35.

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Terje sentía sus piernas adormecidas después de tantas horas en el automóvil. Había recorrido cerca de tres horas para llegar a un barrio apartado, cerca del templo Keru. El aire fresco de la tarde lo envolvía mientras caminaba con paso lento, pero su mente estaba centrada en lo que tenía por hacer. Necesitaba perpetrar su venganza, la misma que había planeado con meticulosidad, pero sabía que no podía precipitarse. Actuar impulsivamente sólo conduciría al desastre, como tantas veces había aprendido en su vida. Cada paso que daba debía estar calculado, sin margen de error. Había aprendido la lección de la forma más difícil, con los miembros de Typhon, la organización que había destrozado su familia.

Llegó a la casa donde pasaría los próximos días organizando su ataque al templo. Allí, el chico dueño de la casa, un joven croata, lo esperaba. Anton, un tipo algo excéntrico, con su estilo anticuado y sus camisas de franela, no parecía estar preocupado por la gravedad de la situación.

— Bez muke nema nauke. — Dijo Anton, sonriendo de manera que Terje no supo si lo hacía en serio o como una broma.

Terje lo miró, irritado, y sin quitar la mano del bolsillo, respondió con frialdad:

— Cállate, Anton. No estoy de humor para aceptar tus insultos croatas.

Se tocó el trasero de forma distraída, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. El dolor que sentía no sólo era físico, sino interno, algo en su alma había muerto en ese viaje.

— Siento que algo murió aquí dentro. — Murmuró, sin mirarlo directamente.

Anton no pareció captar el tono serio, y con su peculiar acento croata, replicó:

— No es un chiste, significa “sin sufrimiento no hay enseñanza”, y es posible que sea el pene de Gyosik el que tienes ahí pudriéndose en tu trasero.

Terje se acercó a Anton con una sonrisa juguetona, quitándole la gorra de un tirón. El joven croata, al instante, trató de recuperarla, pero Terje ya la tenía en su mano. Anton tenía el cabello rizado, con algunas ondas rebeldes que escapaban por las esquinas de la gorra, lo que sólo acentuaba su apariencia despreocupada.

Era un chico atractivo, un claro ejemplo de esos aristócratas que no pasaban desapercibidos. No había nada extraordinario en su belleza, pero sí algo destacable. Sus facciones eran fuertes, bien definidas, y no parecían corresponder con su edad; a simple vista, no habría nadie que lo tomara por un chico de 20 años. Las cejas, un rasgo que era imposible de ignorar, eran especialmente espesas, pero no llegaban a ser grotescas. En su caso, la abundancia de vello sobre su frente sólo hacía que su mirada tuviera más carácter.

Anton Damjanić tenía un acento tan marcado que pocos adivinaban su origen croata. Su chaqueta, de un diseño sencillo, pero funcional, llevaba una cinta verde en la manga, señal inequívoca de que era uno de los novatos de la milicia. Y, como no podía faltar, en la solapa de su bolsillo estaba el logo de The Cycle, la milicia a la que pertenecía. Anton no era uno de esos chicos prodigio que destacaban en la milicia, aquellos que subían de rango con rapidez. Siempre había intentado alcanzar un puesto más alto, pero no lo había logrado. A pesar de sus esfuerzos, nunca pudo alcanzar el nivel de los grandes mandamases.

— A propósito, ¿dónde está Gyosik? — Preguntó Terje, levantando la vista y mirando alrededor, como si esperara encontrarlo entre las sombras de la habitación. El único que había llegado en vehículo era él.

— Pasó a comprar comida chatarra. Es increíble cómo, con la guerra estallando al otro lado del mundo, él solo piensa en lo que va a comer. — Respondió Anton, con una ligera carcajada, como si fuera una broma.

Terje se encogió de hombros, sin perder la calma.

— Pues piensa que tal vez todos moriremos en la guerra. Normal querer tener una última cena, como Jesucristo.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora