8.

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Jimin había acumulado una pequeña pila de libros, más de tres, y estaba satisfecho con ello. Los había conseguido después de mucha insistencia y algunos favores, y aunque su valor era incalculable en su situación, no podía evitar un dejo de frustración.

Desde que Jungkook dejó de visitarlo, los libros parecían una recompensa vacía. La última vez que lo había visto, Jungkook le había contado que había terminado su relación con el doctor, y Jimin sabía que ese sería probablemente el final de sus visitas. Estaba seguro de que Jungkook ya habría encontrado otro hombre, guapo y ambicioso, alguien que no buscase compromisos ni ataduras, algo que siempre parecía buscar en sus relaciones pasajeras.

Por las noches, Jimin se escabullía al baño con uno de sus libros y se sentaba en el frío suelo, con los azulejos helados contra su piel. A pesar de la incomodidad, le encantaba sumergirse en esos textos prohibidos que le brindaban un breve escape. Tomaba “Ser y tiempo” de Heidegger y, bajo la tenue luz del baño, perdía la noción del tiempo.

Le resultaba extraño leer en silencio, sin la voz de Jungkook a su lado para señalar las ideas clave o burlarse de los errores del autor. Ese eco de soledad, de tener la compañía de un libro, pero no de una persona, se hacía más profundo en las noches de tormenta, cuando las luces parpadeaban como si el propio edificio también compartiera su inquietud.

Terje, su compañero y único amigo en esos muros, tampoco era la mejor compañía últimamente. Lo dopaban a diario por los altercados que armaba en el comedor, y Jimin ya apenas podía intercambiar más que un par de palabras con él. Le dolía ver cómo su amigo revolucionario, con sus ideas ardientes y su carácter desafiante, era silenciado a base de medicinas. La conversación se había convertido en un lujo extraño.

Sin embargo, Jimin no sólo debía enfrentarse a la soledad o al vacío de esas lecturas solitarias. El guardia que antes le había conseguido algunos de los libros ahora se mostraba obsesivo, una presencia amenazante que no le dejaba en paz. Ese hombre había pasado de mirarlo de reojo a buscar excusas para tocarlo con insistencia, y Jimin, cada vez que lo veía acercarse, temía por lo que pudiera ocurrir. Había intentado esquivarlo, mantener la distancia, pero los golpes llegaron como castigo cuando se negó a aceptar el contacto. Ahora, leía en el baño no solo por la paz que ofrecía, sino también para esconderse de la sombra amenazante que lo acechaba.

— Que… los estados de ánimo… se, se estropeen y puedan cambiar sólo… sólo prueba que el Das-Dasein ya está siempre a… anímicamente templado. — Jimin tropezaba con las palabras, interrumpiéndose cada pocos segundos, cada pausa alargando un silencio que le avergonzaba. Sabía que leer con soltura no era su fuerte, y cada titubeo era una herida a su orgullo.

Su lectura fue abruptamente interrumpida cuando un ruido seco retumbó contra la puerta del baño. Los golpes eran violentos, firmes, casi desesperados. No podía ser otro que el guardia, quien últimamente parecía ensañarse con él, más agresivo y constante en su hostigamiento.

Jimin sabía que a nadie en ese lugar le importaba el trato que recibieran los pacientes; para ellos no eran más que estorbos, sombras sin valor. Incluso, parecía preferible que aquel guardia déspota les castigara a que ellos siguieran desperdiciando recursos que, en su opinión, estaban mejor destinados a quienes tenían poder y dinero.

Con los latidos retumbándole en las sienes, se apresuró a esconder los libros detrás del lavabo, en un intento de que no fueran descubiertos. La puerta continuaba retumbando bajo los golpes, que caían uno tras otro.

Mientras escuchaba el insistente martilleo, una angustia creciente se apoderaba de él, y sentía cómo crecía en su pecho el deseo de escapar de aquel hospital, de huir lejos de esa realidad.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora