6.

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Jimin despertó desorientado en una habitación desconocida, su mente aún atrapada en un tenue aturdimiento. Al abrir los ojos, lo primero que sintió fue el golpe abrumador de una luz intensa que rebotaba en las paredes de un blanco impoluto. El resplandor le quemaba la vista, obligándolo a parpadear varias veces antes de que lograra adaptarse a la claridad.

En un rincón, una enfermera observaba el frente sin mostrar señal alguna de vida, sus ojos perdidos en un punto invisible. La blancura de su uniforme se fundía con el color de la habitación, dándole una apariencia casi espectral. Llevaba un maquillaje tan marcado que contrastaba con su rostro inexpresivo, y su cabello caía en cascada, largo e inmóvil, en un detalle que resaltaba en esa atmósfera carente de cualquier otro color o movimiento.

A su alrededor, no había ventanas, ni la más mínima señal de ventilación o luz natural; sólo un potente foco en el centro del techo iluminaba todo el espacio. Jimin no veía ninguna puerta ni ningún tipo de salida, lo que le daba la inquietante sensación de estar completamente aislado del resto del mundo, atrapado en un cubo sellado donde la única compañía era esa figura silenciosa.

— Disculpe… ¿Enfermera? — Murmuró, sintiendo una punzada de dolor en la cabeza mientras fruncía el ceño, confuso y un tanto incómodo — ¿Dónde estoy?

Su voz resonó levemente en el cuarto, pero la enfermera no reaccionó; permanecía igual de inmóvil. Jimin bajó la vista y notó su propia vestimenta: llevaba una camiseta oscura, ajustada al cuerpo, que se sentía extrañamente cómoda, pero desentonaba con el entorno en el que había despertado. No había cables conectados a su cuerpo, ni máquinas a su alrededor. En un entorno tan aséptico, tan controlado, había esperado encontrarse rodeado de algún tipo de equipo médico o tecnología, pero la realidad era opuesta: estaba solo en un cuarto vacío, con esa enfermera sin expresión como única testigo.

La enfermera no titubeó ni un segundo. Extendió su mano con calma, y la palma abierta flotó frente a ella con un gesto calculado, casi automático. Al instante, un holograma se materializó en el aire, iluminando su rostro con el reflejo de números y códigos complejos que parecían suspendidos en el espacio como si siempre hubieran estado allí, esperando ser revelados. Sin aviso, las paredes alrededor cobraron vida, inundándose de colores que se deslizaban y cambiaban de forma, envolviendo la habitación en una atmósfera casi onírica.

Los ojos de la enfermera se tornaron de un gris metálico, profundos y fríos. En ese instante, una puerta se materializó, casi sin sonido. Se abrió con elegancia y permitió la entrada de Jeon Jungkook, el joven mandamás, que avanzó hacia el centro de la habitación.

— Buenos días, pequeño pecador. — Dijo con voz suave, pero firme, mientras sus pasos resonaban en el suelo de forma controlada, deliberada. Su uniforme, pulcro y ajustado, destacaba su porte inmaculado, y en su expresión no había espacio para titubeos. Caminó hasta situarse frente a la camilla en la que Jimin descansaba, observándolo con escrutinio y curiosidad contenida.

— ¿Qué es esto? — Preguntó Jimin, su voz temblorosa frente al espectáculo que lo rodeaba.

La pared del fondo proyectó un esquema detallado de lo que parecía ser un hospital. Jungkook movió las manos con precisión, como un director de orquesta, y al contacto de sus dedos, la imagen en las paredes respondía con movimientos fluidos, adaptándose a su voluntad. No necesitaba más que el toque de sus huellas dactilares para manipular cada rincón del entorno. Para Jimin, aquello era algo extraordinario, casi imposible de creer.

— Suicidio. — Murmuró Jungkook, con una nota de ironía en su voz —. Curioso. Te imaginaba un poco más… cristiano.

Jimin bajó la mirada, sin saber cómo responder, con palabras atrapadas en su garganta.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora