Capítulo 87

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Guerra México-Francia (2)



La Plaza de la Constitución en Ciudad de México, una de las más grandes del mundo, se encontraba abarrotada con decenas de miles de ciudadanos.

La multitud era diversa, compuesta no solo por criollos y mestizos, sino también por una gran cantidad de trabajadores indígenas y trabajadores afrodescendientes liberados. Hombres y mujeres, ancianos, jóvenes y niños, todos se habían reunido para escuchar el discurso.

El emperador, Agustín I, observó lentamente a los miles de ciudadanos antes de comenzar a hablar.

“Queridos ciudadanos de México,

Hoy nos encontramos, una vez más, frente a un desafío externo. Francia nos impone condiciones injustas y amenaza nuestra soberanía. Esto no es solo una demanda económica; es un ataque contra nuestra libertad y nuestra independencia.

Francia busca imponernos una carga imposible de soportar. Sus exigencias están destinadas a convertirnos en una colonia económica, y esto va en contra de la justicia y la moral. No podemos ceder ante tales demandas. Ceder significaría renunciar a nuestra libertad, y eso es algo que jamás podremos aceptar.”

No se trataba solo del pago de una deuda; ceder significaría convertirse prácticamente en una colonia. Ese era el mensaje. Ya no quedaba opción de simplemente reunir el dinero y pagar. Al notar que algunos ciudadanos mostraban signos de inquietud, Agustín I continuó su discurso.

“México es una nación que ama la libertad y valora profundamente su independencia. Los ciudadanos de México lucharon por la libertad de esta tierra y, tras una larga lucha, conquistamos esa libertad. Ese espíritu vive hoy en cada uno de nosotros. Esta batalla es para defender nuestros derechos y nuestra libertad.

Militarmente, también estamos preparados. Hace algunos años, con el dinero recaudado por los bonos navales que ustedes apoyaron con entusiasmo, hemos construido nuestra flota. Ahora, nuestras fuerzas están listas para luchar con valentía. Podemos ganar esta guerra y mostrar al mundo nuestra fuerza y determinación.”

Estas eran las palabras que los ciudadanos más deseaban escuchar. A pesar de la amenaza de un enemigo tan formidable como Francia, no habían estallado grandes protestas porque los ciudadanos confiaban en la familia imperial y no querían volver a ser sometidos por un opresor.

Aunque solo habían pasado 17 años desde la independencia, muchos en el Imperio Mexicano aún recordaban vívidamente la época colonial. Además, habían experimentado de primera mano la rápida mejora en todos los aspectos de la vida desde la independencia: el nivel de vida, la seguridad, las leyes, la administración y la estructura económica del país.

El deseo de no rendirse era fuerte, pero también existía el temor de no tener posibilidades contra Francia. Sin embargo, el emperador proclamó que sí tenían una oportunidad.

“En esta lucha, lo más importante no es la flota, sino la unidad de nuestro pueblo. En esta hora de crisis, debemos unirnos como una sola voz y un solo corazón. Nuestra fortaleza reside en la unidad dentro de la diversidad. Cuando los ciudadanos de todas las regiones y clases sociales se unan, no habrá enemigo que pueda derrotarnos.

Queridos ciudadanos, en este momento de prueba, debemos enfrentarnos valientemente y comprometernos a defender nuestra libertad y nuestra independencia. Nuestra historia ha demostrado que podemos superar cualquier dificultad. Nos enfrentaremos a la presión de Francia con coraje y determinación, y no nos someteremos.

Esta guerra no es solo una batalla militar; es la lucha de todos nosotros. Desde su lugar, cada uno de ustedes debe hacer lo mejor por la defensa de la nación. Campesinos, trabajadores, estudiantes, intelectuales, todas las clases deben unir sus fuerzas por este país.”

Me convertí en el príncipe heredero del Imperio MexicanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora