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Jimin jamás pensó que algo podría hacerlo sentir tan incómodo, y, sin embargo, ahí estaba, tarareando una melodía sin entusiasmo mientras miraba el paisaje pantanoso que se deslizaba a ambos lados de la carretera improvisada. Jungkook, al volante, se esforzaba por maniobrar entre árboles y terrenos anegados, en un camino que no daba tregua ni para un solo tramo recto. El automóvil parecía soportarlo todo y continuaba su marcha, pero aun así, Jimin no se sentía del todo seguro.

— Tengo sueño. — Murmuró Dujin, dejando escapar un bostezo tan pesado que parecía venir de un gran oso —. ¿No tienes alguna historia que contar, ojitos risueños? Pareces incómodo.

Normalmente, Jungkook habría respondido llenando el aire con una charla intelectual, disertando sobre algún tema con su conocimiento vasto. Pero esta vez permanecía en silencio, concentrado en mantener el rumbo, atento a cada giro y cada obstáculo. Mientras tanto, Edmond, en el asiento trasero, no paraba de acomodarse la camisa, fingiendo estar absorto en su apariencia, sin siquiera dirigir una mirada a Dujin, que estaba sentado justo a su lado.

— No soy bueno tratando con la gente… — Dijo Jimin finalmente, buscando palabras en medio del silencio tenso.

— Yo no soy bueno en nada. — Resopló Dujin, ajustándose la chaqueta que llevaba como emblema de su posición de mando —. Aunque, si quieres, puedo contarte sobre mi tiempo en la milicia. Jungkook era una estrella en ese lugar. La primera vez que llegué a trabajar ahí, recuerdo que una chica con una mirada de hielo me advirtió: “No te metas con Jeon Jungkook”. Y yo, con toda la desfachatez del nuevo, pensé en responderle que no planeaba meterme con nadie, porque todos parecían tener un palo clavado en el culo. Así que al principio, ni caso le hice. Después me enteré de que Jungkook era casi de mi edad, sólo un año mayor, y se me ocurrió pedirle que me enseñara a disparar. ¿Te imaginas? Pensé que me mandaría al carajo, y lo hizo, de hecho, pero aun así terminó enseñándome. La primera vez que maté a alguien tenía apenas 16 años. Fue un tipo que molestaba a Edmond; simplemente le disparé y acabé con él. No es que tenga el gatillo fácil, pero ese hombre se lo merecía. Era uno de esos empresarios ricos y podridos que creen que pueden manejar a todos sólo por tener los bolsillos llenos.

Jimin se giró para observar a Dujin, impresionado por la cantidad de detalles que el chico estaba revelando, palabras que parecían llenar cada espacio del auto con una facilidad sorprendente. Durante años había pensado que conocía a Jungkook, pero en ese momento se dio cuenta de cuánto le faltaba por descubrir. Tener a alguien tan locuaz a su lado le resultaba refrescante, como una ráfaga inesperada de aire en un día de calor sofocante.

— ¿Crees en Dios? — Preguntó Jimin, consciente de que ya intuía la respuesta, pero sintiendo la necesidad de escucharla directamente de él.

— Creo en mi propio dios. — Respondió Dujin, con una convicción que sorprendió a Jimin —. Pero eso no significa que obligue a otros a creer lo mismo. Me gusta imaginar que existe algo mejor… un paraíso donde mi abuelo aún me recuerde.

Edmond, quien estaba sentado en el asiento trasero, se mostró por un instante atento a las palabras de Dujin. Su mirada vagó hacia los muslos firmes del joven, deteniéndose ahí como si buscaran refugio en aquella solidez, aunque sin atreverse a mirarlo directamente a la cara. Fue sólo un instante, un parpadeo de curiosidad o tal vez de admiración, pero luego desvió la vista.

De pronto, un estruendo sacudió el silencio. Tres explosiones retumbaron en la distancia, cada una más violenta que la anterior. Edmond se encogió de inmediato, pegándose instintivamente a Dujin y aferrándose a su brazo como si de un ancla se tratase. El temblor le recorría el cuerpo; el miedo había aparecido sin aviso, oprimiéndole el pecho y recordándole que la seguridad era un espejismo frágil.

HECATOMBE 神 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora