por sorpresa, pero ya no esperaba nada más que caos en su vida. Si caían rayos, no le sorprendería; si el sol aparecía de repente, tampoco lo haría. Había aprendido a aceptar lo impredecible, a vivir con la certeza de que nada era seguro.

— Todo está bien. — Dijo Jungkook, con una calma que Jimin apenas pudo creer. Se levantaron juntos, sin soltarse. Jimin no iba a permitir que Jungkook se apartara, no después de lo que había sucedido hacía unos minutos, cuando se separaron sólo para que él pudiera buscar el par de velas. Aquella breve distancia había sido suficiente para que el miedo lo invadiera con una fuerza inesperada.

No era un chico débil, lo sabía bien. Pero cerca de Jungkook, sentía que nada malo podría alcanzarlo. Que, mientras estuvieran juntos, no importaba cuán oscuro o peligroso fuera el mundo, él no moriría.

Probablemente, cualquier persona que hubiera quedado a la intemperie habría perecido con el impacto de uno de esos enormes granizos. Por suerte, habían encontrado refugio antes de que la tormenta los alcanzara. El retumbar de las piedras sobre el techo hacía eco, y, en medio de aquella penumbra casi absoluta, Jungkook encendió de nuevo las velas que tenían a su alcance. Unos cuantos cerillos en el fondo de su bolsillo le bastaron para hacer brotar esa luz precaria, suficiente para distinguir las formas dispersas del lugar, aunque Jimin se mantuvo quieto, los ojos firmemente cerrados, refugiado en el espacio entre el hombro y el cuello de Jungkook.

Fuera de esos muros, el mundo le resultaba incomprensible a Jimin, y Jungkook era su guía, su brújula en una realidad desconocida que avanzaba entre sombras. Lo intentaba, quería ser fuerte, saber qué dirección tomar, pero cada vez se sentía más perdido. No existía un destino claro al cual aspirar, no había ninguna promesa de llegada. Todo lo que había conocido hasta entonces parecía desmoronarse a pedazos ante sus ojos. La pobreza lo había empujado a ser resiliente, a mantenerse de pie cuando el suelo se deslizaba bajo sus pies, pero, ¿hasta dónde llegaba su resistencia? ¿Cuánto más podía aguantar?

— ¿Y si llueve de nuevo? — La voz de Jimin apenas era audible, como si el frío y el miedo se le hubieran enredado en la garganta, robándole el aire. Era extraño verlo tan callado; uno de sus rasgos más característicos era precisamente su habilidad para hablar sin pausa, incluso si el tema eran versículos bíblicos o reflexiones en las que pocos encontraban sentido. Pero esta vez, cualquier palabra le resultaba un esfuerzo que apenas podía sostener.

Jungkook no respondió de inmediato. A diferencia de Jimin, él no buscaba en las palabras un refugio o un consuelo; prefería aferrarse a lo tangible, a lo que pudiera comprender sin la necesidad de idealizarlo. No tenía todas las respuestas —al final de cuentas, no era Dios, ni pretendía serlo—, pero le gustaba pensar que ciertos fenómenos tenían explicaciones racionales, incluso si en ese momento no las comprendía del todo. Aquel granizo había sido inesperado y brutal, pero su lógica le dictaba que no era algo que se repetiría sin descanso. No había estaciones claras en ese mundo, pero la idea de un cielo perpetuamente hostil, cargado de piedras heladas, le parecía insostenible.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora